
La ferocidad de los bombardeos israelíes de estos días sobre Gaza rebasa todos los límites incluso en un conflicto, el palestino-israelí, que hace muchos años ha demostrado carecer de ellos. Desde las Naciones Unidas hasta la Administración de George W. Bush, todos han pedido verbalmente el cese de esta barbaridad, con el resultado acostumbrado. En Gaza llueve sobre mojado, y las partes en conflicto se aprestan a sacar tajada sobre las montañas de cadáveres y de escombros.
Con todo, no hay que perder de vista que aquí se está desarrollando un juego tramposo, en el que los presuntos contrincantes -el gobierno israelí y Hamás- están provocando y usando una tragedia inmensa para sus respectivos y repugnantes fines políticos. De entrada, Hamás dio por finalizado sin dar mayores explicaciones un alto el fuego que había declarado unilateralmente meses atrás, e inmediatamente sus milicianos se pusieron a bombardear territorio israelí con sus cohetes. El pasado 26 de diciembre murieron dos niñas palestinas en el norte de la franja de Gaza al ser alcanzadas por un cohete lanzado por milicianos de Hamás; al crimen se sumaba así la estupidez de asesinar a aquellos a quienes se dice proteger. La actitud de Hamás de volver a provocar al oso israelí no es empero un acto gratuito, y responde a la creciente pérdida de influencia de este partido-movimiento en Gaza ante los sectores abiertamente pro Al Qaeda, que en las últimas semanas han lanzado una fortísima campaña propagandística a favor del "califato universal", aspiración maximalista en el contexto de la cual el proyecto nacional palestino carece de significación. Hamás pierde clientela a chorros sobre todo entre las mujeres, y sabe que la única manera de conservarla es excitándola; nada como los bombardeos israelíes para cohesionar sus filas.
Israel por su parte, afronta dentro de un mes unas elecciones en las que la posibilidad de que gane la extrema derecha, el Likud que lidera Benjamin Netanyahu, crece a medida que pasan los días. Kadima, el partido del primer ministro Olmert y de la aspirante Tzipi Livni, se desintegra por momentos, fugándose cargos y dirigentes hacia el fascistoide Likud. Sólo un puñetazo encima de la mesa -es decir, sobre las cabezas de los habitantes de la franja de Gaza-, podía convencer al votante israelí de que no es necesario echarse en brazos de la extrema derecha habiendo un partido como Kadima en el poder. La operación "Plomo Duro" sobre Gaza es pues ante todo una estrategia política, a la que Hamás ha servido en bandeja de plata la excusa necesaria para desencadenarla.
De la mala fé de unos y otros da cuenta por ejemplo, la negativa de Hamás a permitir que se evacúe a los más de mil heridos hacia Egipto, a pesar de que el gobierno egipcio ha dado orden de abrir los pasos y está dispuesto a acogerlos. Los israelíes por su parte han machacado cuarteles y edificios administrativos palestinos en Gaza, pero de paso han dejado caer suficientes bombas sobre la población civil como para que todos tengan claro que "esto" no va sólo con los militantes de Hamás. Mientras, decenas de miles de soldados y cientos de blindados se concentran en la frontera listos para invadir Gaza por tierra si se estima conveniente. En Gaza pues, se juntan una vez más el hambre y las ganas de comer, es decir la conveniencia y el acuerdo tácito entre dos posiciones extremas que se odian tanto como se necesitan para seguir controlando a sus respectivas poblaciones.
La comunidad internacional, como siempre, y una vez hechas las declaraciones consabidas, mira para otro lado y prosigue su tranquila digestión. En Belén hubo Misa del Gallo, con patriarca latino de Jerusalén y Presidente de la ANP palestina incluidos, y nadie la interrumpió; el teatro de Oriente Próximo sigue funcionando a pleno rendimiento.