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miércoles, 10 de marzo de 2010

Lecciones de una nevada sobre Barcelona


Una nevada que en los países del centro y norte de Europa habría pasado casi inadvertida, ha generado un extraordinario caos en Catalunya y singularmente, en el área metropolitana de Barcelona. Es evidente que las infraestructuras del país no están a la altura del fenómeno metereológico acaecido, y habrá que empezar por ahí a la hora de ensayar soluciones más que de buscar culpables, pero esa es sólo una faceta del problema. Hay más, y vamos a intentar relacionarlas aquí.

En primer lugar, es obvio que existe cierto cálculo cínico por parte de las instituciones públicas y sobre todo, de sus responsables técnicos, lo que a la larga acaba propiciando desastres como el comentado; tanto va el cántaro a la fuente, que llega el día en el que se rompe. Me explicaré. Hace algunos años, pregunté a un arquitecto barcelonés con cargo de responsabilidad en la administración local, persona por lo demás muy competente y de buen juicio general, la razón por la cual en Barcelona no existía ningún tipo de exigencias oficiales en la construcción de nuevos edificios en orden a la protección contra posibles movimientos sísmicos. El hombre me contestó con toda tranquilidad, que la posibilidad de que acontezca un terremoto de cierta intensidad en nuestra ciudad es tan remota y que probablemente tardará tantos años en producirse, que no vale la pena perder tiempo y dinero tomando medidas contra él; cuando pase pasará, punto. Esta es la visión de la jugada de nuestra Administración en éste y en otros temas semejantes. Ayer mismo oí en la radio a un responsable técnico responder con todo desparpajo que dado que no es habitual que en Catalunya se produzcan nevadas como la habida hace un par de días, no vale la pena disponer de unos medios para contrarrestarla que permanecerían inactivos durante mucho tiempo. Es fácil comprender pues que con este espíritu de nuestros responsables públicos, la meada de un ángel pueda convertirse fácilmente en el Diluvio Universal.

Al lado de esta manifiesta irresponsabilidad pública sumen unas infraestructuras obsoletas, en manos de rapaces empresas monopolísticas que no gastan un céntimo en mantenimiento: cae una nevada de alguna intensidad, y automáticamente se colapsan las carreteras; sopla un ventarrón un poco más fuerte de lo normal, y vuelan por los aires las torres y los cables de alta tensión; llueve durante una tarde, y el transporte público de superficie se paraliza, los semáforos dejan de funcionar y el metro se convierte en un lago subterráneo; las comunicaciones telemáticas se saturan y bloquean apenas coincide una cantidad de usuarios más alta de la habitual llamando por teléfono o intentando entrar en determinado sitio web. Los ejemplos son innumerables. Servicios tercermundistas a la española, de los que en Catalunya gozamos de modo singular a pesar de pagar por ellos vía nuestros impuestos como si fuéramos verdaderos potentados.

Y por último, pero no los últimos en cuanto a responsabilidad, quedamos los ciudadanos. Los ejemplos de la estulticia de tantos supuestos "homos sapiens" en relación con este asunto, son igualmente múltiples y asombrosos: miles de imbéciles se montan en su coche para ir a ver nevar en las montañas, a pesar de las advertencias públicas en sentido contrario, colapsando las carreteras y hasta las autopistas; centenares de miles de alienados insisten en circular en vehículo privado por calles impracticables, sólo por el placer de continuar con sus hábito cotidiano de desplazarse dentro de su privadísimo cacharro de cuatro ruedas; otras legiones de indigentes mentales se lanzan a criticar a las administraciones públicas por no ser capaces de garantizar que el Dios Automóvil pueda seguir circulando libremente bajo cualquier circunstancia, sea ésta una nevada, un bombardeo atómico o el Día del Juicio Final. Esta es la sociedad que tenemos y que entre todos hemos ido conformando.

Por todo ello me temo mucho que nadie va a sacar lecciones de la nevada, y que en todo caso a nadie le interesa verse obligado a cambiar aunque fuera mínimaente sus hábitos, costumbres y esquemas mentales en relación con estos temas. Como decía el arquitecto al que aludía al comienzo, la posibilidad de que haya un terremoto (o una nevada más o menos fuerte) en Barcelona es tan remota, que no vale la pena considerarla. Y total, cuando nieve ya nos quejaremos a gritos, siguiendo el conocido exabrupto italiano: "piove, porco governo!".

En la imagen que ilustra el post, coches circulando por el centro de Barcelona en medio de la nevada del pasado día 8 de marzo.

martes, 12 de mayo de 2009

Automóviles para unos cuantos, pagados con el dinero de todos


El presidente Rodríguez Zapatero acaba de anunciar en el debate sobre el Estado de la Nación una medida -entre otras- que dará que hablar en días venideros, que constituye el no va más en el culto a ese becerro de oro que es el transporte privado encarnado su fetiche contemporáneo por excelencia, el automóvil.

Resulta que el el gobierno español y las comunidades autónomas subvencionarán conjuntamente y con un total de 2.000 euros (¡dos mil euros, señoras y señores, con la que está cayendo!), la compra de automóviles por particulares. Ni siquiera se ponen condiciones que redunden en una mejora de la calidad ambiental, masacrada por la polución que producen millones de autómoviles circulando sin cesar en nuestras ciudades y carreteras. El dinero para las subvenciones saldrá, naturalmente, de fondos públicos, es decir de los impuestos que obligatoriamente pagamos todos, incluidos quienes no conducimos vehículo alguno y por tanto en nuestros desplazamientos usamos exclusivamente el transporte público.

Dicho en corto, el gobierno español ha decidido detraer 2.000 euros de otras inversiones -cualquiera de ellas más necesaria, sin duda-, cada vez que un ciudadano español tenga el capricho -la necesidad no existe en este caso, salvo contadísimas excepciones- de comprarse un pedazo de chatarra con ruedas mediante el cual seguir contaminando a todo trapo, poner en riesgo la vida de los demás (la suya propia es su problema) e incrementar un poco más los problemas de movilidad ciudadana, promocionando de paso el individualismo feroz y las conductas incívicas directamente asociados a la conducción privada, como explicará cualquier psicólogo.

Vivimos un momento histórico en el que los gobiernos se sienten condicionados por una crisis no tanto económica como de paradigma, como dice Josep Ramoneda, a la que pretenden sobrevivir sin tocar el modo de producción vigente ni sobre todo, la mentalidad ultraconsumista, que tantos esfuerzos y años ha costado inocular en las clases populares. Así, huyendo irresponsablemente hacia adelante y en lugar de intentar racionalizar el consumo desaforado de ciertos bienes (caso de la vivienda y el transporte), impulsando políticas públicas de contenido social en torno a ellos, nuestros gobiernos de izquierdas o de derechas se lanzan en brazos del populismo más zafio y televisivo y reparten alegremente subvenciones al consumo privado, en la confianza de que además de contentar a la masa están haciendo lo único posible para reactivar la economía.

Para mayor disparate se lanza la propuesta en plena campaña de la Declaración de Renta, mientras quienes percibimos ingresos exclusivamente a través de rentas del trabajo y por nómina tenemos que hacer frente a obligaciones fiscales a las que no podríamos escapar aunque quisiéramos, que sin embargo son alegremente eludidas por una masa considerable y creciente de ciudadanos de casi todos los estratos sociales, especialmente los integrados en las clases más pudientes.

En la fotografía, vista panorámica del recinto de la Feria de Barcelona, durante el Salón del Automóvil de 2008 (web de Notodocoches).

jueves, 30 de agosto de 2007

Fuera ciclistas de las aceras


Esta semana ha entrado en vigor la nueva Ordenanza municipal de circulación en Barcelona, que entre otros aspectos limita el derecho de pernada sobre las aceras del que hasta ahora han disfrutado los ciclistas, merced a la estúpida permisividad con que les obsequió el anterior gobierno municipal. Veremos si aún se está a tiempo de reparar el daño hecho en la conciencia cívica de esta gente.

Según parece, a partir de ahora los ciclistas sólo podrán circular por los carriles señalados a tal efecto en las aceras, sin invadir el espacio reservado a los peatones. En todo caso, no habrá carril bici en aceras de menos de tres metros de ancho, y se reafirma la prioridad del peatón sobre el ciclista en el uso de la acera.

Claro que las sanciones para los bestias a pedales no superarán los 30 euros. Y uno no se imagina a la Guardia Urbana barcelonesa multando vehículos que ni siquiera llevan matrícula. Así que mucho me temo que vamos a continuar más o menos igual.

Vista además la agresividad que los émulos urbanos de Induráin van desarrollando -hace apenas unos días un redactor de El Periódico de Catalunya y su esposa fueron atacados a puñetazos por un ciclista sin mediar palabra ante su negativa gestual a cederle el paso-, los peatones vamos a tener que comenzar a pensar en acciones de resistencia pasiva ante los vehículos de tracción animal que nos acosan. Hay que defender el único espacio público de la ciudad que nos está reservado y en el que se supone que deberíamos estar seguros.