miércoles, 11 de julio de 2007

Juan Negrín en Barcelona. La resistencia era posible


La presencia en Barcelona de la exposición en torno a Juan Negrín, eminente neurólogo e investigador científico y presidente que fuera del gobierno de la República española entre 1937 y 1939, constituye o mejor dicho, habría de constituir, un acontecimiento cultural y político de primer orden.

Y sin embargo el evento está pasando bastante desapercibido. Probablemente la causa sea el escaso interés que la clase política en general y la catalana en particular, tienen en rescatar la memoria de aquél hombre íntegro y capaz a quien difamaron y calumniaron por igual tanto los capitostes franquistas como algunas distinguidas personalidades republicanas, incluidos varios significados dirigentes de su propio partido, el PSOE.

Fue Negrín hombre de una sola pieza y de profunda lealtad a sus convicciones socialistas y republicanas. Sin embargo, para la historiografía carpetovetónica a sueldo, la que de 1939 a hoy escriben con brocha gorda los plumillas enfeudados a la derecha y también algunos situados en cierta “izquierda moderada”, Negrín habría sido un fanático bolchevique al servicio de la Unión Soviética o bien un pusilánime inepto controlado por los comunistas; nada que ver con la realidad, pues Negrín fue cualquier cosa menos un radical o un títere. Hombre dotado de enorme inteligencia, especial claridad de juicio y sobre todo de una energía que desgraciadamente no abundó en las filas gubernamentales durante el período 1936-1939, su legado es de el quien lo dio todo por la causa por la que se batió uniendo su suerte personal a la de aquellos por quienes de modo voluntario lo apostó todo, arrostrando finalmente su misma desgracia; él, que sólo unos años antes tuvo abiertas de par en par las puertas de todos los honores científicos y mundanos.

Juan Negrín López nació en 1892 en Canarias, en el seno de una familia burguesa y liberal. Estudió medicina en Alemania, y pronto descolló como neurólogo eminente. Discípulo preferido de Ramón y Cajal, formó a su vez a personalidades de talla mundial como Severo Ochoa y Grande Covián. Siempre se sintió muy unido a la cultura alemana y a Alemania, país donde se casó con María Fidelman, una joven de origen ruso, con la que tuvo cinco hijos –sobrevivieron tres- y compartió el resto de su vida.

En 1929 Negrín se afilió al Partido Socialista, donde se alineó rápidamente con el ala centrista de Prieto, su mentor y amigo durante años, lejos de la izquierda “revolucionaria” de Largo Caballero y del ala derecha que encabezaba Besteiro. La llegada de la República en 1931 supuso su pase a la actividad política a tiempo completo. De su entusiasmo y disponibilidad da cuenta una anécdota de aquellos momentos: al parecer, durante la jornada del 14 de abril de 1931 y los días inmediatos siguientes, Negrín, que entonces era uno de los pocos políticos de izquierda con automóvil propio, ofició personalmente de chofer de la nueva clase política republicana, trayendo y llevando a sus principales representantes por todo Madrid. Los años de paz de la II República le consagran como un brillante diputado y uno de los valores ascendentes del PSOE, siempre a la sombra de Prieto.

El golpe de Estado militar del 17 de julio de 1936 desencadena la guerra de España, y Largo Caballero es llamado por el presidente Azaña para dirigir “el Gobierno de la Victoria”. El fracaso del pomposamente llamado “Lenin español” no pudo ser más rotundo; su incompetencia y torpeza fueron factores sino decisivos, sí que contribuyeron seriamente a la consolidación y avance de los rebeldes en todas las esferas durante el período que va de julio de 1936 a mayo de 1937. El conflicto conocido como los “hechos de mayo” de Barcelona –mini guerra civil entre anarquistas y trostkystas de un lado y comunistas y nacionalistas catalanes del otro, librada en la capital catalana en esas jornadas-, vino a demostrar hasta qué punto la nave del Estado iba al garete; Azaña aceptará la dimisión/cese de Largo Caballero y, aunque su deseo era nombrar a Prieto presidente del Consejo de Ministros, será Negrín quien finalmente ocupe el cargo por recomendación del propio Indalecio Prieto.

La presidencia de Negrín se caracteriza por la recuperación del Estado republicano en todos los frentes, incluido el militar. El Ejército Popular es transformado en una fuerza de combate real, y al socaire del esfuerzo bélico se reconstruye el Estado entero en todos sus aparatos: se acaban las milicias, el bandidaje “revolucionario”, los “paseos” y los consejillos locales, se impulsa la producción industrial, agrícola y armamentística y se despliega una acción diplomática racional e intensa. Crecen las compras de armamento moderno especialmente en la URSS, única potencia dispuesta a colaborar con la República en tanto las democracias occidentales se acogen a la farsa de la No Intervención, cuya implantación favorece calculadamente al bando rebelde.

Es en ese marco de reactivación del Estado que para cubrir las múltiples necesidades presentes –la guerra, la primera de ellas- se produce la entrega de una parte de las reservas del Banco de España a la Unión Soviética en pago de la deuda contraída. El profesor Angel Viñas ha estudiado a fondo como se llevaron a cabo esas transacciones, realizadas en beneficio de España y con perfecto ajuste a las normas y usos financieros internacionales, a pesar de toda la porquería que los franquistas han intentado arrojar posteriormente sobre este episodio.

A finales de 1938 el Gobierno decide trasladar la capital de la República a Barcelona, donde los encontronazos de Negrín con el presidente Companys y con las instituciones catalanas serán una constante hasta el final mismo de la guerra. Tras llegar a romper con Prieto incluso en el terreno personal, la relación con Azaña se irá deteriorando hasta volverse casi imposible. Negrín irá quedando personal y políticamente aislado, y a ello no será ajena su decisión de apoyarse en los comunistas –única fuerza republicana disciplinada y organizada en ese momento- y en los militares profesionales. No lo hizo por gusto, obviamente, pero no tuvo otro remedio: su propio partido, el PSOE, estaba por esos días roto en tres grupos organizados distintos y ensimismados en pelearse entre sí.

Como es sabido, y a pesar de todos los esfuerzos del gobierno español legítimo, la superioridad creciente del bando franquista -fundamentada en el armamento, las tropas y los créditos sin límite que obtenía de la Alemania nazi y la Italia fascista-, fue decantando a su favor la balanza en el terreno militar. Negrín lanza entonces la consigna “resistir es vencer”, pensando en prolongar la resistencia republicana hasta que el inminente estallido de un conflicto global en Europa obligara a las democracias occidentales a olvidar su política de apaciguamiento ante los nazis enfrentándose en guerra con Hitler, y convirtiendo a la República en un aliado combatiente.

De hecho, a la luz del testimonio de los propios protagonistas y de las investigaciones históricas sabemos que aún después de la caída de Barcelona la resistencia era posible. En febrero de 1939 se había almacenado en Francia cerca de la frontera grandes cantidades de armamento de calidad, incluidos aeroplanos modernos desmontados, todo adquirido en su momento por el Gobierno español. La entrega de estas armas había sido bloqueada durante meses por los franceses, pero en esas fechas parecían dispuestos a autorizar su transporte a España.

Además, el repliegue ordenado del Ejército del Este a Francia permitía contar con un cuarto de millón de hombres en armas, bien equipados y con experiencia de combate adquirida en el frente de Aragón y en la batalla del Ebro. Hoy sabemos que Negrín había pactado en secreto con el gobierno francés el traslado en barcos de estas tropas con todo su armamento desde los puertos del sur de Francia a la costa valenciana. Ocurre sin embargo que mientras se producían estas negociaciones los “compañeros” del gobierno francés, espoleados por el gobierno conservador de Gran Bretaña, discreto pero auténtico adalid diplomático franquista en todos los foros internacionales desde el inicio mismo del conflicto, negociaban paralelamente con el Gobierno rebelde de Burgos su reconocimiento, que fue lo que finalmente se produjo y paralizó finalmente otro tipo de acciones.

Con todo, en la Zona Centro, que suponía un tercio de la superficie total del país, quedaban un ejército intacto de medio millón de hombres, la marina y los arsenales de Cartagena, y un Madrid convertido en fortaleza inexpugnable contra la cual se habían estrellado los franquistas, sus mercenarios y sus aliados extranjeros. Negrín quiso trasladar el gobierno a Valencia, pero Azaña se negó a regresar a España desde Francia; de hecho, el jefe del Estado se consideró dimitido en cuanto pisó territorio francés. Sólo y casi sin aliados, el presidente del Consejo de Ministros volvió a Valencia y se dispuso a aguantar esos seis meses que en marzo de 1939 le pidió a Azaña y que según calculó de modo acertado faltaban para el comienzo de la Guerra Mundial.

Antes Negrín le había propuesto al todavía presidente Azaña subastar El Prado en Suiza para obtener recursos con los que sostener el esfuerzo de guerra, propuesta a la que el presidente de la República replicó que de llevarse a cabo reuniría a Las Cortes y delante de los diputados se pegaría un tiro, sentenciando con aquella frase famosa que “todas las Monarquías y las Repúblicas del mundo juntas no valen un solo cuadro del Museo del Prado”. Es obvio que Azaña y Negrín nunca se entendieron porque además de tener temperamentos distintos pensaban la guerra contra los franquistas en términos muy diferentes; para Negrín ganar aquella guerra era una estricta cuestión de supervivencia de los españoles, en tanto para Azaña lo que había en juego era un régimen político que él mismo ya había dado por finiquitado a las pocas horas de producirse la sublevación militar, “ganara quien ganara” la guerra.

Del carácter templado y a la vez hedonista de Negrín da cuenta el mismo Azaña en sus diarios narrando su última noche en suelo español, y como Negrín cenó copiosamente en la cocina de la casa que les alojaba; al reprocharle Azaña su apetito en esas circunstancias, en las que no sabían si al cabo de unas horas seguirían vivos o estarían muertos, Negrín le contestó que precisamente comía como lo hacía teniendo en cuenta esa perspectiva. Una anécdota que desvela una fuerza interior que el presidente Azaña había perdido hacía mucho.

La derrota y el exilio fueron especialmente dolorosos para Juan Negrín. El golpe de Estado llevado a cabo por la fronda de traidores encabezados por el coronel Casado –entre ellos, Julián Besteiro- entregó inerme la República a sus enemigos, quienes pronto hicieron pagar al pueblo español el sueño de libertad inaugurado en 1931. Poco después la guerra mundial machacó a los que habían logrado huir del desastre, aventando más lejos aún a los afortunados y acabando con la vida o la libertad de los que quedaron atrapados en suelo francés al producirse la invasión nazi.

Negrín y su familia lograron llegar a México gracias al presidente Lázaro Cárdenas, el salvador de tantos refugiados españoles de toda condición. A la amargura del exilio hubo de sumar la que le produjo su propio partido, controlado en la postguerra por los prietistas, que acabaron por expulsarle. Se abre así una etapa singularmente difícil para Negrín, que terminará por retirarse de toda actividad política y pública y vivirá sus últimos años en Londres, donde se le declara una afección cardíaca que a la postre acabará con su vida en París, ciudad en la que fallece de un ataque al corazón en noviembre de 1956.

La mejor biografía escrita sobre Negrín es “Juan Negrín. La República en guerra”, de Ricardo Miralles (Temas de hoy. Madrid 2003).

Antes de morir Negrín cometió dos errores políticos considerables, que sin embargo hablan del talante generoso y honesto de este verdadero estadista y, sobre todo, hombre bueno. El primero de esos errores fue que al producirse la retirada de embajadores de Madrid y ser sometido el régimen franquista a aislamiento internacional, Negrín se pronunciara en público abiertamente contra esas sanciones, que según él no debilitarían al régimen franquista y sí recaerían por el contrario con toda dureza sobre las espaldas del pueblo español, como así fue realmente.

Su segundo gran error consistió en que harto de las calumnias lanzadas sobre él por el régimen franquista y sus voceros –entre ellos, y de modo significado, Manuel Aznar, periodista de cámara de Franco y abuelo del ex presidente del Gobierno José María Aznar- a cuenta del llamado “Oro de Moscú”, Negrín envió a Franco los originales de todos los recibos y documentos que avalaban aquellas operaciones y que demostraban su limpieza; evidentemente, no sólo no se rectificaron las insidias ni se dio publicidad a los documentos, sino que lo más probable es que fueran destruidos de inmediato por orden del propio Franco.

Juan Negrín forma parte del patrimonio colectivo de un pueblo que, desgraciadamente, pocas veces ha tenido la oportunidad de ser conducido por una personalidad tan brillante y competente como el doctor Negrín. Hoy, iniciado un nuevo siglo y con la democracia española consolidada, una exposición itinerante rinde homenaje a su memoria y algunas voces en el Partido Socialista comienzan a reclamar no ya su rehabilitación, que no la necesita, sino su ubicación definitiva entre las grandes figuras del partido, de la causa del socialismo y en definitiva de la lucha por la libertad, la democracia y la justicia social.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los grandes hombres siempre han sido vilipendiados por los mediocres. La envidia es muy mala consejera.
¿Aznar? de tal palo tal astilla.

Joaquim dijo...

Así es Marian, en España somos especialistas en hundir grandes hombres y encumbrar mediocres en su lugar...