lunes, 11 de octubre de 2010

La Muerte Roja asola el centro de Europa



Acaso por primera vez, el vertido en Hungría de un millón de metros cúbicos de desechos industriales altamente contaminantes ha cortado la respiración no ya a las organizaciones ecologistas o a los interesados en la conservación de la Naturaleza, sino al ciudadano corriente europeo, que ve con zozobra creciente como los informativos televisivos enseñan el avance imparable de una irrefrenable marea de Muerte Roja en el mismo centro del Viejo Continente, de la que además se anuncian nuevos e irremisibles vertidos.

El que se ha producido hace unos días procede de un enorme estanque en el que se acumulan restos de la fabricación de aluminio, y cuya potencia destructiva por abrasión supera en 100 veces la de la lejía común. El barro rojo que ha inundado comarcas enteras húngaras destruye todo aquello con lo que entra en contacto, y además está generando vapores tan tóxicos como la materia impregnada con esa substancia. Las aguas contaminadas ya han alcanzado el río Danubio y pronto llegarán a través suyo al Mar Negro, desde donde al evaporarse pasarán a la atmósfera y por consiguiente, al agua de lluvia que este otoño e invierno caerá sobre Europa.

Lo peor con todo, aún no ha llegado: el propio ministerio de Medio Ambiente húngaro acaba de reconocer que hay nuevas grietas en la gigantesca balsa que hacen inevitables nuevos vertidos; según Greenpace, el millón de metros cúbicos derramados hasta ahora representa apenas el 2% del contenido de la balsa. De momento hay diez muertos, cientos de heridos por quemaduras intensísimas y millones de euros en pérdidas ocasionadas en casas, cultivos y todo tipo de propiedades. Varios pueblos han sido evacuados, y los más afectados nunca podrán volver a ser habitados. La catástrofe es tan brutal, que los patéticos intentos de las autoridades por minimizarla sólo están sirviendo para generar más alarma.

La empresa que ha fabricado el desastre, por su parte, ha anunciado que donará la miserable cantidad de 200.000 euros para mitigarlo. Deberían servir para comprar sogas con las que atar por el cuello a sus propietarios y ejecutivos para luego arrastrarlos por el barro rojo que su avaricia e irresponsabilidad han creado.

En España según Greenpace hay nada menos que 700 balsas como la de Hungría, de las cuales 10 superan el millón de metros cúbicos de residuos altamente contaminantes. No existen controles que verifiquen el uso que las empresas hacen de ellas, y algunas incluso están abandonadas luego de haber cerrado la empresa o haberse trasladado a otro lugar. Un vertido similar al de Hungría se produjo hace unos años en la localidad andaluza de Aznalcóllar, y estuvo a punto de acabar con el Parque Nacional de Doñana. Aún estamos pagando sus consecuencias ecológicas y económicas.

Una vez más el modelo de capitalismo salvaje que viene imponiéndose en los últimos años se constituye en amenaza directa, no sólo para nuestra cada vez más precaria calidad de vida individual y colectiva: simplemente hace imposible seguir viviendo en zonas cada vez mayores del planeta. Y nótese que la agresión a la vida que comentamos no se ha producido en un entorno agreste y poco habitado de un lejano país del Tercer Mundo sino en el corazón mismo de Europa, un continente superpoblado y surcado de ríos en cuyas orillas existe la mayor concentración de industrias del mundo. Si el futuro que viene es éste, los días de la especie humana están contados.

En la fotografía, especialistas en guerra química trabajan en la localidad de Devecser, epicentro de la tragedia humana y ecológica que está padeciendo Hungría.

2 comentarios:

Sergio dijo...

"Si el futuro que viene es éste, los días de la especie humana están contados"

Están contados 8)

JMBA dijo...

Resulta patético que se tenga que llegar a extremos como este vertido mortal de Hungría, para que la opinión pública se escandalice.

El que contamina debe pagar el reciclado de sus porquerías, y de ninguna forma acumularlo así, y hasta abandonarlo a su suerte.

Siempre nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena...

Saludos.

José María