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viernes, 5 de diciembre de 2008

Judíos, moros y cristianos


Hace cuarenta y tantos años, siendo yo un crío, me visitó el eminente oculista Joaquim Barraquer (padre). Tras explorarme y diagnosticarme astigmatismo miópico, llamó a varios colaboradores y les explicó en mi presencia que ciertas características oculares y de estructura ósea facial mías remitían a una ascendencia remota originaria de Extremo Oriente. Como digo, yo entonces era un niño que comenzaba el colegio, pero esas palabras del eminente médico se me quedaron grabadas para siempre. En aquellos tiempos aún no se hablaba de genética, al menos para el gran público.

Hoy día la genética está de moda, y algunos estudios que se están realizando vienen a corroborar esas ideas de que los humanos somos gente de culo inquieto, animales migrantes que a lo largo de la historia de nuestra especie no hemos parado de ir de aquí para allá. Recuerden además que los seres humanos compartimos el 99% de nuestro material genético con los chimpancés y el 65% con las moscas; qué no compartiremos pues con otros individuos de nuestra misma especie con los que nos hemos ido cruzando por el camino.

Uno de estos estudios acaba de hacerse público y arroja resultados sorprendentes y apasionantes al tiempo. Resulta que, como titula El País de hoy "El 30% de los españoles tiene huella genética de su origen judío o magrebí". Concretamente, un 11% serían (seríamos) descendientes de norteafricanos y un 20% de sefardíes; estamos hablando de cuatro millones de españoles "moros genéticos" y otros ocho millones de "judíos genéticos". Así que ya ven, de purezas raciales por estos pagos nada de nada.

El estudio lo ha llevado a cabo "un consorcio de científicos británicos, españoles, portugueses, franceses e israelíes". Los datos genéticos que han recogido dan cuenta de "un alto nivel de conversión, voluntaria o forzosa, impulsada por episodios históricos de intolerancia social y religiosa, y que condujo a la integración de los descendientes". Traducido al lenguaje común, resulta que las expulsiones de judíos en época de los Reyes Católicos y de moriscos en la de Felipe III se limitaron a las poblaciones que persistieron en su fé y su cultura originarias, pero no pudieron alcanzar a quienes de grado o por fuerza habían adoptado las cristianas; diluidos entre la población cristiana, éstos pasaron desapercibidos y se mezclaron con el grupo étnico-cultural mayoritario hasta perder la memoria de su origen.

Lo más curioso del caso es que la mayoría de descendientes de "cristianos nuevos" se concentran en zonas donde en principio no se pensaba que la influencia de esos ancestros hubiera sido grande. Por ejemplo, los descendientes de norteafricanos ("moros") se concentran en un 20% en Galicia y en un 22% en Castilla-León, dos de las zonas más aparentemente "arias" de la Península, en tanto los cromosomas de origen sefardí aparecen distribuidos por todo el territorio de forma más equilibrada, salvo en el noreste de Castilla, Catalunya y los Pirineos, donde son casi inexistentes. La explicación de los científicos es que los magrebíes que residían mayoritariamente en Andalucía, Valencia y Murcia fueron expulsados al no adjurar de su fé, y en cambio los pocos que habían en el noroeste peninsular aceptaron el cristianismo y se diluyeron entre la población, a la que en generaciones siguientes fueron traspasando su información genética; del mismo modo, las grandes concentraciones de judíos practicantes en Catalunya debieron salir del país quedando apenas unos pocos conversos, en contraste con el resto de España donde una gran cantidad de conversos, "cristianos nuevos", se habrían mimetizado rápidamente entre el resto de la población, persistiendo su rastro genético hasta hoy.

Un tema apasionante, sobre el que habrá que volver.