Mostrando entradas con la etiqueta Lanaja. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Lanaja. Mostrar todas las entradas

lunes, 25 de julio de 2011

El Día de Santiago de 1936 en Lanaja. Setenta y cinco años de una gesta popular


1. Los hechos tal como fueron

El 25 de julio de 1936, en los inicios de lo que más tarde sería llamada la Guerra Civil española, una fuerza armada compuesta por militares rebeldes y sicarios falangistas asaltó el pueblo de Lanaja (1). Venían de Zaragoza. No era la primera vez que los sublevados intentaban entrar en la villa monegrina desde que el 18 de julio se conoció por la radio la sublevación de una parte del Ejército español contra el Gobierno legítimo.

Ya el día 20 los miembros del sindicato local najino rechazaron a tiros en las cercanías de Alcubierre una primera incursión de unos 30 ó 40 falangistas procedentes de la capital aragonesa. La excusa de la razzia falangista era liberar a unos presuntos rehenes, familiares de militares rebeldes a los que nadie había inquietado hasta ese momento.

En la mañana del día 24 una fuerza mayor, la 12ª Bandera de Falange a la que se sumaron otros voluntarios derechistas zaragozanos, atacó al alba Lanaja, topando asimismo con una dura resistencia popular, esta vez organizada en el Saso. A las filas de los campesinos najinos se sumaron obreros del Canal, trabajadores temporeros y sindicalistas llegados de otros pueblos, especialmente de Sariñena. Tras un combate de nueve horas la derrota de los atacantes fue completa, ya que se vieron obligados a huir en desbandada hacia Alcubierre dejando tras de sí algunos muertos y dos prisioneros, que fueron ejecutados de inmediato.

Un día más tarde, el 25 de julio, día de Santiago Apóstol, se envió desde Zaragoza contra Lanaja una fuerza militar considerable, al mando del comandante del Regimiento de Carros de Combate nº 2, Nicolás de Arce Alonso (2), en la que se integró un nuevo contingente de falangistas, procedentes esta vez de Zuera. Como consecuencia del clima de miedo reinante en el pueblo ante la nueva agresión armada que se sabía iba a llegar de modo ineluctable, en las horas previas al ataque se desató la furia popular contra las propiedades de oligarcas y elementos derechistas locales, se profirieron amenazas y se llevaron a cabo vejaciones contra estas personas, y fueron profanadas la iglesia parroquial y la ermita de San Sebastián.

En esa jornada del día 25, los atacantes contaron con abundantes medios armamentísticos, como una sección de ametralladoras, otra de morteros y dos cañones de 75 mm. Los alrededor de 400 defensores de Lanaja en cambio, apenas disponían de escopetas de caza, unos pocos fusiles viejos y algunas pistolas, amén de un puñado de bombas de mano artesanales fabricadas con latas de conservas, pólvora y tornillos. A pesar de ello el combate duró cuatro horas; finalmente los defensores y la mayoría de la población huyeron en dirección a la Sierra y hacia Sariñena.

Ocupado el pueblo por los asaltantes, la dotación de la Guardia Civil local, que de grado o por fuerza había participado en los combates precedentes del lado de los defensores de la legalidad, recuperaron sus uniformes y arreos y se pusieron a las órdenes de los mandos de la columna militar rebelde, en un ejercicio de chaqueteo del que en esos días hubo multitud de ejemplos protagonizados por miembros de ese Cuerpo armado en toda la geografía española.

Inmediatamente comenzó un brutal registro casa por casa, en busca de combatientes escondidos. Hombres de todas las edades fueron concentrados en la Plaza Mayor, insultados y golpeados. A quien se le encontraba munición o rastro de haber participado en los combates –quemaduras de pólvora, señales en el hombro de la culata de un fusil-, se le apartaba de los otros. Especialmente activo como delator estuvo el sargento de la Guardia Civil, ocupado en señalar a quienes según él más se habían significado en los combates de esa semana. Una de sus víctimas fue el joven Ismael Alastruey Penella, posteriormente asesinado, quien días antes le había arrebatado al sargento la pistola reglamentaria. También se detuvo en principio a ancianos como Donato Navarro Mairal, el najino que 40 años atrás había participado como soldado colonial en las guerras de Filipinas y que estuvo preso de los tagalos de 1898 a 1900; Donato tuvo más suerte, y el propio comandante Nicolás de Arce le dijo que se fuera a su casa.

En aquella terrible tarde un avión Breguet XIX gubernamental sobrevoló en dos ocasiones Lanaja, lanzando en una de ellas una bomba que fue a caer en unas eras cercanas sin producir ningún daño. Su presencia y la cercanía de las columnas de milicianos catalanes bastaron para convencer al mando militar rebelde de que su posición en el pueblo era insostenible, y que debían replegarse lo antes posible en dirección a Zaragoza. Lo hicieron así una vez hecha la selección de prisioneros, once hombres en total (3), que se llevaron consigo a Alcubierre, donde horas más tarde fueron fusilados por los falangistas.

En la madrugada del día 26 de julio entró en Lanaja una avanzadilla de las columnas de milicianos catalanes, con lo que definitivamente la población quedó en la zona gubernamental hasta marzo de 1938.

2. Nombres que no hay que olvidar

Las personas de Lanaja que participaron en la gesta popular del Día de Santiago de 1936 lo hicieron en defensa de sus familias, de su pueblo y de la legalidad democrática. Merecen el reconocimiento y la gratitud de sus descendientes y también de las instituciones públicas, pues gracias a ellos y a su ejemplo hoy tenemos un régimen de libertades y es posible expresar todas las ideas y proyectos. Rescatarles del olvido es un acto de justicia.

Algunos de sus nombres son:

Victoriano Abadías Mairal, presidente del Comité local de la CNT y de la colectividad agraria, un hombre que se comprometió públicamente a impedir que durante su mandato se matara a nadie en Lanaja, cosa que consiguió.

Pablo Escartín Cascarosa, alcalde de Lanaja, y su teniente de alcalde, Juan Berdún Pontaque, ambos de Izquierda Republicana, que encarnaron con eficacia la representación institucional y colaboraron con Victoriano Abadías en su propósito de evitar muertes y represalias tras quedar definitivamente el pueblo en la zona gubernamental.

José María Tierz, el joven secretario municipal, hombre de firmes convicciones republicanas, que el día 21 intentó en vano negociar con los facciosos que desde Alcubierre se aprestaban para atacar Lanaja.

Las decenas de miembros del sindicato agrario anarquista local, que durante esas jornadas asumieron el peso de la defensa del pueblo y de sus habitantes. Hombres como Joaquín Pisa Gracia, quien participó escopeta de caza en mano junto a sus compañeros en el desarme de los miembros de la Guardia Civil en la tarde del 19 de julio, y en los días siguientes en la resistencia armada a los tres asaltos facciosos casi consecutivos que sufrió Lanaja.

Los trabajadores temporeros y los obreros del Canal, que ayudaron eficazmente a rechazar los ataques de los días 20 y 24 de julio y pelearon denodadamente el 25 contra fuerzas militares muy superiores. Entre ellos estuvo Mariano Carilla Albalá, najino residente en Barcelona y segador temporero durante los veranos, quien junto con su cuadrilla regresó inmediatamente del monte para sumarse a la defensa del pueblo apenas tuvo conocimiento de la situación.

Dos forasteros que no pudieron ser identificados, muertos en combate el día 25 de julio en la defensa de Lanaja, y el estanquero Dionisio Martínez Gazol, asesinado a tiros en la calle por los facciosos tras ocupar el pueblo esa tarde.

Los once prisioneros tomados por los atacantes en Lanaja el día 25, que fueron fusilados en Alcubierre esa misma noche (ver la nota 3).


NOTAS

nota 1:

El relato de los hechos es una síntesis del que aparece en Las batallas de Lanaja, de Roberto Mateo Caballero, páginas 39 y siguientes (editado por Comarca de Los Monegros. Zaragoza, 2008), y de algunas informaciones puntuales transmitidas por memoria familiar.

nota 2:

Nicolás de Arce Alonso nació en Madrid en 1893 y murió en combate en el frente de Huesca, en abril de 1937. En julio de 1936 estaba destinado en Zaragoza. Aunque era de ideología conservadora, no parece que el comandante Arce estuviera comprometido con la sublevación militar aunque sí conocía sus preparativos (ver Las batallas de la Lanaja, páginas 51 a 54), lo que le valió la desconfianza de los mandos sublevados.

Algunos gestos suyos documentados por Roberto Mateo Caballero hablan de su talante, muy diferente al habitual entre los mandos facciosos. Por ejemplo, antes de atacar Lanaja permitió que un soldado de su columna originario de esa población se quedara en Alcubierre, sin que hubiera luego represalias contra él. Ya se ha hablado del modo en que intervino en la selección de rehenes entre los prisioneros, apartando él mismo a personas a las que su gesto les salvó la vida.

Finalmente hay que recordar que durante el repliegue de la columna facciosa, al salir los militares desde Alcubierre en dirección a Zaragoza dejando en ese pueblo a los falangistas con los prisioneros tomados en Lanaja, y previendo Arce lo que harían los exaltados fascistas con éstos, el comandante se preocupó de dejar constancia por escrito de la hora en que abandonó la población y de que en ese momento los prisioneros seguían con vida, desligándose así de responsabilidad sobre lo que aconteció inmediatamente.

nota 3:

Los nombres de estas once personas capturadas en Lanaja y fusiladas por los falangistas en Alcubierre son: Ismael Alastruey Penella, Félix Ferrer Ferrer, Pascual Otín Samper, Ambrosio Cancer Vizcarra, Joaquín Casanova, Arturo Izquierdo Gutiérrez, Manuel Pina Bartolín y Juan José Aniés Naya (ver Las batallas de Lanaja, páginas 72 a 74). Se desconoce la identidad de un joven originario de Senés de Alcubierre y de otros dos muchachos, asesinados en ese grupo. Los muertos fueron ocho, ya que Manuel Pina logró huir en el último momento y Joaquín Casanova y Pascual Otín sobrevivieron a la masacre, realizada de madrugada, casi a oscuras y de modo precipitado, pues los asesinos tenían prisa por huir inmediatamente hacia Zaragoza ante la cercanía de las columnas milicianas catalanas.

Del grupo de víctimas solo Ismael era originario de Lanaja, siendo los restantes trabajadores de las obras del Canal o residentes en pueblos vecinos que habían acudido a ayudar a defender la villa monegrina.

En la imagen que ilustra el post, vista de Lanaja desde el Saso (fotografía del autor).

martes, 19 de julio de 2011

La tarde de gloria fue un 19 de julio



A estas horas de la tarde de un domingo de hoy hace justo 75 años, los militares rebeldes sublevados contra su pueblo acababan de rendirse en las calles de Barcelona. Era su primera gran derrota. En los días siguientes vendrían más, en Madrid, Valencia y otros lugares.

La radio llevó de inmediato la noticia a toda España. En el sur de la provincia de Huesca, en una pequeña villa de apenas un millar de habitantes llamada Lanaja, Joaquín Pisa Gracia, un jornalero de 40 años de edad, casado y con seis hijos, tomó su escopeta de caza y salió de su casa en la calle de la Rinconada. Debía ser media tarde. Apenas echó a andar su mujer Rosalía salió tras él, gritándole que a dónde iba. Joaquín sin perder la calma que le caracterizó toda su vida, le vino a responder más o menos que a hacer lo que debía hacerse. Y siguió caminando hacia el cuartelillo de la Guardia Civil, punto de destino esa tarde de centenares de campesinos de la localidad.

Ante la concentración de campesinos los guardias civiles no tuvieron más remedio que fingir una adhesión por el Gobierno legítimo que no sentían, como demostraron unos días más tarde, el 25 de julio, Día de Santiago Apóstol. Pero esa historia la explicaré dentro de unos días.

De momento hoy nos quedamos con esa imagen: la de cientos los campesinos caminando calle abajo calmosamente, con la escopeta de caza bajo el brazo, dispuestos a ajustar cuentas con la Historia.

jueves, 17 de marzo de 2011

Las penas de un viajante de comercio. Una carta de Lanaja a Barcelona fechada en 1820



El lunes pasado recibí en casa un tesorito que compré hace unos días en una subasta de Internet.

Se trata de una carta fechada el 11 de octubre de 1820. La carta está escrita en Lanaja (en La Naja, dice), provincia de Huesca, por un señor llamado Manuel Lasala y va dirigida a su "querido amigo" y al parecer jefe en Barcelona, Joseph Brufau y Piqué "del Comersio" (sic).

La carta es prefilatélica, y no tiene por tanto sello de correos (no se comenzaron a usar hasta el reinado de Isabel II, sobre 1840 o 1850). Va dirigida como digo a un tal señor Brufau y Piqué "en Barselona" por "Saragosa y Lleida". Seguramente la debió transportar alguien en mula de Lanaja a Zaragoza, y desde allí en diligencia hasta Barcelona.

Primera sorpresa: está escrita en catalán. Y en un catalán prenormativo, lógicamente, lleno de resonancias antiquísimas y con algunos términos de cuyo significado no tengo ni idea. La caligrafía es buena, de alguien acostumbrado a escribir para que le entiendan.

Segunda sorpresa: del contenido se deduce que su autor debía ser una especie de viajante de comercio que da cuenta al "Amich Carido" (amigo querido) de sus desgracias por tierras oscenses. Y es que al parecer el pobre hombre aterrizó en aquellos lares en una época poco apropiada para vender nada. Dice Lasala que los najinos "No quieren comprar ni un poco de grano, ni caro ni barato" (traducido por mí del catalán). Y sigue textualmente " "lo quadern de las comandas de La Naja diu el Sr. Ynasio que fara costat ab tot lo que puga pero que no es tems de aixo que vol tems y pasiensia ara tots son per les aldeias sambran com lo samante es lo que no ses vist de bo sembran de nit i dia no tornan en casa en tota la samana".(sic). La traducción es: "con el cuaderno de los pedidos de Lanaja dice el señor Ignacio que ayudará en todo lo que pueda pero que no es tiempo de eso, que necesita tiempo y paciencia, ahora todos están por las aldeas sembrando la simiente, es lo que nunca se ha visto, siembran de día y de noche y no regresan a casa en toda la semana".

En la misiva se mencionan de pasada otras poblaciones de la zona como "Panijalba", "Guesca" y "St. Garren", por las que el pobre Lasala había pasado o pensaba visitar en breve. Se refiere seguramente a Peñalba, Huesca y Sangarrén.

Acaba la narración de forma tragicómica, ya que en sus últimas líneas el redactor dice literalmente que (en mi traducción): "Mi desgracia me ha transtornado y perjudicado y no tiene remedio. Dios lo quiere, cúmplase Su Voluntad".

En resumidas cuentas, a través de la carta Lasala se está disculpando ante el "amich Brufau" de que no haber conseguido un solo pedido en Lanaja ni al parecer en todas las poblaciones oscenses que había visitado.

Divertido y curioso ¿no les parece?.

En la imagen que ilustra el post, azulejos populares catalanes de los siglos XVIII-XIX representando diferentes faenas que se realizaban en el campo.

miércoles, 7 de enero de 2009

Las batallas de Lanaja, un libro modélico de historia local recuperada


La recuperación de la memoria histórica está produciendo una bibliografía historiográfica de gran interés, compuesta no sólo por textos de carácter específicamente científico a cargo de especialistas del tema sino también por aportaciones muy diversas, cuya característica común es haber sido alumbradas por personas cuya dedicación a la investigación histórica tiene carácter puramente aficionado y se desarrolla en el trabajo de campo directo, lo que les permite recuperar testimonios documentales y orales imprescindibles y a menudo fuera del alcance de los historiadores convencionales.

La historia local se ha convertido en la gran beneficiaria de este tipo de investigaciones, cuya proliferación en los últimos años resulta sorprendente por su volumen, calidad e interés general. La mayoría de esos libros constituyen aportaciones valiosas que iluminan zonas oscuras en áreas precisas de la reciente historia contemporánea, y algunos están llamados a servir de referencia en estudios posteriores.

“Las batallas de Lanaja” es, en ese sentido, un libro modélico. Su autor, el zaragozano Roberto Mateo Caballero, reconstruye en él las jornadas en torno al 25 de julio de 1936, el día de Santiago Apóstol, en las que el pueblo oscense de Lanaja se convirtió en escenario de una serie de choques entre quienes sin saberlo aún, eran ya protagonistas de una guerra sin cuartel que habría de incendiar España entera durante tres años. La microhistoria se nos presenta así no como un trasunto a escala reducida de la macrohistoria, sino como su verdadero origen y nervio.

En aquellos momentos iniciales del drama colectivo, los repetidos intentos de los rebeldes golpistas por domeñar esta pequeña población monegrina -enclavada a medio camino entre Zaragoza y Barbastro, en el centro del eje de confrontación que poco después articularía el frente de Aragón-, fracasaron durante días ante la tenaz resistencia popular, hasta que los sublevados terminaron por usar una fuerza muy superior a las posibilidades de resistencia de sus oponentes.

Además del relato de episodios de una épica individual y colectiva que dan para un guión cinematográfico de mucha altura, el texto de Roberto Mateo nos adentra en los mecanismos que inevitablemente conducen a la masa coral que los protagoniza hacia un final inexorable. Por cierto que los propios sucesos narrados cronológicamente, demuestran a las claras cómo fue el estallido del conflicto ocasionado por la rebelión militar lo que precipitó la violencia contra las personas y las cosas y sobre todo quien actuó como desencadenante de la revolución campesina y no al revés, como pretende la historiografía franquista.

El libro se prolonga alcanzando el desarrollo y y la finalización de la llamada Guerra Civil, y las consecuencias que la derrota de 1939 tuvo en forma de represalias para muchos najinos. Con todo, su núcleo duro y su principal interés lo constituye a mi juicio el detallado relato que a la luz de documentos y de testimonios orales de los supervivientes, hace Roberto Mateo de los días cruciales transcurridos entre el 19 y el 26 de julio de 1936.

Por las páginas de “las batallas de Lanaja” desfilan hombres y mujeres del pueblo, najinos y forasteros; hay gestos heroicos, estupideces sublimes, tragedias sangrantes, anécdotas divertidas y en fin, un rosario de sucesos reales vividos por esas “gentes sin Historia” que en momentos como ése son las que verdaderamente hacen historia. Gentes como Adoración, la farmacéutica, cuyo minucioso y humanísimo diario personal ha sido para Roberto Mateo pieza de consulta imprescindible; como Victoriano, el presidente de la colectividad anarquista, empeñado en conseguir que en su pueblo no se mate a nadie; o como el comandante Arce, el militar que liquida la resistencia popular y que en abierto contraste con la animalidad de los falangistas teóricamente a sus órdenes, se muestra como una persona honesta e incluso compasiva.

La estructura del libro es ágil, y permite una lectura fácil incluso simultaneando ésta con la consulta del abundante aparato de notas a pie de página, en tanto el tono narrativo general es ameno y fresco, lo que permite leer las alrededor de 150 páginas de texto de un tirón. Obviamente Roberto Mateo no oculta sus simpatías por la causa popular, lo que no le impide ejercer la objetividad del verdadero historiador ante sucesos en los que sus protagonistas se comportaron como los seres humanos que eran, con toda la grandeza y las flaquezas propias de nuestra especie.

Las batallas de Lanaja, de Roberto Mateo Caballero.
Edición a cargo del proyecto “Amarga memoria” del Gobierno de Aragón y del Consejo Comarcal de Los Monegros (Zaragoza, 2008).

El libro puede pedirse directamente a Libros Aragoneses:
http://www.logi-libros.com/ficha.php?id=3384&b_titulo=lanaja

La fotografía que ilustra el post es una vista de Lanaja desde el Saso, obra de Joaquim Pisa.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Vicente Carilla, un emigrante español en la Argentina de principios del siglo XX


En posts anteriores les he ido hablando de Donato Navarro Mairal, uno de mis bisabuelos por línea materna. Últimamente ando investigando sobre el otro bisabuelo materno, llamado Vicente Carilla. La verdad es que he reunido pocos datos sobre la vida de Vicente, pero lo que voy sabiendo de él resulta apasionante.

Vicente Carilla nació en la ciudad de Huesca, en 1869. Siendo niño su familia su trasladó a Lanaja, un pueblo de la provincia de Huesca, donde su madre se estableció como carnicera. Los Carilla eran varios hermanos, uno de los cuales, Manuel, fue el padre de Mariano Carilla Albalá, el que terminó sus días en la cámara de gas del castillo de Hartheim, en el complejo de campos de Mauthausen.

Vicente se casó y tuvo tres hijos, el menor de los cuales fue Mariano Carilla Salillas, mi abuelo materno, aquél a quien en los años cuarenta del siglo XX abrió expediente el Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo por haber estado circunstancialmente afiliado al PCE. Cuando ya había cumplido los cuarenta, una edad avanzada para la época, Vicente decidió emigrar con su familia a Argentina en compañía de otras familias de su pueblo. Se trataba de un viaje con difícil retorno, pues al llevarse la familia completa aumentaban las posibilidades de echar raíces más rápidamente en el país de acogida.

Pero al parecer, y según cuenta mi madre, surgió un inconveniente no previsto, que modificó en parte los planes hechos. Resultó que la hija mayor de Vicente, entonces una adolescente de 13 ó 14 años, se negó rotundamente a viajar, amenazando con tirarse del barco si la llevaban a la fuerza. La cosa debió ser tan seria que finalmente, Vicente decidió marchar a Argentina en compañía de las otras familias najinas pero dejando a la suya en el pueblo.

Nada sé de los preparativos ni la travesía marítima, pero lo que si está certificado por el CEMLA (Centro de Estudios para las Migraciones Latinoamericanas) es que Vicente Carilla llegó a Buenos Aires el 3 de junio de 1913 a bordo del Infanta Isabel, un trasantlántico construido en Inglaterra y puesto en servicio aquél mismo año, y dedicado al transporte de emigrantes europeos a Uruguay y Argentina (tenía capacidad para dos mil pasajeros). Hacía un año escaso que el Titanic se había hundido, y el Infanta Isabel fue uno de los primeros barcos construido según las nuevas normas que pretendían evitar tragedias como aquél terrible naufragio.

Al desembarcar en Buenos Aires Vicente tuvo que facilitar su filiación. Por ella sabemos que declaró tener 44 años, estar casado, ser ciudadano español, de religión católica y jornalero de oficio, y que había embarcado en Barcelona. No consta lugar de nacimiento, porque al parecer en aquellos años todavía no se les preguntaba a los recién llegados.

Desconozco cuánto tiempo permaneció Vicente en Buenos Aires. Según mi madre, su estancia en Argentina duró poco, dos o tres años. Al parecer mi bisabuelo y sus compañeros de aventura se dirigieron desde la capital a la provincia de Santa Fé, donde existían por aquellos años numerosas colonias agrícolas en las que trabajaban españoles, especialmente cultivando trigo. Es posible que residiera algún tiempo en la ciudad de Rosario, que acogió asimismo en esos años grandes contingentes de emigrantes españoles.

Sin embargo Vicente regresó pronto a España, tras un oscuro episodio que implicó a otro najino. Al parecer Vicente y él trabajaban para un argentino que explotaba carboneras y que murió en extrañas circunstancias, quedando éste otro najino (de quien desconozco el apellido) como dueño de la empresa. Al poco tiempo Vicente regresó a España tan pobre como se había ido, pero el otro najino volvió unos años más tarde y muy rico, aunque para siempre le quedó el apodo de “Matacarboneros”.

A poco de volver a España Vicente Carilla y su familia se fueron a vivir a Huesca, pero mi abuelo Mariano quedó en Lanaja. Vicente vivió el resto de su vida en la capital altoaragonesa.

Ando ahora removiendo on line por los archivos provinciales de Santa Fé, a ver qué aparece por allí. Me intriga especialmente esta historia de “Matacarboneros”, a ver si hay suerte y encuentro alguna referencia.

La información aquí ofrecida ha sido allegada a través del CEMLA y de la memoria familiar transmitida por María Felisa Carilla. La información sobre el Infanta Isabel figura en varias páginas de Internet. Estoy en deuda con Jorge Schussheim, que me puso en contacto con el CEMLA argentino.

La imagen que acompaña el post corresponde al Infanta Isabel.