viernes, 30 de septiembre de 2011

Una víctima entre millones del mercado libérrimo


Al salir de casa ayer por la mañana vi a un hombre de unos 80 años arrastando un carrito de la compra de cierto tamaño. El anciano iba encorvado, caminaba con dificultad, y vestía muy modestamente. Pensé que debía ser un otro abuelo que vive solo, o al que la familia habría enviado de buena mañana a comprar algunos productos alimenticios. Sin embargo, cuando se detuvo frente a un bar y abrió la tapa de la bolsa del carrito resultó que lo que transportaba eran periódicos, supongo que uno de esos diarios gratuitos cuyos expendedores por cierto han desaparecido de la boca de los metros. El carrito no llevaba ninguna identificación, pero le vi claramente tender un flamante ejemplar doblado por la mitad al dueño del bar.

La escena me produjo mucha tristeza y alguna angustia. Un hombre mayor y en no muy buenas condiciones físicas, debe completar su magra pensión (congelada, esquilmada, machacada) arrastrando un carro de la compra lleno de ejemplares de un diario que en definitiva, no es más que un vehículo de propaganda consumista. Seguramente él no piensa en cosas como esta paradoja aunque sepa que en el periódico se anuncian espectaculares coches de último modelo, rubísimas prostitutas que trabajan en la parte alta de la ciudad y  felices cruceros por el Mediterráneo o el Caribe, cosas en suma que este hombre jamás catará, amén de narrarnos las hazañas de rutilantes futbolistas y de otros ídolos también delirantemente ricos. Todo eso le está prohibido al anciano, no ha sido dispuesto para él sino para otros. El lugar en el mundo que se le ha asignado es repartir de buena mañana ese papel fresco y terso, que casi huele aún a las relucientes máquinas de imprenta de las que ha salido hace apenas unas horas. Veremos con todo, si cuando llegue el invierno será capaz de seguir en la calle empujando su carrito cargado de publicidad engañosa y de noticias estúpidas. 

Entre los sioux cuando un guerrero moría, las mujeres a su cargo (esposa, madre, hermanas e hijas solteras) se cortaban los dedos de la mano derecha. Como nadie se hacía cargo de ellas y no podían buscarse el sustento por su cuenta, morían  de hambre en el primer invierno. Cuando vi ayer al pobre viejo empujando a duras penas el carrito por la acera, me vino a la cabeza enseguida la escena de "Un hombre llamado Caballo" en la que una mujer vaga sola por el campamento sioux nevado llamando a gritos a su marido muerto y caminando a trompicones por la debilidad, hasta caer sobre la nieve y no levantarse más.

En el fondo quizá los sioux eran más caritativos y hasta solidarios que nosotros. La mujer moría en el primer invierno, y se acababan sus penas. Aquí los viejos tienen que seguir empujando el carrito cada día por un puñado de euros que les permitan sobrevivir un mes más, ya que la mierda de paga que reciben tras una vida de explotación laboral no les da ni para eso.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Querido Joaquim. Con que ternura y enorme sensibilidad tratas a este pobre abuelito.
Lo mas triste es que hay muchos como él y que la sociedad capitalista, está "preparada" para mandar a los viejos a sitios donde los maltratan o los dejan morir de hambre. Eso cuando no tienen que soportar el desprecio de la propia familia.
El viejo no vale nada. No es ya persona. Tenia que haberse muerto antes de ser una molestia y producir gastos por sus achaques.

Corre un bulo de que un viejo no necesita dinero, no tiene gastos.
Lo he oido siempre: es un viejo ¿para que quiere el dinero?.
Y les complace creérselo para tenerlos en la indigencia.

Esta sociedad tan egoista ataca siempre al que menos puede defenderse.

Amigo Joaquim tu siempre seguirás denunciando la injusticia, ¡ojalá! hubiera mucha gente como tu.

Un fuerte abrazo
Marian