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jueves, 13 de enero de 2011

Haití en el olvido



Un año después del terremoto de Haití, el país caribeño está más abandonado a su desgracia que nunca. La pregonada cooperación internacional y la caridad vía ONGs han llegado al país en proporciones ínfimas. Son tiempos de crisis para todos se supone, y además ya hace tiempo que en la conciencia de gobiernos y ciudadanos del mundo se instaló la idea de que Haití no tiene remedio.

Y quizá realmente sea así. El terremoto de enero de 2010 solo vino a elevar al cubo la miseria de unas gentes que, acaso desde que se fundó su país, han carecido hasta de lo más elemental. Por no tener, los haitianos no han tenido nunca ni siquiera un Estado verdadero. Potencias extranjeras -primero Francia, luego EEUU- han mantenido un remedo de Gobiernos locales, de los que no cabe citar uno solo que haya trabajado por el bienestar de sus administrados y no para rebatiñarles hasta la mugre que acumulan sobre sus personas. Haití seguramente no tiene remedio.

La prensa anglosajona y sus imitadores europeos llaman a Haití "un Estado fallido". No lo es, no pudo fallar, ya que como digo nunca existió realmente un Estado haitiano. Tampoco existe una "nación haitiana", a no ser que se considere como señas de identidad nacionales el descender en línea directa de esclavos y vivir generación tras generación en la pura miseria; en último término, ya se sabe que el nacionalismo es cosa de ricos.

La comunidad internacional debería hacer frente a sus responsabiilidades con los haitianos. Para empezar, deberían echar del país a todas las ONGs y funcionarios de organismos gubernamentales de "cooperación", única manera de comenzar a combatir seriamente la corrupción y liquidar la caridad como único modo de intervención. Inmediatamente después debería declararse la disolución formal como Estado de Haití, y constituir un organismo técnico en la ONU bien dotado de personal experto y recursos económicos que gestionara directamente el territorio, rindiendo cuentas semestralmente ante la Asamblea General de la ONU. Haití puede ser un modelo de acción internacional solidaria, que termine de una vez con las ficciones de Estados-nación que son incapaces de prestar a sus administrados los mínimos exigibles para que tengan una vida digna de seres humanos, y no de bestias abandonadas.

Naturalmente, eso cuesta dinero. Bueno, a los especuladores financieros les chorrea por los bolsillos el que nos han robado a todos en estos últimos años. La Audiencia Nacional podría pedir la extradicción del terrorista financiero George Soros y embargar sus cuentas, por ejemplo. Y expropiar de un golpe los fondos de ciudadanos españoles depositados en paraísos fiscales. Bastaría con una mínima reforma del Código Penal, que castigara con penas de prisión ineludibles superiores a diez años a los titulares de cuentas en esos pudrideros del dinero que no las pusieran directamente en manos de Hacienda en el plazo de quince días. Hablo de expropiación de los capitales íntegros, no de liquidación de la deuda acumulada con la Agencia Tributaria.

Igual entonces nos sobrarían los fondos para reconstruir Haití, salvar las pensiones y hasta para subirles el sueldo a nuestros ministros.

viernes, 15 de enero de 2010

De Haití al cielo


En septiembre de 1999 un servidor de ustedes vivió en directo el terremoto de Estambul (7'8 grados) desde la cama de una habitación, en un céntrico hotel de la ciudad turca. El mundo pareció temblar hasta sus cimientos y los edificios iban y venían de costado, y sin embargo dos botellas de Coca-Cola colocadas en el alféizar de una ventana al otro lado de la calle, ni siquiera cayeron al vacío. El barrio de los hoteles quedó intacto. Los barrios de clases acomodadas y medias no sufrieron desperfectos, o si los hubo fueron mínimos. Y sin embargo, 10.000 personas perdieron la vida en los barrios y ciudades de clases trabajadoras que circundan Estambul; los edificios enjambre de las ciudades dormitorio se desplomaron a cientos, quizá a miles, con sus inquilinos dentro, quedando reducidos a cascotes pulverizados que no levantaban dos palmos del suelo.

Y es que estas cosas siempre golpean a los pobres, como decía ayer la COPE, la emisora católica ultrareaccionaria española, en un rasgo de sinceridad fruto quizá de la turbación general ante la magnitud de la tragedia que acaba de abatirse sobre Haití. Efectivamente, estas cosas golpean siempre y sólo a los desheredados de la tierra, que son los que viven en edificios de mierda o directamente en barracas levantadas con deshechos. Si el terremoto que casi ha acabado con Haití se hubiera producido en Japón o en Suiza, hoy sería apenas una anécdota en páginas interiores de los diarios. Por tanto está bien lamentarse acerca de la fuerza ciega de la Naturaleza desatada, el destino inevitable y resto de tópicos al uso que se aplican a estos fenómenos, pero hay que saber mirar un poco más allá y captar que su repercusión desigual tiene que ver directamente con la injusticia social, y que el único modo de evitar que estas catástrofes alcancen la dimensión de crisis humana (que no humanitaria, señores periodistas de pacotilla; una desgracia que afecta a humanos jamás puede comportarse de modo humanitario), es luchar contra la injusticia y las desigualdades que campan por sus respetos en este mundo de nuestros pecados.

Y en fin, hablando de catástrofes y pecados, escandaliza hasta más allá de lo físicamente soportable oír a José Ignacio Munilla, flamante arzobispo "no nacionalista" de San Sebastián, sermonear ante un micrófono de la SER afirmando textualmente (se supone que sin haber ingerido otro alucinógeno que su propia bilis), que "Existen males mayores que los que esos pobres de Haití están sufriendo estos días". Para el señor obispo "También deberíamos llorar por nosotros, por nuestra pobre situación espiritual, por nuestra concepción materialista de vida", y remacha: "Quizás es un mal más grande el que nosotros estamos padeciendo que el que esos inocentes también están sufriendo".

La respuesta al regüeldo del cabestro mitrado no ha tardado en llegar desde sectores muy diversos de la sociedad española. Un misionero claretiano que vive desde hace años en el infierno haitiano, manifestaba en otra emisora de radio que sin vida humana todo espiritualismo y toda religión carecen de sentido. Más contundente todavía fue el eminente teólogo católico Juan José Tamayo, quien calificó al obispo donostiarra de "carente de humanidad" y a sus opiniones, de "miserables".

Y es que detrás de este rotundo insulto contra la vida humana proferido por Munilla -quien, no lo olvidemos, es uno de los perros de presa adiestrados con mayor mimo por el cardenal primado español y notorio fascista, Rouco Varela-, se halla la mentalidad e ideología propia de los antiguos cruzados, hoy asumida por los terroristas islamistas, que desprecia la vida humana ajena en aras al triunfo de una presunta espiritualidad que en realidad no es más que un conjunto de insensateces fantásticas, a través de las cuales se pretende justificar la imposición de un monopolio ideológico con aplicación inmediata al control y organización de la vida civil. Los "pobres haitianos" inocentes fallecidos en el terremoto irán al cielo pero no vosotros, pecadores materialistas que no os sometéis a la voluntad de Dios (es decir, a la mía y a la de mi banda); éste y no otro es el verdadero mensaje que nos envía el obispo Munilla, al modo en el que los terroristas islamistas justifican la muerte en sus atentados incluso de creyentes musulmanes cuando afirman que Alá los separará de los infieles y les dará el Paraíso.

Dios nos ampare pues de los Munillas y de sus Cruzadas Nacionales/Yihads Islámicas.

En la fotografía que encabeza el post, una imagen del homófobo, ultrareaccionario y ahora "espiritualista" obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla. Inviertan un par de minutos en analizar esos rasgos y comenzarán a entender muchas cosas acerca del señor obispo.