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martes, 13 de enero de 2009

El diario Público entra en agonía


En la acera "roja" de los medios de comunicación españoles hay fuerte marejada. Quienes mandan en el pool La Sexta/diario Público -es decir, Mediapro (Jaume Roures) y el chaconismo audiovisual (Miguel Barroso)-, han decidido defenestrar al director del rotativo, Ignacio Escolar, y substituirlo por Félix Monteira, un tránsfuga del grupo Prisa que lo ha sido todo menos director del buque-insignia del macrogrupo rival, el diario El País. En su blog en Público, Ignacio Escolar explica hoy que "La propiedad del diario ha decidido sustituirme y nombrar a Félix Monteira"(sic) como nuevo director. De lo que se deduce que Escolar se ha debido enterar de su cese leyendo el periódico que dirigía.

La crisis de Público es la que corresponde a una agonía fácilmente predecible desde antes de que esta cabecera saliera a la palestra. Y es que en un país en el que se lee tan poco como en España -y aún menos prensa escrita "seria"-, sacar un periódico hoy día es una aventura condenada al naufragio por más que sobre la cabeza de uno pesen, protectoras, manos muy poderosas. En materia de prensa escrita todo el pescado está vendido en la lonja española desde hace tiempo, y el caso de Público ha venido a ratificarlo. Dos años después de su salida el diario apenas logra poner en la calle 50.000 ejemplares, lo que frente a los 450.000 ejemplares que vende El País, el periódico con el que se supone debía competir, le deja en la irrelevancia y al borde de la nada.

El proyecto de Público ha pasado hasta el momento por una identificación acrítica y "por la izquierda" con los planteamientos de La Moncloa, pero barriendo para casa en el sentido de promocionar a Carmen Chacón como sucesora/sustituta o lo que se tercie de Zapatero. La búsqueda de un "público juvenil y urbano" ha fracasado rotuntamente, de modo paralelo -y aún más preocupante para sus promotores- al estancamiento en un modestísimo 6'5 % de audiencia que ha logrado en 2008 la cadena televisiva La Sexta. Ni siquiera la entrada a saco y por la cara en el negocio de las trasmisiones de partidos de fútbol ha conseguido lanzar la Sexta hacia las estrellas.

En fin, que siguiendo a Josep Pla y su retranca ampurdanesa habrá que preguntarse quién va a pagar todo esto. Los "pools" comunicacionales impulsados o al menos bendecidos desde el poder político gubernamental acostumbran a no tener éxito (que se lo pregunten al tándem José María Aznar-Miguel Ángel Rodríguez), además de dejar tras de sí un reguero de cadáveres (en ocasiones, no sólo políticos) y unos agujeros económicos que no los salta ni mi admirada pertiguista Yelena Isinbayeva. Mucho me temo que de un modo u otro, el Estado acabará desembolsando en todo o en parte el coste de los platos rotos.

De momento, el joven y entusiasta Escolar ha sido la primera víctima. Habrán más caídos como él por causa del "fuego amigo" hasta que el periódico, de aquí a un año o dos, eche el cierre.

lunes, 26 de mayo de 2008

Bailan chiki-chiki, y se llevan nuestro dinero


Realmente a estas alturas, a quien le interese el Festival de Eurovisión se tiene bien merecido el castigo que recibe ante el televisor. Si Eurovisión nunca fue realmente gran cosa ni siquiera en sus días de gloria, allá por los años sesenta y primeros setenta del pasado siglo, incluso desde el punto de vista del espectáculo comercial, su lenta pero inexorable decadencia de dinosaurio moribundo empieza a resultar patética. Eso sí, la broma sigue, porque aunque parezca increíble ahí hay un montón de dinero a ganar y sobre todo, "imagen nacional" que defender. Lo que definitivamente no dice mucho a favor de la inteligencia de los europeos.

Por razones que no son del caso, las participaciones de España en ése festival se han ido tornando de año en año más estrambóticas y disparatadas. Este año, con todo, se han batido todos los récords de la zafiedad y el mal gusto con el tema del chiki-chiki y el culto a la adaptación carpetovetónica del "freak" yanqui, que aquí ha devenido en "friki", aún más casposo y grosero que el original.

Pero todo esto importaría una higa sino fuera porque detrás del invento del chiki-chiki hay una perfecta operación de marketing destinada a amasar ingentes sumas de dinero, una parte del cual ha salido directamente de los impuestos que pagamos todos los españolitos.

La bufonada fue milimétricamente diseñada por El Terrat, una de las factorías punteras en eso de venderles a las cadenas televisivas españolas productos listos para usar. Al frente de El Terrat está Andreu Buenafuente, antiguo bufón de cámara del pujolismo, que reinó en TV3 con la mayor de las impunidades. Finiquitada la era política de Jordi Pujol, Buenafuente se trasladó con todo su equipo a -oh, sorpresa- la ultraderechista Antena3. Problemas más económicos que ideológicos forzaron la salida del acreditado mercenario, que rápidamente puso rumbo a la cadena La Sexta, de la que es socio accionista. La Sexta, recordemos, fue fletada y conducida por otro ex de TV3, Jaume Roures, íntimo asociado de Miguel Barroso, hombre fuerte de la política en materia de medios de comunicación de la Moncloa y casado con Carmen Chacón, la actual ministra de Defensa. Un entramado que con el tiempo dará que hablar, aunque parezca que Moncloa y Barroso han tomado mutuas distancias en los últimos tiempos.

Todo el montaje del chiki-chiki (envuelto para hacerlo más atractivo y digerible en en una supuesta campaña con "participación popular" llamada "Salvemos Eurovisión"), fue alumbrado en el programa que produce y dirige Andreu Buenafuente en La Sexta. Visto el potencial que adquiría el invento en cuanto a la producción de ingresos económicos, RTVE no tardó en sumarse al tinglado, aportándole "legitimidad" al oficializar la participación del aberrante tema musical en Eurovisión (son las cadenas estatales quienes envían los intérpretes que representan a cada país), a cambio de una suculenta participación en los beneficios generados por el fenómeno. El disparate promocional llegó al punto de llevar al actor disfrazado que interpreta el tema musical al Instituto Cervantes de Belgrado, para dar allí una clase magistral acerca de los términos de argot contenidos en la canción. Simplemente, de vergüenza ajena.

Claro que las motivaciones reales que han llevado a promover semejante payasada se aclaran de modo definitivo cuando sabemos que casi 14 millones de ciudadanos españoles sigueron la interpretación del chiki-chiki durante la gala de Eurovisión (imaginen los precios de los anuncios publicitarios que salpicaron la transmisión), o que la ONCE ya está emitiendo cuñas publicitarias de una campaña multimillonaria firmada con este personaje. En la calle los críos no cantan otra cosa y gente de toda edad alude al fenómeno entre risas y bromas, pero quien más quien menos se conoce de memoria la letra y los movimientos para bailar de la canción.

Más allá pues de la lección de mal gusto que hemos dado a Europa entera -que esa sí ha sido realmente magistral-, queda el malestar que sentimos algunos al ver cómo unos vivales han usado dinero público para multiplicarlo en sus bolsillos y quedarse los beneficios. Y todo eso en plena campaña de presentación de la Declaración de la Renta.