
Comida familiar celebrando mi cumpleaños en un viejo y popular restaurante barcelonés. En una mesa cercana come un grupo de personas, pura "sociedad civil catalana". De repente se aparece a los presentes el politico más guapo -o eso se creen él y su madre- que respira en la política nacionalista catalana; saluda efusivamente a la mesa de burgueses sesentones, y sigue su camino a toda velocidad rumbo a un reservado. Les juro que por su gestualidad y expresiones, he pensado durante unos segundos que el tipo en cuestión era en realidad el sosias que sale en el programa humorístico "Polònia", y no la aparición en carne mortal del político presuntamente heredero del legado patriótico catalán.
Terminada la comida, nuevo revuelo en la sala. Esta vez es un político del PP el que cruza el comedor desde el reservado, saliendo a escape. Para más señas, añadiré que este caballero acaba de ser defenestrado en el recientemente celebrado congreso pepero catalán. El tipo gana la calle con buen juego de piernas en medio de cierta rechifla general y algún conato de silbido, al que él responde con la más idiota de sus sonrisas.
Lo verdaderamente interesante del asunto es que el defenestrado pepero y el guaperas nacionalista han comido juntos. Como quien dice, uno viene de ganar su congreso y él otro de perderlo. ¿Qué diablos tendrán que decirse estos dos? ¡Qué andarán conspirando? Seguramente alguna putadita contra el gobierno tripartito catalán de izquierdas. Ya sabemos que les une "el modelo de sociedad" -en cristiano: que ambos son lacayos del capitalismo en su versión más cutre y provinciana-, pero se supone que uno de ellos ama a España por encima de todas las cosas y el otro muere por una Catalunya soberana. ¿No será que esos amores son una filfa?. ¿No será que ambos no son más que dos guiñoles televisivos que fingen patrias enfrentadas, cuando lo único que verdaderamente les interesa a ellos y a sus amos es el sonido de la caja registradora?.