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lunes, 28 de febrero de 2011

Josep Dencàs regresa a Catalunya



En la edición de Catalunya de ayer lunes hay una entrevista que le retrotrae a uno en el túnel del tiempo. Concretamente hasta los años treinta, cuando lo que entonces se llamaba "el Orden Público" y hoy denominan "la seguridad ciudadana", estaba en Catalunya bajo la (ir)responsabilidad de un individuo llamado Josep Dencàs, conseller (ministro) de Gobernación (hoy diríamos Interior) de la Generalitat republicana catalana.

El tal Josep Dencàs fue un elemento de cuidado. Dirigente de Estat Català (el sector literalmente fascista del independentismo catalán de la época), máximo jefe de los tenebrosos "escamots" (escuadras) paramilitares de "camises blaves" (camisas azules) de Estat Català, protector de los hermanos Miquel y Josep Badía (dos significados sicarios, que desde la dirección de la policía autonómica catalana dirigieron el pistolerismo antisindical nacionalista), y en fin, agitador extremista cuya hoja de servicios concluyó abruptamente el 6 de octubre de 1934, cuando tras fracasar la asonada independentista huyó del palacio de la Generalitat a través de las alcantarillas, apareciendo una semana después a la derecha de Mussolini en el balcón de Piazza del Popolo desde el que el Duce arengaba a sus secuaces. Una joya, el señor Dencàs. Pues leyendo la entrevista que publica hoy El País, se diría que Dencàs ha regresado a la Patria reencarnado en la figura de Felip Puig, actual conseller de Interior en el flamante gobierno de la Generalitat formado recientemente por la derecha nacionalista catalana.

Quede claro desde el principio que en sus primeras semanas al mando de policías y bomberos catalanes, Felip Puig no ha perdido el tiempo, eso es seguro. De Puig ya eran conocidos de antiguo sus exabruptos cuarteleros, su desprecio hacia la izquierda y sus valores, y su inquina contra los inmigrantes en general y los españoles en Catalunya en particular. Su mentalidad y maneras no han cambiado. Las primeras actuaciones del señor Puig, ya pregonadas antes de tomar posesión del cargo, han sido eliminar las cámaras de filmación de las comisarías de los Mossos d'Esquadra y derogar el Código Ético de esta policía autonómica, medidas ambas aprobadas por el Gobierno tripartito de izquierdas precedente con objeto de atajar los abusos (por llamarlos finamente) detectados en las comisarías catalanas. Los cambios revanchistas de Puig no se han frenado ahí, y puestos a derogar ha anulado la limitación de velocidad a 80 km/h en los accesos a Barcelona. Por derogar ha derogado incluso el mobiliario de despacho instalado por su antecesor, Joan Saura, del partido post-comunista IC, que ha sustituido por completo a pesar de la austeridad monacal en los gastos que predica el nuevo conseller.


Para Felip Puig, el rojerío que le precedió en la conselleria "se había impuesto una cierta complicidad con la transgresión al límite de la ley. La gente nos pedía que marcáramos los límites". Según Puig, Joan Saura y sus bolcheviques "no consideraban necesario tener una buena policía". Ya hace tiempo que de modo especial, Puig le venía afeando a su antecesor la impunidad de la que presuntamente han gozado okupas y otros maleantes por el estilo en la etapa del Tripartito de izquierdas. Y es que ya se sabe que la cabra roja tira al monte, y que no hay rojo que no se sienta solidario con un delincuente. Ocurre que probablemente Puig y Saura (y con él, este servidor de ustedes) no acaban de coincidir en la definición del término delincuente: para el actual conseller de Interior sólo lo son los greñudos okupas, y nunca los atildados caballeros de la "sociedad civil" catalana que se dedican desde hace décadas a saquear los fondos públicos del Palau de la Música y a recaudar el 3% del coste de toda obra pública contratada en Catalunya, ingresando esas jugosas comisiones en las cajas B de Convergència Democràtica de Catalunya, el partido del señor Felip Puig, quien por cierto ha ejercido en él como secretario de Organización amén de otros destacados cargos.

Pero Puig va más lejos. Mucho más. Cuando el periodista Jesús García le pregunta "cómo afrontarán los Mossos d'Esquadra bajo su mandato la amenaza islamista radical" el señor conseller al mando contesta que evitando que arraiguen los focos que promueven un determinado sistema de valores, caso del islamismo radical. E inmediatamente añade: "también tenemos un neoanarquismo revolucionario que está activo. Los Mossos están en esos frentes". Es decir, equipara, metiéndolos en el mismo saco, a grupos terroristas de carácter políticorreligioso reaccionario con colectivos legales y legítimos que sustentan convicciones políticas contrarias a las suyas. Puig considera que ser revolucionario le convierte a uno en objetivo policial. Está claro que lo que a Felip Puig le encantaría es meter en cintura a los anarquistas y a la izquierda en general siguiendo el acreditado método de Dencàs y los Badia.

Pues este tipo es quien tiene a su cargo la seguridad ciudadana de los catalanes. Una seguridad que en Barcelona comportará en breve la retirada de dos mil policías autonómicos, quienes por iniciativa de Felip Puig se "replegarán" fuera de la ciudad a menos de tres meses de las elecciones municipales: un modo artero de fomentar la sensación de inseguridad entre la ciudadanía de la urbe esperando que perjudique a la izquierda que gobierna la ciudad. Y es que Barcelona, la Gran Babilonia según los nacionalistas reaccionarios catalanes, nunca ha gustado a los "camises blaves".

En la imagen que ilustra el post, Felip Puig mitinea delante de la bandera independentista catalana inventada en Cuba a finales del siglo XIX por comerciantes y propietarios de esclavos catalanes.

viernes, 14 de mayo de 2010

La patronal catalana propone liquidar el Estado



El Fomento del Trabajo Nacional es la patronal histórica catalana. Actualmente se llama Foment del Treball, pero esto es pura travestización aggiornadora de sus orígenes e ideología. Dirigentes y afiliados del Fomento de los años 20 y 30 del pasado siglo contrataban pistoleros que asesinaron sindicalistas por centenares en las calles de Barcelona, y la misma organización patronal animaba y financiaba a sicarios como el gobernador Martínez Anido, el inventor de la célebre "Ley de Fugas" (mediante la cual los obreros detenidos eran liquidados a balazos cuando supuestamente intentaban huir, en ocasiones maniatados y con grilletes en los pies, de las Fuerzas de Orden Público).

Los tiempos cambian, y las patronales se ponen al día. Luego de la etapa dorada del franquismo (ya saben, los tiempos del Sindicato Vertical para los trabajadores, la Modelo para los disidentes y el fusilamiento en el Camp de La Bota o los fosos de Montjuïc para los recalcitrantes), el Fomento se convirtió en Foment, abrazó la moderación en versión catalanista o españolista, según gobiernos ejercientes, y comenzó a impartir doctrina económica y social. Su actual presidente, don Juan Rosell, es asimismo vicepresidente de la Patronal de Patronales española, la CEOE, o sea que un pedo que se tiren en el Foment en Barcelona seguro que resuena en la sede madrileña del empresariado español. Por cierto, el local del Foment está situado en Via Laietana, casi enfrente de la famosa comisaría en la que reinaba "la Secreta" (la Brigada Político-Social), por cuyos sótanos desfilaron en tiempos del Generalísimo tantos obreros descarriados que osaban plantar cara a los empresarios del Foment.

El caso es que el señor Juan Rosell si de algo entiende es de economía. O no. Juzguen ustedes mismos.

En declaraciones que recoge hoy "El Periódico de Catalunya", el señor Rosell "reclama un adelgazamiento del sector público español, así como la puesta en práctica de medidas que hagan más eficaz el funcionamiento de las administraciones públicas". O sea que el presidente de los patronos catalanes considera que el Estado está gordo y que hay que ponerle a dieta. Para hacer boca, o mejor dicho, para estrecharla, el "Capo de tutti capis" catalán propone "la posibilidad de reducir ayuntamientos, mancomunidades y otros niveles de administración que generan un alto coste a los contribuyentes". Pues venga, fuera ayuntamientos, mancomunidades, diputaciones, consejos comarcales y lo que haga falta. Todo sea por el adelgazamiento.

Pero el señor Rosell es hombre de miras muy amplias, y no se queda ahí. "No tengamos miedo a plantear cosas que antes eran impensables. Es hora de arriesgar", nos anima este pozo de sabiduría. "Rosell fue también muy crítico con el modelo de gasto social actual", continúa el diario. El gasto social es el cáncer que impide el desarrollo del libre mercado; el Estado y su manía de dilapidar el dinero en beneficio de las clases trabajadoras, ya saben. Pues nada, para extirpar el tumor hay que meter bisturí, radiación, y pistola. Perdón, lo último se me ha escapado; es que Martínez Anido hablaba en sus tiempos de "extirpar el proletariado que nos desafía" o algo así, y se me fue la cabeza. Nada de pistolas: Rosell es un caballero moderado, y se conformaría con irradiar a los sindicatos hasta convertirlos en un churrasco. Y luego subastar el Estado en Ebay, o algo así.

Pero lo mejor, como en todas las historias, es el final. Dice Rosell para concluir que "los parados han de convencerse de que son trabajadores del Estado y hay que obligarles a formarse o a prestar servicios en la Administración, por ejemplo en tareas de dependencia". Acabáramos. Los parados contemplados no como "el ejército de reserva del capitalismo", según decía aquel alemán barbado, judío y quizá masón, sino como funcionarios a sueldo del Estado. Y funcionarios que no se están ganando el pan que comen, según Rosell. Hay por tanto que poner a trabajar a los parados, sí, pero en la Administración. O sea, lejos de la empresa privada. La teoría de Rosell puede resumirse en que el parado es como un zurullo: una vez expulsado del recto patronal debe ser recogido por el Estado, quien se lo quedará en sus manos para siempre jamás. A eso se le llama visión de futuro.

Ocurre sin embargo que aquí el señor de las barbas al que aludía antes encontraría en el discurso de Rosell una de esas cosas que él llamaba "contradicciones". Porque señor Rosell, seamos serios, si adelgazamos al Estado hasta dejarlo en los huesos, como si fuera un fakir a orillas del Ganges ¿cómo coño va a hacerse cargo entonces ése mismo Estado de los parados que ustedes, amigos del Fomento y la CEOE, están defecando por millones?.

¡Cuánto más claras y fáciles eran los cosas en tiempos del añorado Martínez Anido!.

La fotografía que ilustra el post muestra a un grupo de personas depositando flores en el lugar de la calle de la Cadena de Barcelona en el que en marzo de de 1923, fue asesinado Salvador Seguí, "El Noi del Sucre", dirigente anarcosindicalista muerto por pistoleros del llamado Sindicato Libre, que actuaban a las órdenes de Fomento del Trabajo Nacional y protegidos por el gobernador civil, general Martínez Anido.