miércoles, 13 de enero de 2010

La verdadera historia del Pele, beato mártir de la Cruzada Nacional


Ceferino Giménez Malla, llamado el Pele (sin acento en la segunda "e"), fue un gitano nacido en Fraga, provincia de Huesca, a mediados del siglo XIX, al que en 1997 Karol Wojtyla (alias Juan Pablo II), elevó a los altares oficales del catolicismo en calidad de beato mártir, al haber sido asesinado supuestamente por su fé en los inicios de la llamada Cruzada Nacional.

La historia de El Pele ejemplifica como pocas el esperpento y la estafa promovidos por la Iglesia Católica española -y bendecidos en las últimas décadas por el Vaticano-, en orden a instrumentar propagandísticamente a favor suyo algunos desmanes cometidos en la zona gubernamental en los inicios de la guerra, desencadenada como es sabido tras la rebelión militar de julio de 1936 y eficazmente secundada -no lo olvidemos- por la jerarquía y buena parte del clero católicos.

Antes de eso, el Pele, como tantos gitanos rurales de entonces, se empleó toda su vida como tratante de caballerías. Era un hombre rústico, carente de cualquier clase de educación y como negociante un verdadero sinvergüenza, al punto de que en los años 20 estuvo preso por estafador durante algún tiempo. Residió durante muchos años en Barbastro, donde era un personaje conocido y en cierto modo popular, a lo que probablemente contribuía su condición de alcohólico y una probable enajenación mental, que le convertían en un auténtico espectáculo callejero andante.

En 1936 Ceferino Giménez era un anciano inofensivo y pintoresco. Al comenzar la guerra de España Barbastro había quedado en la zona republicana, tras mantenerse leal al Gobierno legítimo su guarnición militar. A finales de julio comienzan a llegar al pueblo, procedentes de Barcelona, las primeras columnas de milicianos catalanes. Un día de aquél verano caluroso, un grupo de milicianos caminan pausadamente por el centro de la población llevando detenido a un cura, al que se disponen a fusilar en las afueras. En su trayecto se cruza el Pele, completamente bebido. El gitano comienza a increpar a los milicianos, preguntándoles con grandes voces a dónde llevan a aquél "hombre santo", exigiendo luego igualmente a grito pelado que lo dejen libre. La cosa se prolonga durante un rato ante la rechifla de los lugareños con los que se cruzan, que conocen bien al Pele y se están divirtiendo de lo lindo a costa de los catalanes. Los milicianos, hartos del espectáculo, le dicen al gitano que les deje en paz, pero éste no sólo insiste en sus tonterías sino que les pide que si van a matar a aquél "santo varón", le lleven a él también. Como que a pesar de las advertencias el Pele no afloja, finalmente los irritados milicianos le dicen que si tantas ganas tiene de morir que "tire para adelante" con el cura, y efectivamente, minutos después les fusilan a ambos juntos.

Esta es la historia real de la muerte del Pele. Manipularla hasta convertirla en un "martirio por la fe" da la medida de la absoluta falta de escrúpulos de una institución, la Iglesia católica, implicada de hoz y coz en la brutal y a menudo indiscriminada represión franquista, en la que obispos y curas participaron durante décadas como instigadores y también como agentes activos. Con "santos" como el Pele se pretende equilibrar, falseándola, una balanza cuya resultado criminal, perfectamente documentado hoy día, resulta incomparable en cantidad de victimas y sobre todo, en la manera en que estas se produjeron. En tanto en la llamada "zona nacional" la represión fue planificaba y ejecutada de un modo orgánico y centralizado, como parte de la política de guerra total llevaba a cabo por el Ejército rebelde contra su propio pueblo, en la zona republicana tuvo lugar de modo muy limitado y sólo durante los primeros meses del conflicto, hasta que el Estado pudo recuperar el control de la situación en su territorio, y en general se circunscribió a episodios aislados a veces tan chuscos como el aquí comentado.

En la catedral de Barbastro, por cierto, y como prueba de esa complicidad eclesiástica con el franquismo, sigue presente una enorme lápida adosada a su fachada principal, en la que se recuerda a los "Caídos por Dios y por España", cuyos nombres encabeza el ideólogo fascista José Antonio Primo de Rivera. Cuando la fotografié hace unos meses manos anónimas habían lanzado sobre ella pintura roja, a modo de denuncia de los crímenes fascistas que continúa exaltando ese residuo del pasado franquista.

En la fotografía que ilustra el post, la lápida franquista que aún campea en la fachada de la catedral de Barbastro.


2 comentarios:

Celemin dijo...

Siento haber estado un tiempo sin poder leerte. El trabajo no me ha dejado tiempo pa na.
Buen artículo y un abrazo.

Joaquim dijo...

Bienhallado de nuevo, Celemín.