De unas semanas aquí ha prendido en la ciudad de Barcelona un crudo debate, que rápidamente se ha contagiado a toda la España municipal y ha asaltado las portadas de los medios madrileños. Resulta que el diario El País publicó unas fotografías de como unas putas callejeras atendían clientes lumpenturistas -afortunada defición de Josep Ramoneda- bajo los arcos del mercado de la Boqueria, en horario nocturno eso sí. Y ahí se organizó la marimorena.
Recordaba Ramoneda hace unos días en otro de sus brillantes artículos de análisis más sociológico y psicológico que político, que la prostitución en la zona baja de La Rambla debe ser tan antigua al menos como Barcelona o como mínimo, tanto como la existencia de La Rambla, el emblemático paseo que discurre entre la plaza de Catalunya y el Port Vell. Sucede, viene a decir con sorna el filósofo, que hasta ahora las putas no se habían puesto a ejercer en la Boqueria, el mercado sancta sanctorum donde durante el día los burgueses barceloneses adquieren (a precios carísimos, por cierto) los productos con los que abastecen sus mesas. La reacción ciudadana ante la denuncia formulada por El País tiene pues mucho de histeria bienpensante ante la violación de un símbolo colectivo.
Y sin embargo, la degración de La Rambla y del Raval (antes Barrio Chino) es un fenómeno viejo y constante, atajado en parte por el esfuerzo urbanístico desplegado en la ciudad con motivo de los Juegos Olímpicos de 1992. Empero, casi inmediatamente después de los Juegos se reanudó la decadencia de la zona y dio comienzo un nuevo ciclo de marginalidad, cutrez y dejación de responsabilidades públicas sobre ella. Algunos artículos aparecidos en la prensa estos días acusan directamente -no sin motivo- a las instituciones públicas barcelonesas, singularmente al Ayuntamiento local, de haberse dejado ir de las manos no sólo el asunto de la prostitución callejera, que en sí sería apenas un síntoma de un fracaso mucho más global; el problema de fondo lo constituiría el visible y estrepitoso derrumbe de una política urbanística diseñada en comandita por las instituciones públicas, las fuerzas vivas ciudadanas y los "promotores" urbanísticos e inmobiliarios dirigida a sanear o, mejor, a hacer desaparecer los "barrios pobres" que manchan tanta belleza premoderna, modernista y postmoderna como acumula Barcelona. Se trataría por tanto de una propuesta urbanística netamente ideologizada e informada por los valores propios de la burguesía bienestante y clasista que hegemoniza la ciudad, que una vez más habría pretendido unir el placer con el negocio.
Según muchos observadores, el despliegue de esa política habría llevado a arrasar el viejo Raval con la pretensión de convertirlo en lugar de residencia para ciertas clases medias-altas emergentes, que finalmente han desoído los cantos de sirena y no se han instalado en la zona. Quien sí lo ha hecho y de modo masivo en las partes del viejo barrio que han sobrevivido a la piqueta especuladora, ha sido la inmigración procedente del Tercer Mundo. Ya hay calles del Raval donde el porcentaje de personas que hace cinco años no habían pisado España, supera el 50% de los residentes. Contra lo que la derecha xenófoba españolista o catalanista proclaman es precisamente esa gente recién llegada, que a menudo conviven en grupos familiares o están unidos por múltiples lazos de afinidad, quienes han salvado a la barriada del total hundimiento en el pozo negro de la marginalidad.
El caso concreto de la prostitución callejera barcelonesa resurgida en el Casc Antic de la ciudad, responde por un lado a la presión de un estado de "opinión publicada" que ha obligado a cerrar burdeles en el Raval y en toda la ciudad, salvo los de lujo ubicados en la parte alta (por ejemplo, en los alrededores de la Plaza Macià y de la avenida Diagonal en general); por otro, a la situación de desemparo en la que viven cientos de mujeres "importadas" por mafias con conexiones políticas y policiales en nuestro país, mujeres que son objeto de explotación intensiva por esas bandas sin escrúpulos; y en fin, a la presencia cada vez mayor en las calles de un lumpenturismo proveniente de diversos países europeos, pero especialmente de la arruinada y desestructurada Gran Bretaña post-tatcherista, que ha convertido Barcelona en La Meca de sus desmanes y excentricidades. El turismo "de bajo coste" está teniendo un precio altísimo para una ciudad que hasta ahora, si algo amaba era mostrarse con todos sus tesoros al visitante atento, cortés y con un poco de dinero que gastar en ella. Esta clase de turismo de calidad -que no quiere decir de lujo-, está siendo barrido literalmente por el turismo-basura.
Hay que decir que en ello han tenido una buena parte de responsabilidad los propios comerciantes de las zonas centrales. Ahora claman al cielo y se rasgan las vestiduras al ver qué clase de turistas invaden la ciudad, pero ellos han propiciado la llegada de semejantes hordas reventando precios y ofreciendo ínfima calidad en productos y servicios, como un modo fácil y rápido de rebajar costes y maximizar beneficios.
En suma, el antaño elogiado por todos "modelo Barcelona" ha muerto, y su cadáver permanece insepulto en mitad de La Rambla. Francamente, empieza a desprender olor a podrido. Es hora pues de que entre todos los interesados lo mandemos de una vez a la fosa, y nos pongamos a pensar con urgencia qué ciudad queremos para esta primera mitad del siglo XXI. Y por favor, basta de sueños burgueses, de prejuicios y de hipocresías.
En la imagen, un lumpenturista inglés semidesnudo duerme la borrachera en mitad de la plaza de Catalunya.
En la imagen, un lumpenturista inglés semidesnudo duerme la borrachera en mitad de la plaza de Catalunya.
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