viernes, 21 de mayo de 2010

El castrismo y la Iglesia católica se alían en Cuba



La prensa internacional de hoy trae una noticia de esas que dejan al borde del pasmo a ingenuos y no avisados, pero que confirman muchas cosas a los lectores atentos.

Según leo en el diario argentino Clarín (la noticia viene también en El País, pero mucho más escueta), ayer se celebró en La Habana una singular reunión entre el actual número uno de facto del régimen cubano, Raúl Castro, y el cardenal Jaime Ortega, jefe máximo de la secta vaticana en la isla. A Ortega, que no es precisamente un castrista, le acompañaba una selecta representación de la Conferencia Episcopal Cubana. La justificación de puertas afuera para esta sorprendente reunión, que se prolongó durante cuatro horas y en la que al parecer todo fueron sonrisas y cordialidad, fue la intercesión de la Iglesia cubana para que el régimen castrista libere a sus "presos políticos". Lo más curioso del caso es que al parecer hubo acuerdo (evidentemente negociado y pactado con anterioridad al encuentro) para que efectivamente, en un plazo no determinado se de satisfacción a la demanda de los monseñores.

De todos es sabido que el régimen cubano anda muy tocado, y que a las dificultades económicas y sociales por las que atraviesa desde tiempo inmemorial se suma ahora un grave problema de imagen exterior, que es realmente nuevo para él. Desde la muerte de Orlando Zapata y la huelga de hambre que al parecer mantiene Guillermo Fariñas -dos personajes tan oscuros como el resto de la "disidencia política interna" cubana, tradicionalmente a sueldo de la CIA o del G2 castrista, y en ocasiones de ambos servicios secretos a la vez-, a los hermanos Castro se les ha puesto muy duro seguir vendiendo fuera el amor por su régimen que supuestamente sienten los cubanos que gozan -es un decir- de su existencia. Para los jerarcas católicos, cuya presencia tras el minimovimiento de oposición Damas Blancas es evidente por más que discreta, los dimes y diretes con el castrismo se han mantenido siempre dentro de una razonable "disidencia", tanto que históricamente ha olido a cierta complicidad entre el régimen de los Castro y los monseñores que apacientan un escúalido pero cierto rebaño en la isla. La discreción que los monseñores han mantenido en asuntos tan espinosos como el problema de los llamados presos políticos cubanos y en relación con las huelgas de hambre hasta el martirio de los Zapata y compañía, ha sido realmente ejemplar. No debe extrañar por tanto que terminen convirtiéndose en interlocutores provilegiados de un régimen al que cada vez le quedan menos espacios exteriores donde colocar sus mensajes, y sobre todo donde encontrar apoyos en los que cimentar su perpetuación en el poder.

La Iglesia católica cubana, reaccionaria como pocas desde sus mismos orígenes coloniales, deviene así de "neutral" en colaboradora activa del mantenimiento del régimen de los Castro. Tampoco es un fenómeno tan extraño. En la anticomunista Polonia, la jerarquía católica fue el principal sostén del régimen lacayo de Moscú hasta el derrumbe mismo de éste; cierto que había curas fanáticos relacionados con la extrema derecha nacionalista enfrentados con el régimen comunista, pero jerarcas como el arzobispo Woytila y el cardenal Glemp fueron colaboradores activos de Varsovia, hasta el momento en que se consideraron suficientemente fuertes como para emprender el derribo del régimen. Es probable que en Cuba la Iglesia esté jugando las mismas cartas, posicionándose en favor de aguantar en el poder al castrismo hasta que no quede más remedio que substituirlo, bien sea porque la descomposición del régimen sea ya imparable o porque fuerzas externas presionen tan fuertemente que precipiten su caída. En todo caso está claro que la apuesta de la jerarquía católica en Cuba pasa por garantizar el "orden" en la isla aún al precio de dar oxígeno a los dirigentes castristas, y que no parecen dispuestos a apoyar un cambio violento, del estilo que sería del gusto de los exiliados cubanos en Miami y de amplias capas de la sociedad estadounidense. Sacar a los Castro a tiro limpio del poder no entra en los planes de los monseñores, sobre todo si la situación de debilidad del régimen y su necesidad de apoyos obliga a éste a hacerles concesiones importantes, que seguramente empezaremos a conocer a no tardar mucho.

En la fotografía, Raúl Castro saluda entre sonrisas a Dionisio García, presidente de la Conferencia episcopal católica en Cuba, y Jaime Ortega, arzobispo de La Habana y líder de la Iglesia cubana.

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