
Nunca me gustó Rosa Aguilar. En tiempos fue la niña bonita y heredera in pectore de Julio Anguita, al que sucedió en la alcaldía de Córdoba, la ciudad que ha sido buque insignia municipal de Izquierda Unida (IU), y la única capital de provincia española con alcalde teóricamente comunista desde 1979, creo. Aún me gustó menos cuando empecé a oírla en su condición de "tertuliana dialogante" de plantilla de la Cadena SER, y menos todavía cuando me enteré de que es católica practicante (cada cual tiene derecho a creer en lo que le de la gana, obviamente, pero a mi juicio de un tiempo a esta parte empiezan a haber demasiados católicos, o gente que dice serlo, en puestos dirigentes de partidos de izquierda españoles, y eso se nota).
Ahora Rosa Aguilar acaba de dar un giro significativo a su carrera política, aceptando un puesto como consejera independiente en la Junta de Andalucía, gobernada con mayoría absoluta por el PSOE. Cualquiera diría que la fuga de Rosa Aguilar de IU, tiene que ver con el gris presente y el más negro futuro que todo el mundo augura a la coalición que piadosamente podríamos decir que lidera el PCE, o lo que queda de él. No parece que la continuidad de Aguilar o de cualquier otro candidato de izquierda al frente de la capital cordobesa sea posible más allá de las próximas elecciones municipales, cuando muy probablemente el PP ganará esa ciudad con mayoría suficiente para gobernar.
Con todo, alguna simpatía empieza a despertarme esta mujer, a la que hay que reconocer cierto talento y una innegable condición de luchadora. Y es que el torrente de insultos y descalificaciones que le han llovido desde la formación política a la que teóricamente aún pertenece, la hacen sino más atractiva desde el punto de vista político al menos sí más comprensible desde el puramente humano. Resulta difícil imaginar la capacidad de aguante que hay que tener para haber convivido tantos años con gente que es capaz de soltar sobre una tanto veneno, como han hecho y siguen haciendo de Anguita al último de sus secuaces en respuesta al plantón que les ha dado Rosa Aguilar. Entre paréntesis, me sorprende y duele que a ese coro infame se haya unido Gaspar Llamazares, un hombre que me merece el mayor de los respetos desde el punto de vista político y humano; quizá Llamazares haya intentado hacerse perdonar su distanciamiento -a la fuerza ahorcan- en relación con el núcleo dirigente actual de la coalición. En todo caso, Gaspar Llamazares ya sabe qué clase de cosas van a decir de él el día no lejano en que se marche de IU.
La fuga de Rosa Aguilar desnuda la crisis irrecuperable en que vive sumida IU. Las descalificaciones contra una persona, incluso en el más que hipotético caso de que fueran merecidas, no van a ayudar en nada a recomponer una organización y un espacio políticos que se descomponen por momentos. Crucificar y devorar a la alcaldesa de Córdoba no va a aportar a su Saturno más satisfacción que el gozar unos días de atención por parte de los medios de comunicación de la extrema derecha, esos mismos desde los que en los años noventa se le jaleaba como el "representante de la verdadera izquierda". Ya hemos visto el precio que pagó IU por aquellos alabanzas interesadas.