Al final de este blog campea una frase que aún siendo cosecha propia de un servidor de ustedes, en realidad matiza una célebre sentencia del pensador marxista renovador Cornelius Castoriadis: "El comunismo fracasó y la socialdemocracia está agotada. Hoy más que nunca, la alternativa es socialismo o barbarie". Que la experiencia comunista -con su capitalismo de Estado, su dictadura represiva, su desprecio de los valores humanos y ciudadanos y su ineficacia económica y social-, fue un fracaso tan rotundo que resulta inimaginable concebir su resurrección ni siquiera como mera hipótesis, está fuera de toda duda. Como igualmente está fuera de duda que la socialdemocracia, hija del ayuntamiento del temor capitalista al comunismo durante la Guerra Fría y de la fuerte expansión de la economía productiva tras la Segunda Guerra Mundial, está periclitada y obsoleta, al haber cerrado los patronos el grifo con el que se alimentaba el Estado del Bienestar y sobre todo, al producirse el cambio en el modelo de relaciones de producción y la desaparición del capitalismo centrado en la manufacturación de bienes materiales, substituido por el que basa sus beneficios en la especulación financiera.
En Catalunya esta destrucción del tejido productivo y su substitución por un universo de economía-ficción, viene produciéndose desde principios de los años ochenta. Una de sus consecuencias buscadas ha sido la extinción de los modelos mentales y teóricos tradicionales de las fuerzas de izquierdas -que remiten a la lucha contra el capitalismo productivo-, paralela a la introducción del pragmatismo desideologizado como método de gestión allá donde la izquierda gobierna. Así, las clases trabajadoras han quedado progresivamente desarmadas ante el asalto de la derecha económica y política; no es tanto que éstas hayan impuesto la aceptación razonada de sus ideas y sus políticas, sino que a través de los medios de generación de consenso social y sus altavoces han conseguido hacer creer que no hay otras posibles. Otro mundo no es posible, podría ser el eslogan del pensamiento único derechista. El aburguesamiento de los mandarines que gobiernan las organizaciones sindicales, políticas, sociales y culturales de la izquierda, y la deserción en masa de sus intelectuales rumbo a los cómodos prados en los que ahora pacen (cátedras, diarios, premios literarios...) han hecho el resto, posibilitando esa imposición.
Como consecuencia, el desconcierto del antiguo votante de izquierdas catalán es total. Desde hace tiempo sus dirigentes pertenecen en su mayoría a los estratos menos exitosos de la burguesía media catalana, y están impregnados de los valores y esquemas mentales propios de esa clase social; en su mayoría continúa teniendo como referente mítico al PSOE, un partido centenario al que se vota más por su pasado que por su presente, ya que actualmente vive en fase de transformación en una fuerza liberal cuyas políticas de gobierno y cuyos posicionamientos ideológicos están cada vez más desconectados de los intereses de las clases trabajadoras y populares; y en fin, el consumismo, la alienación, la competitividad y la insolidaridad, valores preconizados y difundidos por la derecha como recetas para desarticular las bases sociales de la izquierda, han cuajado de modo muy sólido en grandes sectores de las clases trabajadoras y populares, en Catalunya y en cualquier otra parte, mucho antes de que el fenómeno de la globalización les de consistencia de leyes universales.
Ante semejante panorama, el votante de izquierdas tradicional se refugia en la abstención. No cambia su voto llevándolo fuera de su espacio, porque entiende que no es la realidad la que ha cambiado en perjuicio de sus ideas; al contrario el mundo contemporáneo, sobreexplotador y extremadamente alineante como en ninguna otra etapa anterior del capitalismo, les dan la razón, las hace más vigentes que nunca. Es la incapacidad para encarnarlas que sufren las organizaciones de izquierdas, singularmente los partidos que hasta fecha reciente se reclamaban de esa ideología y que ahora prefieren calificativos eufemísticos y políticamente correctos como progresistas, verdes, demócratas sociales, etc, como nuevas identidades de conveniencia, la que hace imposible el voto a la fuerza de siempre e incluso a las otras fuerzas próximas pertenecientes al mismo espacio político.
La imagen que ilustra el post corresponde a un cartel llamando al voto a las izquierdas en las elecciones de febrero de 1936. Muchas familias habían quedado rotas por la salvaje represión que siguió a los movimientos revolucionarios en defensa de la República de octubre de 1934.
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