El referéndum sobre el futuro de la Diagonal ha resultado finalmente un fiasco considerable. Tanto, que se ha llevado por delante al primer teniente de alcalde de Barcelona, Carles Martí, fulminantemente destituido por el alcalde y obligado incluso a presentar inmediatamente su renuncia como concejal. La enorme cagada amenaza seriamente las ya de por sí escasas posibilidades del actual alcalde, Jordi Hereu, de repetir al frente de la lista socialista.
Realmente ni hecho aposta se habría podido acumular mayor cantidad de errores de bulto. En primer lugar, recurrir a un referéndum popular en un tema de hondo contenido urbanístico, que inevitablemente genera un considerable sindicato de ciudadanos que con razón o sin ella se considerarán perjudicados sea cual sea la opción escogida, resulta como mínimo arriesgado. Máxime cuando la fórmula de consulta ciudadana prácticamente no se ha rodado, y además se presenta en forma no de una pregunta que de ha escoger entre el sí y el no, sino a través de un mecanismo de consulta enrevesado que presenta dos propuestas concretas y un "cul de sac" -la tercera opción- en el que cabe todo, desde la contestación radical a la indefinición amorfa.
Capítulo aparte merece la logística informática que ha servido de soporte a la consulta, que se ha revelado como una chapuza propia de aficionados codiciosos; nada nuevo que no suceda cada vez que se encarga la gestión de asuntos públicos serios a empresas privadas "competitivas". Por cierto, no es un dato menor que el padrón de la ciudad haya estado expuesto durante una semana a los privados ojos y teclados no sólo de los técnicos de la empresa contratada sino también del personal voluntario que ha colaborado con el desarrollo de la consulta, y es por tanto asimismo ajeno al Ayuntamiento barcelonés. Luego nos vendrán explicando milongas sobre lo rigurosísimas que son las medidas de seguridad en la Administración pública en cuanto a la protección de datos informáticos. ¿Cómo van a estar seguros nuestros datos, si se entrega la gestión informática de un evento como éste a la "iniciativa privada"?. No es casualidad pues que el alcalde Jordi Hereu se fuera a su casa sin saber si realmente había llegado o no a votar, o que al parecer alguien haya suplantado la identidad del concejal del PP Alberto Fernández Díaz. Y bueno, crucemos los dedos y esperemos que de aquí a unos meses los datos privados de los ciudadanos barceloneses no anden dando vueltas por ahí a disposición de cualquier empresa o grupo de facinerosos dispuestos a pagar por ellos, cosa que tampoco sería una novedad por otra parte. El cese de la gerente del Instituto Municipal de Informática, responsable último de esta mamarrachada técnica, era pues asimismo obligado, y se produjo en cuestión de horas.
Las consecuencias políticas de esta charlotada incalificable, obviamente más propia de los espectáculos del bombero-torero que de un Ayuntamiento que hizo los Juegos Olímpicos de 1992 (claro que aquél era "otro" Ayuntamiento, con otros responsables políticos y otros cuadros dirigentes), no se han hecho esperar. Y es que más allá de la inoportunidad de la convocatoria en un momento de crisis total (por mucho que uno siga sin saber si la crisis es real, mediática o directamente galáctica), la gestión del evento ha dado muestra de la auténtica talla de los principales implicados. Y con todo que la Virgen nos asista, porque los relevos habidos nos van a hacer añorar enseguida a los que acaban de marcharse. Se lo dice un servidor, que tuvo el dudoso honor de conocer a alguno de ellos hace casi 30 años, en lo que podríamos llamar su "período de formación política y humana"; baste decir que al menos en el caso de uno de los recién ascendidos, persona que en breve empezará a salir mucho en las fotos, su cara es realmente el espejo de su alma.
Lo más curioso del asunto ha sido que el endoso del fiasco ha ido enterito a la cuenta del PSC, lo cual resulta como mínimo injusto habida cuenta de que fue ERC quien parió el invento del referéndum, "comprado" por el actual equipo de gobierno municipal (en el que no figuran los concejales independentistas, desde que en los anteriores comicios municipales decidieron convertirse en "oposición pero menos"), partido que ahora se sitúa al frente de la manifestación rasgándose las vestiduras y pidiendo cabezas por lo ocurrido. O sea, que ERC vive y pretende medrar con un pie en el gobierno y el otro en la barricada; ¡no saben nada el señor Jordi Portabella y compañía!.
Y sin embargo, era una buena idea. Pero alguien debió haberse tomado en serio esto de consultar a los ciudadanos de Barcelona sobre proyectos de gran trascendencia para el futuro de la ciudad. Precisamente porque construir una democracia participativa obliga a que la ciudadanía pueda no sólo opinar, sino también decidir sobre esos proyectos. Todo esto ha pasado porque una vez más nos hemos quedado en el marketing sin profundizar en la realidad, que es el modo en que actúan los políticos superficiales y carentes de formación: la gestión por la gestión, y el escaparate como medio de comunicar con el ciudadano. Y en fin, también por querer imitar un tiempo y un estilo, el de la Barcelona maragalliana, que desgraciadamente ya pasaron a la Historia.
Lo peor con todo, es que quienes han ganado finalmente esta apuesta han sido los partidarios del Dios Automóvil Privado, ese becerro de oro que enseñorea nuestras ciudades. Los gases de los tubos de escape continuarán reinando sobre la principal vía urbana de Barcelona. Finalmente, el orden reina en la Diagonal.
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