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jueves, 15 de noviembre de 2007

¡Viva la esclavitud!

Está científicamente demostrado que en EEUU cuando el paro sube, la Bolsa neoyorkina se dispara hacia arriba. Es natural, los sueldos producen inflación; por tanto, a menos sueldos pagados, mayores son los beneficios.

De lo que se deduce que los salarios representan un obstáculo al crecimiento económico. La solución consiste lisa y llanamente en prohibir que las empresas los paguen. Y punto pelota.

Hay dos vías posibles para evitar entonces que los trabajadores y empleados se mueran de hambre, más que nada porque esa circunstancia comportaría el cese de toda producción:

Una, pagar a los trabajadores en especias, y que se busquen la vida luego haciendo trueques entre sí. Por ejemplo, quien trabajara en una fábrica de papel higiénico recibiría a final de mes una cantidad "x" de rollos de ése producto, una porción de los cuales podría trocar con el pollero de la esquina a cambio de unas pechugas y unos muslitos con los que alimentar a su prole. Porque si realmente es cierto de toda certeza que todo hijo de madre necesita comer, no lo es menos que una vez hecha la digestión y expulsados los subproductos resultantes hay que limpiarse el culo con algo apropiado, y de esa ley universal no se escapan ni los polleros, obviamente.

La segunda solución -e innegablemente la más atractiva desde el punto de vista de las ideas aportadas por la revolución neocon-, sería la reintroducción de la esclavitud, tal como proponía un joven y brillante diputado thatcheriano en la añorada serie de la BBC “Sí, ministro”.

No cabe duda de que la esclavitud es un sistema lleno de ventajas incluso para los propios trabajadores, pues en estos tiempos de “adelgazamiento del Estado”, deslocalización de las empresas, salarios de miseria, hipotecas impagables y resto de virtudes de la economía de mercado, la esclavitud garantiza techo, cama y alimento al currante. Además, si el amo vende a los hijos del esclavo antes de que los críos entren en preescolar, éste se libra inmediatamente de tener que hacer frente a los gastos resultantes; calculen ustedes la pasta gansa que el afortunado padre se ahorraría en la educación de sus retoños. Todo ventajas, como puede comprobarse.

Y es que nadie es tan estúpido como para dejar morir de hambre a un esclavo, y en cambio el que reviente un asalariado no le preocupa, literalmente, ni a Dios.

viernes, 11 de mayo de 2007

Pobre Catalunya


El mismo día en el que da comienzo la campaña para las elecciones municipales, la edición catalana de EL PAIS nos despierta a los catalanes con una noticia de esas que te despabilan aunque aún no te hayas tomado el primer café de la mañana.

La noticia se refiere a un estudio que acaba de publicar el Instituto Catalán de Estadística, dependiente de la Generalitat de Catalunya.Dice el titular que una de cada tres mujeres catalanas mayores de 65 años vive por debajo del umbral de la pobreza. Tremendo. Uno cavila para qué demonios sirven la familia (ten hijos para que te abandonen así) y el Estado (éste o cualquier otro), si ni siquiera son capaces de asegurarte una vejez digna.

La entradilla que sigue al titular no es menos contundente: el 35% de las familias catalanas no tiene dinero para ir de vacaciones una semana al año. Y sigue luego un alud de datos, que destruyen la imagen paradisíaca de una Catalunya tan supuestamente próspera y feliz que los representantes de sus ciudadanos dedican sus energías a discutir si el aeropuerto del Prat lo ha de gestionar "Madrid" o la Generalitat, cuando en realidad uno de cada tres catalanes ni siquiera puede tomarse unas vacaciones fuera de su lugar de residencia.

Más datos que dan en qué pensar: si bien es cierto que los ingresos medios anuales de una familia catalana son superiores a la cantidad media del conjunto de España –el promedio dice que cada familia catalana ingresa anualmente casi 25.000 euros netos-, ocurre sin embargo que 3 de cada 10 familias perciben en realidad ingresos inferiores a los 14.000 euros, en tanto sólo el 17 % de las familias ingresan más de 35.000 euros netos al año. La desigualdad social en Catalunya entre los que tienen más y los que tienen menos es, por tanto, simplemente brutal.

Pero no es sólo un problema circunscrito a la franja poblacional con menores niveles de renta. Nada menos que el 52% de las familias catalanas perciben algún tipo de prestación social por razones de enfermedad, paro o vejez. Son ayudas en general claramente insuficientes, como demuestra el caso de las ancianas mayores de 65 años que se comentaba al principio; con todo, sin esas ayudas, la pobreza afectaría a un 15% más de familias. También, una de cada tres familias encuestadas aseguran no tener capacidad de reacción económica para hacer frente a gastos imprevistos (enfermedad grave de uno de sus miembros, pérdida de la vivienda o circunstancias similares).

El estudio afirma que en general, son los viudos, los extranjeros, las mujeres y las personas con educación primaria o inferior los que están más expuestos o padecen más las situaciones de exclusión social.Un último dato menciona que los hogares que dependen del salario percibido por una mujer ingresan un promedio anual inferior en 2.100 euros a las familias que dependen de los ingresos de un hombre. En realidad, la diferencia en la percepción de ingresos en las familias sostenidas por mujeres en los estratos menos pudientes debe ser aún más cruda, pues a ese promedio habría que restar los ingresos que perciben mujeres ejecutivas y profesionales de alto y medio nivel, cuyos salarios se equiparan en general a los de sus colegas de sexo masculino.

En fin, ésta es la Catalunya de la que los señores políticos no nos van a hablar durante la próxima campaña electoral.