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lunes, 8 de marzo de 2010

8 de Marzo, Día de la Mujer Trabajadora

Hoy es 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Bueno, al menos antes los 8 de marzo eran el día en que se conmemoraba la lucha de las mujeres trabajadoras por la igualdad y la emancipación de sexo y clase.

Pues resulta que ya no. Según los medios de masas y nuestros políticos de todos los colores, hoy se celebra el Día Internacional de la Mujer. Se les ha caído el calificativo "trabajadora", quizá porque como en la "economía de mercado" -antes sistema capitalista- ya todos somos clase media, habiéndose extinguido por arte de birlibirloque las clases trabajadoras y populares, pues eso, que no ha lugar a la existencia de mujeres trabajadoras y ya sólo hay mujeres a secas.

No piensen que la pérdida del calificativo es inocente, ni mucho menos. La desaparición del concepto "trabajadora" da mucho juego en orden a la promoción de la alienación colectiva de las conciencias. Permite por ejemplo, difundir la especie de que la abolición de la Ley Sálica y que por consiguiente, el que una hembra Borbón pueda llegar a reinar en España si nació antes que un varón Borbón, representa en sí misma un gran paso adelante en la igualdad entre los hombres y las mujeres de este país; como si el verdadero progreso en este terreno no fuera el abolir de una vez esa institución discriminatoria por definición para todos y todas que es la monarquía. O que la posibilidad de que una señora pueda ingresar en el Ejército español y llegar a ser general (generala, para ser políticamente correctos), significa per se un avance increíble en cuanto a la igualdad de oportunidades laborales entre hombres y mujeres, cuando en realidad es simplemente una forma de engrosar las filas de una institución reaccionaria, desprestigiada y con una carencia crónica de efectivos. Por ese camino tramposo y lleno de desfachatez algún alucinado puede llegar a intentar vendernos que la existencia de señoritas toreras (otra vieja profesión masculina y macha) o de mujeres en la dirección de ETA o de la Falange, son indicadores de cuánto ha avanzado la liberación de la mujer en España. Y realmente, si esos son los indicadores, significa que nos queda mucha mixtificación por desmontar y mucho trecho por recorrer en materia de liberación de la mujer y de su consideración en pie de igualdad real con los hombres.

Es así como en este Día de la Mujer (ex Trabajadora) se vienen dando premios a tutiplén a ejecutivas, empresarias, catedráticas, políticas con cargo y otras damas de traje-chaqueta y bolso a juego. Ni un ama de casa ni una obrera de cadena de montaje. Sin ir más lejos, en los premios "Rosa Manzano" de este año (los premios gubernamentales "de izquierdas"oficiales en materia de feminismo, para entendernos) se ha galardonado entre otras, parece, a una señorita guardia civil. Digo yo que si algunas antiguas feministas levantaran la cabeza igual les daba un soponcio, viendo en el estrado a la pizpireta civila.

Uno que como saben tiene pasión por nadar contra corriente de las tendencias que nos señala la "economía de mercado", quisiera recordar hoy aquí a algunas mujeres que lucharon durante muchos años y que en algún caso siguen luchando por los derechos de las mujeres trabajadoras, que obviamente son la mayoría de las mujeres aunque sigan tan excluidas que se haya decretado su extinción: Pienso en nombres históricos como Dolores Ibárruri, Margarita Nelken, Victoria Kent y Federica Montseny; pienso en las también fallecidas Carmen García Bloise (que luchó denodadamente dentro del PSOE por el reconocimiento político de las mujeres), Marta Mata (pedagoga que lideró en Catalunya durante décadas la lucha por la escuela pública, laica, catalana y no sexista), Maria Aurèlia Capmany (a cuyas órdenes tuve el honor de trabajar), y Pilar Brabo (un símbolo viviente para las jóvenes comprometidas durante la transición); pienso en "feministas radicales" y a menudo poco comprendidas, como Lidia Falcón y Empar Pineda, por suerte aún vivas; pienso en mujeres que protagonizaron durante décadas el cambio en esta materia y que hoy están apartadas de la vida política como son Paquita Sauquillo, Matilde Fernández, Amparo Rubiales y Lali Vintró; y pienso en fin, en mujeres desaprovechadas, confinadas en puestos políticos secundarios, como Carmen Alborch, Cristina Almeida y tantas otras cuya experiencia, sabiduría y capacidad ha sido arrinconada en beneficio de personas cuyo único bagaje personal y político es su sexo y edad.

Esas mujeres señeras y tantas y tantas otras compañeras anónimas son quienes han llenado de contenido a lo largo del tiempo este Día de la Mujer Trabajadora, y quienes merecen por tanto la gratitud y el reconocimiento de todos y todas quienes nos consideramos gentes de izquierdas.

domingo, 8 de marzo de 2009

8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora. O no

En los últimos años hemos visto como progresivamente el Día de la Mujer Trabajadora se ha ido travestizando hasta convertirse en un aséptico, burgués y "progresista" Día de la Mujer a secas.

A mí me gustaba más cuando el 8 de marzo se ceñía a reivindicar los derechos de aquellas que por su condición simultánea de mujeres y trabajadoras, sumaban explotación sobre explotación: la que padecían en la empresa, y la que padecían en casa. Ahora resulta que el 8 de marzo aparecen en los medios unas señoras con traje chaqueta sentadas en bonitos despachos explicando lo jodido que es ser empresaria o diputada en Cortes, o incluso lo discriminadas que están las mujeres porque todavía ninguna ha alcanzado el generalato en las Fuerzas Armadas.

No sé, a mí me da la impresión de que nos han robado otro símbolo. La burguesía progresista es lo que tiene, que puestos a arrebatar banderas y silenciar reivindicaciones resultan insaciables.

jueves, 8 de marzo de 2007

Putas, pero trabajadoras

De unos años a esta parte el fenómeno de la prostitución se ha convertido en excusa para un pseudodebate cívico-político cargado de trampas, algunas francamente farisaicas.

Cierto progresismo mojigato suele aducir que la prostitución es una lacra social –algo hemos avanzado en eso: antes se consideraba un "problema moral"-, que hay que combatir a golpe de ley e intervención policial, sacando de la calle a las pobres mujeres obligadas a prostituirse y castigando severamente a los hombres que se aprovechan de ellas. Últimamente se pone mucho el acento en la identificación y sanción de los clientes, al modo en que no hace tantos años se perseguía al drogadicto callejero en tanto el narcotraficante al por mayor campaba tan tranquilo en la vida económica y social del país (de éste y de cualquier otro), tal y como ocurre con los verdaderos responsables de las mafias dedicadas a los grandes negocios ilegales o paralegales.

Desde esa óptica pseudoprogresista tampoco se reconoce a las prostitutas su condición de personas que venden su fuerza de trabajo como cualquier otra trabajadora, y que por tanto merecen un trato sociolaboral similar al que sus compañeras han ido consiguiendo en fábricas y oficinas. La prostituta es vista simplemente como sujeto de redención, nunca como persona activa cuya vida laboral debe normalizarse en igualdad de condiciones y derechos con el resto de los trabajadores sea cual sea su sexo y actividad.

A nadie se le escapa que el enorme negocio de la prostitución reside precisamente, como decía antes, y al igual que en el caso de las drogas, en esa condición de ilegalidad y clandestinidad en la que debe desarrollarse. La única forma de acabar con las mafias es precisamente la legalización de esas actividades y su normalización social en el marco legislativo laboral y sanitario adecuado; pero naturalmente eso acabaría con los enormes beneficios que genera la actividad clandestina, y eso no interesa a los grandes propietarios del negocio y tampoco a los lobbys que lo sostienen. En este asunto también la oferta y la demanda imponen su ley: la del máximo beneficio posible. Como se ve, una pura lección de "economía de mercado" aplicada.

En suma, la prostitución no es una cuestión de "moral pública" sino un problema social y económico con hondas raíces. Las normativas que se están aprobando contra ella ya no pretenden erradicarla –algo que sus autores saben imposible sino se quiere atacar las raíces del problema-, sino hacerla "invisible", sacarla de las calles y de los medios, hurtarla en definitiva al conocimiento público. Si yo fuera un proxeneta callejero, por ejemplo, estaría muy enfadado con la Ordenanza de Civismo implantada en Barcelona, pero si fuera un gran traficante de carne humana estaría feliz, pues la invisibilidad y el silencio hacen crecer los beneficios de modo exponencial.

Al parecer pues, la hipocresía burguesa teñida de progresismo está ganado la batalla. Ya no se pretende como antaño reprimir el "vicio", sino hacer desaparecer su exhibición pública. Lamentablemente, en el trasfondo de todas las normativas represoras que la mayoría de administraciones proponen o van elaborando, sigue latiendo más o menos disfrazada la posición conservadora tradicional sobre el tema.