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martes, 18 de octubre de 2011

El obispo Irurita, un mártir de la Cruzada Nacional que no fue tal


Un suceso curioso y casi desconocido de la postguerra española es el supuesto martirio del prelado de Barcelona Manuel Irurita, al que la propaganda nacionalcatólica daba por asesinado por los rojos en los años de la guerra de España. Se trata de un caso aleccionador, por cuanto contiene todos los elementos típicos con los que el franquismo y sus secuaces eclesiásticos forjaron las fantasías que les siguen sirviendo para elevar a los altares a tantos hombres de Dios presuntamente pasados por las armas por los revolucionarios españoles en aquellos años en los que efectivamente corrió la sangre, aunque mayormente proletaria y en mucha menor cuantía de enemigos acérrimos como Irurita.

Manuel Irurita era navarro, euskaldún y ferozmente carlista. Nombrado obispo de Barcelona en 1930, existe alguna foto de él de los años treinta en la que aparece rodeado de pistoleros carlistas catalanes armados hasta los dientes, durante alguna de sus múltiples "visitas pastorales" a la Catalunya profunda. Según la leyenda forjada en la postguerra, Irurita fue detenido por elementos anarquistas el 19 de julio de 1936  y asesinado algunas semanas más tarde. La realidad histórica es muy otra, como señala un extenso artículo de El País publicado el 3 de abril de este año, a propósito de la aparición del libro "Societat i Esglèsia a Catalunya. Cent anys entre constitucions i dictadures", cuyo autor es el doctor en Historia y profesor de Teología, Joan Bada.  

En su libro, el profesor Bada aporta pruebas y datos que demuestran de manera fehaciente que Irurita estaba vivo y libre cuando los franquistas entraron en Barcelona, en enero de 1939. En realidad Joan Bada no descubre nada nuevo, porque ya en la Barcelona de los años cuarenta se comentaba sotto voce que diversas personas que  conocieron al obispo antes de la guerra le habían encontrado en la calle, vestido de civil y paseando del brazo de una señora. Según Joan Bada, el obispo Irurita habría comprado su vida entregando tres millones de pesetas al líder anarquista Buenaventura Durruti, de los cuales uno habría ido a parar directamente a las arcas de la FAI como precio por su vida siendo entregados los otros dos a la Generalitat de Catalunya. Durruti e Irurita habrían retirado los fondos del palacio episcopal el 20 de julio. Según recoge el artículo de El País "documentos de la Cruz Roja Internacional también dan por vivo a Irurita en junio de 1937, fecha en que estaba encarcelado en la prisión de Montjuïc". Antes, Manuel de Irujo, dirigente nacionalista vasco y Ministro de Justicia del Gobierno Negrín, pagó 24.000 pesetas "para conservarle la vida en la cárcel de Sant Elíes", según explicó por carta un testigo, el canónigo Alberto Onaindía, al obispo de Vitoria, Mateo Múgika. Posteriomente, en enero de 1939, dos personas significadas de la comunidad católica barcelonesa que habían tenido estrecha relación con Irurita antes de la guerra, el doctor Josep Raventós y Francesc Aragonés, explicaron que habían visto a Manuel Irurita salir del palacio episcopal barcelonés y que hablaron con él. En una reunión posterior a la que asistieron diferentes personalidades del nuevo Régimen en Catalunya, incluido el jefe de los servicios secretos franquistas, el coronel Ungría, se les exigió silencio sobre el asunto.  Y es que el régimen de Franco no iba a renunciar a un mártir así como así.

A pesar de ello y como decía antes, la voz popular hablaba de este asunto en los años cuarenta y emparejaba a Irurita con una señora mayor,  que según unos era una antigua monja y según otros una dama viuda de la alta sociedad con la que el obispo se conocía también en el sentido bíblico desde antes de la guerra. A mediados de esa década Irurita desaparece para siempre (en 1942 se había nombrado obispo de Barcelona a Modrego, otro personaje que merece más de un post).

A cuantos tras la ocupación franquista de Barcelona se acercaron a él reconociéndole en la calle, Irurita les suplicó asustado "no griten, que me comprometen". Seguramente tenía razón. Dada la dimensión propagandística del caso y la intervención en él de los servicios secretos franquistas, no es descartable que Manuel Irurita fuera finalmente asesinado por aquellos a quienes su muerte anunciada más beneficiaba, ya que en caso de hacerse pública su  "resurrección" quedaban expuestos al ridículo más bochornoso.

En la fotografía que ilustra el post, una imagen oficial del obispo Manuel Irurita.

sábado, 16 de mayo de 2009

Carlos Castilla del Pino, memoria contra inmortalidad


Es sorprendente que en la despedida a Carlos Castilla del Pino el diario El País destaque su "feroz antifranquismo"(sic) pero no explique los motivos que llevaron a este sólido intelectual y eximio científico a ser durante su toda su larga vida un apasionado luchador antifranquista. Una vez le oí explicar el origen de esa fobia radical (es decir, hasta la raíz) que sentía por el franquismo y quienes lo encarnaban, y la verdad daba grima conocerlo. Con voz serena Castilla del Pino narró como siendo un niño, durante la ocupación por las tropas franquistas de la ciudad donde residía con su familia le tocó ver los cadáveres degollados de hombres, mujeres y niños desparramados por una calle en cuesta por la que trepó a la carrera para llegar hasta su casa, a tiempo para ver como los moros mercenarios de Franco asesinaban a un tío suyo entre los cuerpos despanzurrados de otros familiares masacrados.

Años más tarde Castilla del Pino atendió profesionalmente a hombres y mujeres que cargaban con el trauma de la guerra y la represión, gentes sencillas y humildes para quienes en aquellos años no había más tratamiento que el escaso alivio que podía ofrecerles la humanidad de aquél psiquiatra, atípico y contrario al internamiento de pacientes en manicomios. Fue el trato diario con personas afectadas por la tristeza, la depresión y todas las enfermedades mentales asociadas al miedo, la angustia y el acorralamiento personal, lo que hizo de él una autoridad psiquiátrica mundial, pero sobre todo talló un hombre solidario y compasivo además de un rojo irreductible. También le convirtió en un hombre amable, bon vivant y apegado a un senequismo muy cordobés, propio de la ciudad en la que vivió y trabajó tantos años.

Entre sus artículos para prensa en los inicios de la transición recuerdo especialmente uno que publicó en El Viejo Topo (creo que en 1979), en el que desde el punto de vista del análisis psicológico y psiquiátrico trazó un perfil de Francisco Franco absolutamente demoledor y que en aquél momento hizo bastante ruido, en la medida en que por vez primera presentaba al individuo en cuestión como lo que fue y más tarde se confirmó en posteriores estudios: un ser carente de grandeza alguna siquiera desde el punto de vista criminal. El Franco diseccionado por Castilla del Pino era un individuo mediocre, cruel, lleno de complejos y carente de escrúpulos, con la astucia y el instinto de supervivencia hiperdesarrollados y como únicos rasgos que explican cómo pudo llegar a donde llegó y mantenerse en el poder tantos años.

En el orden personal, Castilla del Pino disfrutó de sus años en la medida en que se lo permitieron sus tragedias personales, que le golpearon repetida y dolorosamente a través de familiares muy directos. Aceptó reconocimientos pero despreció los honores; al cabo, decía, creía en la memoria pero no en la inmortalidad. De hecho, para Castilla del Pino ser fiel a la memoria, individual y colectiva, era una forma de alcanzar un estado superior a la inmortalidad, al mantener presentes las razones y los recuerdos a pesar del tiempo y sus estragos. Sobre todo, fue un modo eficaz de dar coherencia hasta el final a su vida y a su pensamiento.