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Dos libros para entender todo esto: “Tratado de ateología”, de Michel Onfray (editorial Anagrama), y “Las religiones asesinas”, de Elie Barnavi (Editorial Turner).
La verdad es que siempre me ha llamado la atención la desproporción que hay entre el número de policías realmente existente incluso en un país como EEUU, y la cantidad de horas de emisión que se dedican a loar sus gestas en productos televisivos. Al cabo, resulta que los polis de la tele también tienen hijos respondones, hipotecas por pagar y un amigo que empina el codo más de la cuenta; entonces, si tan normales son, ¿por qué demonios invaden a todas horas nuestras pantallas caseras con sus problemas y su trabajo?.
La respuesta está en CSI, más concretamente en CSI Miami. A mí esta serie me fascina, lo reconozco. Nada hay en la tele tan infernalmente educativo como ella; nada tan pedagógico como su apuesta neta por una sociedad policial en la que los derechos del individuo y las libertades públicas hayan sido liquidadas de una vez por todas.
CSI Miami la protagoniza un tipo adusto y pelirrojo, que en la ficción televisiva es una especie de superpoli –mitad poli mitad científico- llamado Horatio, y al que sus subordinados llaman H. Cuando H. interroga a un sospechoso –en realidad, cualquiera que esté a su alcance es sospechoso de algo- el hielo cristaliza en la sala -¿de tortura?- donde reina Horatio el superpoli. Uno ve luego esos vídeos de ciertas comisarías de los Mossos d’Esquadra donde le dan de hostias o le tocan las tetas al detenido o detenida de turno, y no puede menos que suspirar ante trabajo tan artesano. H. no da de hostias a nadie, no lo necesita: él fulmina al interrogado con su verbo parco y medido, y sobre todo con la calidad pétrea de su mirada. El interrogado culpable acaba confesando -¡coño si confiesa!-, y el inocente termina por desgranar sus pecadillos ocultos –un tráfico de drogas al por menor por aquí, una pelea a puñetazos por allá- que Horatio, magnánimo, ignora, pues a él sólo le interesa cazar
Últimamente la serie se ha puesto un poco resbaladiza porque H. y sus muchachos andan persiguiendo terroristas por Miami, y eso queda un poco confuso: se supone que son los “boys” del cuerpo de Marines los que hacen el trabajo de cazarlos en Irak, que para eso están. Claro que si hasta la policía municipal barcelonesa va detrás de los moritos del Raval (antes Barrio Chino) porque alguien les ha soplado que preparaban atentados suicidas contra el metro de Barcelona, a ver por qué diablos mi Horatio no iba a poder dar buena cuenta de unos cuantos terroristas en el Miami sobre el que impera como una mistress del antivicio.
Yo cuando veo a Horatio en acción, inmediatamente pienso en los polis de
En un episodio emitido hace tiempo se entablaba este ilustrativo diálogo entre Horatio y un policía de Nueva York, ciudad a la que se había desplazado H. persiguiendo a un criminal:
Horatio: Cuando cojamos a X., quiero prioridad. Quiero llevármelo a Florida para que lo asen en la silla eléctrica.
Poli de NY: En Nueva York también tenemos pena de muerte.
Horatio: Sí, pero hace muchos años que no se aplica.
Poli de NY: Tienes razón. ¡Qué porquería de políticos!.
En fin, que el modelo de poli del siglo XXI ya está aquí, aunque de momento sólo en nuestras teles. O eso nos gustaría creer.
Lo único que falta ahora es que cuando los abogados de La Caixa se presenten ante el juez, declaren que la entidad es insolvente y que no puede afrontar la sanción.