La cacicada del aparato del PSOE imponiendo la continuidad en el gobierno de Navarra de la organización regional del PP más escorada a la extrema derecha -ese conglomerado de carlistas, alfonsinos, franquistas y neocons que es la UPN-, representa el final de las esperanzas habidas no sólo de que se produjera un cambio en esa región, sino de que el gobierno de Zapatero retomara en algún momento la vía de circulación por la izquierda que siguió en sus primeros meses, y que luego ha ido abandonando a medida que crecía la presión sobre él de los poderes fácticos, de la extrema derecha parlamentaria y sobre todo de la perrera mediática al servicio de los intereses más reaccionarios y bastardos.
En cierto modo, al prohibir finalmente a su organización regional navarra pactar con Nafarroa-Bai e IU un gobierno de cambio en Navarra, el PSOE-Ferraz acaba de enseñar las cartas con las que pretende ganar las elecciones de marzo próximo. Obsesionados con ganarle al PP esa mítica franja de "voto moderado" en la cual los "expertos" dicen que se ganan las elecciones, el aparato socialista está dilapidando el aluvión de votos de izquierda que el 14 de marzo de 2004 llevó a Zapatero a La Moncloa: 1'5 millones de votos de socialistas críticos que se habían abstenido en el año 2000, y otro 1'5 millones de votantes de IU en aquellos comicios. En total, 3 millones de votos de izquierda neta, gracias a los cuales el PSOE pudo ganar el 14-M.
Los apoyos parlamentarios que le consolidaron en el poder entonces fueron asimismo provenientes de la izquierda de la Cámara, tanto de la izquierda tradicional representada por IU, como de la izquierda burguesa representada por ERC y las nuevas formaciones nacionalistas, BNG y CHA; las derechas democráticas, PNV y CiU, permanecieron fuera de esa coalición de facto, obviamente, aunque agradecieron los gestos de civilidad emanados hacia ellos desde el nuevo gobierno. El PP golpista del 13-M quedaba, lógicamente, en las tinieblas exteriores.
En realidad, a Ferraz nunca le gustó ese diseño. Al PSOE- Ferraz le dan pavor los proyectos de izquierda, por eso Blanco y compañía han luchado desde la misma constitución del gobierno Zapatero, para dinamitar pactos y tratos con los partidos de la izquierda parlamentaria; secundariamente, a Ferraz tampoco le gustó nunca ni un pelo el proceso de paz en el País Vasco, pero ésa es otra guerra que tiene poco que ver realmente con este asunto. Ferraz ha intentado imponer siempre una política de pactos hacia la derecha, lo cual fue público y notorio a partir del asunto de la negociación del nuevo Estatuto catalán. Una y otra vez Ferraz ha empujado hacia la derecha, hacia un pacto con CiU (que exige que le "devuelvan" Catalunya) y con el PNV (con el objetivo de neutralizar políticamente al mundo de ETA).
En Ferraz no gustó nada tampoco el gobierno gallego socialista-nacionalista. Entre otras cosas, porque además de abrirle el poder regional a los nacionalistas de izquierda y hacerle un feo considerable al PP, quedaba claro que sin José Blanco como secretario de Organización del PSG-PSOE ese partido era capaz de superar las luchas internas y establecer líneas de trabajo con otras formaciones políticas, algo que en la época Blanco resultó del todo punto imposible, en parte debido a la proverbial incapacidad del personaje para acometer gestiones de cierto vuelo.
Aún menos gustó la reedición del tripartito catalán. En honor de Montilla hay que decir que el dirigente socialista catalán tuvo la entereza suficiente para enviar las presiones de Ferraz al diablo -lo que debió de sorprender desagradablemente a quienes le creían "uno de los nuestros" por entero-, y hacer lo único que desde una perspectiva de izquierdas debía de hacer: un gobierno de izquierdas en Catalunya, enviando a la oposición a las derechas reaccionarias, CiU y el PP.
En Navarra los dirigentes socialistas locales tuvieron miedo hasta de la posibilidad de llegar a ganar las elecciones -el PSN-PSOE es una organización pequeña y con poco arraigo-, y finalmente, tras marear la perdiz durante demasiado tiempo, aceptaron el clamor de las bases en el sentido de apoyar el gobierno de cambio que la sociedad navarra democrática reclama. Luego se han plegado con rapidez al "diktak" de Blanco y adláteres. Zapatero parece haberse desentendido del tema, seguramente preocupado porque fuera cual fuese la resolución final no le acabara salpicando directamente cuando falta tan poco para las generales; es así como Blanco-Ferraz y su política ratonera cargan con toda la responsabilidad de esta cacicada propia de los tiempos de la Komintern, y por Dios que muchos somos los socialistas y hombres y mujeres de izquierdas que, al albur de lo que se oye estos días en las radios de toda España, estamos determinados a hacérselo pagar muy caro.
Para postre, el inefable Javier Rojo acaba de ponerle la guinda al pastel de los disparates con unas repugnantes declaraciones en TVE, afirmando impertérrito y con su gesto de suficiencia característico que en política hay razones que están por encima de los sentimientos de los ciudadanos. Ni un senador romano de los tiempos de Calígula lo hubiera expresado mejor.
Es obvio que Ferraz quiere amarrar esos votitos "moderados" que ilusoriamente creen permiten ganar las generales -les interesa creerlo, a ellos, políticos profesionales acostumbrados a valorarlo todo en función de sus propios intereses continuistas-, aunque ello suponga la desaparición electoral del PSN-PSOE. No se dan cuenta, o no quieran darse cuenta, de que para no irritar al puñado de fans de los Bono, Paco Vázquez, Redondo Terreros y resto de la cuadrilla, han provocado la indignación de un número infinitamente superior de votantes socialistas de izquierdas en toda España que hoy se sienten humillados y estafados.
Se diría que Blanco y compañía han confundido Ferraz con el Kremlin. Y no precisamente con el Kremlin de Lenin, sino con el de un poco después.