
La última estatua ecuestre del que fuera el mayor asesino de la historia de España, ha sido retirada esta mañana por operarios municipales de su ubicación en la plaza del Ayuntamiento de Santander. Para que el rastro de esta bestia desaparezca por fin del paisaje urbano español, han tenido que transcurrir 72 años desde el golpe de Estado militar que le llevó al poder tras una salvaje guerra contra su propio pueblo, y 33 desde que el dictador falleciera en su cama de muerte natural.
De todos modos, no canten victoria todavía: el callejero de un buen racimo de ciudades y pueblos españoles continua teniendo vías y espacios urbanos dedicados a la memoria de este criminal y de sus secuaces y sicarios más destacados. Y muy cerca de Madrid, sigue en pie y abierto al público el mastodóntico mausoleo que este faraón rechoncho y de voz atiplada se levantó en vida a mayor gloria propia y en el que sus cenizas reposan bajo toneladas de mármol, para escarnio de tantos miles de compatriotas asesinados y arrojados a fosas comunes anónimas cavadas en las cunetas de todo el país.