Que existió un judío llamado Joshua ben Joseph (a quien nosotros llamamos Jesús), nacido unos cuatro o cinco años antes del inicio oficial de la era actual, es un hecho histórico. Las fuentes romanas conservadas apenas se refieren a él, y ello por dos razones: la primera, porque su existencia no tenía el menor interés para los romanos, gente práctica a quienes las disputas religiosas en una lejana y secundaria provincia les traían al pairo; y segunda, porque en los siglos posteriores al triunfo de la Iglesia católica tras su matrimonio de conveniencia con el cesarismo constantiniano, los rectores de la secta se dedicaron afanosamente a borrar cuantas huellas documentales reales habían quedado, dado que en todas ellas quedaba contradicha la tesis de la divinidad del sencillo predicador judío, posteriormente convertido (a partir el siglo III d. C.) en dios enviado a la Tierra.
Cada vez que él Estado de Israel se enfada con la Iglesia católica saca a relucir algún aspecto que documenta la muy terrenal vida de Jesús. Hace un par de años, sin ir más lejos, los arqueólogos israelíes presentaron una arqueta funeraria con la inscripción “Santiago, hermano de Jesús, hijo de José” (la foto salió en todos los diarios), datada como plenamente contemporánea de Jesús y que venía a confirmar algo ya documentado incluso en los mismos evangelios canónicos: que Jesús tuvo hermanos (y también hermanas) carnales. Los israelíes tienen muchas más cosas relacionadas con Jesús, algunas de ellas muy definitivas, pero difícilmente las sacarán a la luz pública si el Vaticano no les obliga.
Como decía, de Jesús se saben muchas más cosas de las que le interesan a la Iglesia católica, sobre todo gracias al casi centenar de evangelios llamados apócrifos, algunos casi contemporáneos de este hombre y la mayoría bastante mejor documentados que los evangelios canónicos, los reconocidos oficialmente por la Iglesia, pues ninguno de éstos últimos fue escrito antes del siglo II (el del supuesto Marcos, el primero, es del año ciento y pico; el resto, muy posteriores).
¿Quién fue realmente Jesús? Para los romanos, un don nadie, uno más de los alrededor de 40 predicadores de todo pelaje que recorrían la Palestina de la época. Le creían hijo de un mercenario griego, un tal Pantheras -lo que explicaría ciertos pasajes acerca de su concepción y el papel jugado por su padre putativo, José-, que le habría transmitido fundamentos de filosofía griega que Jesús habría refundido con una pretensión reformadora de la rama farisea del judaísmo. La inspiración reformista del judaísmo que profesaba Jesús proviene directamente de los esenios, una comunidad que vivía junto al Mar Muerto y que en los Manuscritos de Qunram nos ha legado lo esencial, en sentido literal, de la prédica religiosa de Jesús. El retiro al desierto de Jesús en el comienzo de su predicación sugiere una estancia en algún centro de ese grupo, y desde luego Juan (llamado el Bautista), su primo carnal y guía espiritual, debió de pertenecer sin duda a un sector radical esenio. Uno de esos manuscritos -que los israelíes conservan y administran celosamente en el Museo del Libro de Jerusalén, que visité hace diez años-, contiene, por cierto, literalmente el Sermón de la Montaña… escrito cien años antes del nacimiento de Jesús.
Los judíos religiosos tomaron a Cristo por un hereje que destrozaba algunos fundamentos de su religión, y los judíos nacionalistas por un charlatán pusilánime frente a los romanos. Su futuro ante su gente era pues muy negro. Cuánto tiempo vivió Jesús y cuánto tiempo predicó, no lo sabemos. Parece que efectivamente fue crucificado cuando contaba entre treinta y muchos y cuarenta años, una edad que en la época significaba el tránsito de la madurez a la ancianidad. En ese momento, el pequeño movimiento en torno a Jesús estaba ya en decadencia, abandonado por quienes habían pensado que Jesús podía ser el líder que cambiara las cosas (la fábula de la entrega de Judas parece apuntar en ese sentido); mayor, cansado y fracasado, Jesús fue presa fácil de sus enemigos religiosos y personales, que abundaban entre su propia secta, los fariseos. Cuando fue ajusticiado, Jesús que nunca había sido gran cosa, estaba prácticamente acabado.
Sin embargo, treinta o cuarenta años después de su muerte, Jesús “resucita” de la mano de Pablo de Tarso, un judío helenizado y con nacionalidad romana. Es Pablo quien inventa el Jesús-dios, lo que escandalizó sobremanera al pequeño grupo de seguidores que seguía liderando Pedro, sucesor y guardián de la memoria del Jesús Profeta, aquél que cuando le preguntaban quién era respondía simplemente que el hijo de un hombre. Ese dios encarnado, martirizado y resucitado responde a tradiciones religiosas mesopotámicas y egipcias (los cultos a Mitra y Osiris, respectivamente), lo que explicaría la rápida difusión del culto a Jesús en el Próximo Oriente y Egipto y su dificultosa penetración en Occidente. En suma, Pablo de Tarso fue el inventor de Jesús Cristo (el Jesús Ungido) como Mesías con proyección universal más allá del estrecho margen de la religión judaica, en la que se mantenían Pedro y los suyos.
La lucha feroz entre estas dos tendencias y la victoria de la mundana y universal encarnada por Pablo sobre la judaica y provinciana de Pedro, es lo que determinó el futuro de una religión que años más tarde se llamaría Cristianismo. Pero esa es otra historia, y desde luego nada tiene que ver con el Jesús de carne y hueso que murió en una cruz y cuyos restos, algún día, si las cosas se ponen políticamente muy difíciles para el Estado de Israel por causa de la Iglesia católica, acabarán siendo mostrados públicamente por los arqueólogos israelíes.
Para quien quiera obtener información veraz y contrastada, hay tres libros imprescindibles:
"La sinagoga cristiana", de José Montserrat Torrens, ex cura y especialista de nivel mundial en los orígenes del cristianismo, que presenta y explica con todo detalle y apoyo documental.
"Mentiras fundamentales de la Iglesia católica", de Pepe Rodríguez, un recorrido histórico por la fabricación continua de la doctrina cristiana a lo largo de los siglos.
"Jesús, una aproximación histórica", de Jesús Pagola, sacerdote católico. Un cura especialista se ha atrevido a explicar hacia afuera lo que todos saben dentro de la jerarquía católica: que la Iglesia es una construcción muy posterior a la existencia de un hombre llamado Jesús.
Y un blog apasionante, el del catedrático de lengua y literatura del cristianismo primitivo Antonio Piñero, cuya producción documentada en torno al tema es simplemente inagotable:
http://blogs.periodistadigital.com/antoniopinero.php
http://blogs.periodistadigital.com/antoniopinero.php
La imagen que encabeza el post es la de uno de los manuscritos esenios hallados en Wadi Qumran.
1 comentario:
Ya vale de que nos digan lo que podemos y lo que no podemos leer no??
Cada uno que saque sus propias conclusiones, Jesus una aproximacion historica, es un pedazo de libro que yo recomiendo encarecidamente.
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