domingo, 21 de noviembre de 2010

El triunfo de Ernest Lluch



Hoy hace justamente diez años, un bípedo con el cerebro intoxicado mató de dos disparos a Ernest Lluch, dirigente socialista y ex ministro de Sanidad del primer Gobierno de Felipe González. La hazaña resultó de fácil ejecución y ningún riesgo, ya que Lluch no llevaba escolta. El matarife no tuvo más que esperarle en el parquing de su casa y abatirlo a balazos apenas bajó solo de su automóvil.

Por cierto, quien facilitó la información a ETA (quién sino iban a firmar un crimen tan estúpido y cobarde) que activó el asesinato fue la hermana de cierto personaje público de origen vasco entonces con mucho poder en el FC Barcelona, entidad de cuya junta formaba parte Ernest Lluch; una indiscreción de ése personaje en presencia de su familiar acerca de la dirección donde residía Lluch, y la chivata dio el soplo que permitió cazarlo como a un animal.

Ernest Lluch molestaba a ETA por varias razones. Su trayectoria y pensamiento, siempre vinculados a la izquierda catalana y valenciana desde posturas que participaban del nacionalismo "periférico" (aunque catalán, de Vilassar de Mar, en los años setenta fue fundador del Partit Socialista del País Valencià, y luego del Partit Socialista de Catalunya-Congrés), le hacían una voz distinta a la de los socialistas "españolistas" en cuanto tenía que ver con los problemas del encaje de los diversos nacionalismos en el marco de la democracia española contemporánea. Singularmente, en sus últimos años se dedicó intensamente a buscar espacios de diálogo en el País Vasco, dando apoyo al grupo de socialistas vascos próximo a Odón Elorza y llegando a afiliarse a Elkarri, una plataforma que partiendo de posiciones inicialmente independentistas intentaba tender puentes de diálogo con otros sectores sociales. Así empezó a a viajar a Euskadi y a tomar parte en múltiples actividades. A quienes le avisaban de los riesgos que corría, Lluch respondía que confiaba en sus buenas relaciones e incluso lazos de amistad con antiguos miembros de la vieja guardia dirigente etarra que habían peleado contra el franquismo; ocurre que Lluch no midió el hecho de que esa gente ya no tenía poder alguno en ETA (hoy la mayoría están muertos, y los vivos en el Partido Socialista o apartados de todo), y que para las nuevas generaciones que habían llegado a liderar la organización él era un blanco como cualquier otro.

No tuve trato personal con Lluch, pero sí participé en el mayor error de su vida política, la llamada "Nueva Mayoría", un intento de desbancar al obiolismo (el sector nacionalista del PSC, que hasta el Congreso de Sitges copó la dirección del partido). Sorprendentemente, Lluch, que era un nacionalista catalán convencido, lideró el intento agrupando en torno suyo diferentes colectivos o "corrientes internas" del partido, entre ellas aquella en la que yo militaba entonces. Fracasado el movimiento, González hizo ministro a Lluch (la jugada obviamente, y como sabíamos todos, estaba inspirada por Madrid), y éste desapareció de Catalunya dejándonos tirados y a merced de la venganza de la consolidada dirección obiolista. Luego, como ministro Lluch no respondió a las expectativas creadas sobre su persona anque dejó un hito para el futuro cual fue la universalización de la atención sanitaria pública para todos los ciudadanos españoles por el mero hecho de serlo. A su regreso a Barcelona dejó la política activa al menos la de primera línea y se dedicó al trabajo intelectual, donde emprendió investigaciones que clarifican la acumulación de capital catalana del siglo XVIII (sobre la que se produjo la industrialización del siglo XIX) y sus sorprendentes orígenes, que contradicen los sobados lugares comunes sostenidos por el nacionalismo catalán en relación con las consecuencias reales que tuvo la desaparición del andamiaje jurídico, político y social austracista en Catalunya y su substitución por el Estado borbónico. Y es que Ernest Lluch era ante todo un economista apasionado por la historia de su país, la auténtica, no la ficcionada por quienes lo quisieran o no terminaron inspirando delirios como el que poseía al idiota que le disparó, probablemente sin saber siquiera a quien estaba matando.

Un millón de personas se manifestaron por las calles de Barcelona pocos días después del entierro de Ernest Lluch. Se reclamó allí diálogo para acabar con la vesania asesina. Lluch lo había intentado, y se lo pagaron a balazos. Pero seguramente hay que insistir. Él mismo lo dijo meses antes de que le mataran, durante una estremecedora intervención suya en un mitin en Donosti que pretendían boicotear a grito pelado los lameculos enviados por quienes a la postre acabarían matándole: "¡Gritad, gritad más fuerte! ¡gritad más! ¡gritad porque mientras gritáis no estáis matando!". Les decía Lluch a aquellos neandertales que usaran la palabra en vez de las pistolas, que sus aullidos de energúmenos resultaban más humanos que el ejercer de matarifes de semejantes; en definitiva, que insultarle a grito pelado era una manera de empezar a dialogar.

Visto lo que está ocurriendo últimamente con el mundo de ETA, parece que la tesis de Ernest Lluch era acertada. Los neandertales están comenzando a encontrar los rudimentos del lenguaje, así que pronto va a abrirse de nuevo y esperemos que definitivamente ese diálogo que Lluch reclamaba y que le costó la vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Siempre me pareció un político honesto y directo. Le recuerdo en una intervención en el Congreso dirigiéndose al gobierno de UCD: "Ahora comprendo por que se llama azul el escaño que ocupa su señoría..."

Solo por el hecho de la ley de asistencia sanitaria universal merece ser recordado siempre.

Como siempre muy oportuno tu recordatorio y acertado artículo.

Saludos. Luis Fraile.