
Abróchense los cinturones y recen lo que sepan; comienza 2009.
Este podría ser el contenido del primer anuncio televisivo del año, si lo hubiera encargado el Partido Popular español. Lo cierto es que las previsiones emanadas por fuentes diversas a nivel tanto mundial como español no son precisamente optimistas.
En lo que hace a la política internacional, las motivos para la alegría no son muchos. Eso sí, se va George Bush -habrán visto que en un arranque de "optimismo antropológico", un servidor daba como fecha de fin de mandato el 31 de diciembre pasado, cuando la presidencia de Bush expira en realidad dentro de dos semanas-. Sin embargo en Oriente Próximo la situación empeora por momentos -lo cual tiene verdadero mérito, habida cuenta de la gravedad y profundidad histórica de esa crisis-, en Europa la Unión es cada vez más una olla de grillos sólo interesados en rebatiñar dinero, en Africa se extiende el hambre, la guerra y la opresión neocolonial, en América Latina crecen las masas de desesperados entregadas al populismo apayasado y fascistoide, y en el mundo en fin se ha instalado, quizá por mucho tiempo, esa ficción llamada "terrorismo global" mediante la cual el Imperio pretende imponer su dictado urbi et orbe.
En España, y más allá de una crisis económica virtual que ha terminado por afectar a la economía real -ya saben cómo funciona el asunto: se asusta al ciudadano/consumidor, éste se retrae de gastar, el comercio disminuye ventas y sube precios, el consumidor gasta aún menos, los fabricantes comienzan a despedir gente al no poder colocar sus productos, y así sigue gira que te gira la rueda infernal-, existe una crisis crónica que afecta al modo en que se vive un sistema social y político que hace aguas por todas partes, y que se va parcheando como mejor se puede. Desde la financiación autonómica a la credibilidad de las instituciones, desde la corrupción entendida como atajo hacia el éxito social hasta el embrutecimiento de masas a través de los llamados "espectáculos deportivos", desde la anomia cultural de muchos ciudadanos hasta la inanidad intelectual e incluso funcional de una "clase política" de saldo, en España hay sustrato de sobra para que "el estado de crisis" se sienta a gusto, eche raíces y decida quedarse aquí por mucho tiempo.
Claro que todo será siempre poco en comparación con las previsiones apocalíticas del PP, un partido para el qual la explosión de una central nuclear a las puertas de una gran ciudad española sonaría como un coro de ángeles anunciándoles su triunfo en las siguientes elecciones generales. Esperemos con todo, que algún rastro de conciencia cívica y de los propios intereses quede entre nuestros conciudadanos, y que un año más, la derecha española muerda el polvo en las sucesivas convocatorias electorales de modo que por el bien de todos, siga alejada de los centros de decisión política del país.