Durante mi reciente paso por Madrid con motivo de la presentación en esa ciudad de "Un castillo en la niebla", tuve tiempo para acercarme hasta el Centro Reina Sofía y ver la exposición temporal "El movimiento de la fotografía obrera (1926-1939)". Se trata de una magnífica muestra del mejor fotoperiodismo amateur europeo de entreguerras, con la característica especial de que todos los autores eran obreros aficionados a la fotografía, que recogían en precisas y a veces brutales instantáneas las condiciones de vida de las clases trabajadoras en las sociedades del Viejo Continente entre los años del crack y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
La gracia un tanto siniestra del asunto es que esta especie de acta notarial colectiva de la situación de la clase obrera europea comienza en 1926 como un gesto propagandístico de la URSS, donde de modo calculado se catapulta a las retinas del mundo una serie de fotografías acerca de la idílica (y falsificada) vida de una presunta familia obrera soviética tipo. A partir de ahí miles de fotorreporteros aficionados -al principio, la mayoría de ideología comunista estricta-, se lanzan en toda Europa a dejar constancia de las difíciles condiciones de vida de sus hermanos de clase en la Alemania de Weimar, la Francia de la III República o la España de la Guerra Civil, entre otros países. Pronto comenzaron a editarse un grupo de revistas -algunas míticas, como la francesa Regards-, en cuyas páginas vemos rostros y situaciones que nos miran desde la miseria, la desnutrición, el atraso general y sobre todo la desesperanza, apenas matizada por la adhesión entusiasta de algunos protagonistas de esas imágenes a la causa revolucionaria (impresionante el breve documental producido por la SFIO sobre el desfile de las izquierdas el 14 de julio de 1935).
El movimiento de la fotografía obrera duró poco más de una década, y murió con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Setenta años después sus imágenes explican con verdadera dureza por qué la construcción de una sociedad sin clases fue el objetivo ansiado por el que sacrificaron sus vidas tantos trabajadores y trabajadoras del mundo. Quien no lo entienda, que observe los rostros de los niños hambrientos, descalzos y sin infancia que nos miran desde esas fotografías tomadas en los suburbios del Berlín, París, Londres o Madrid de aquellos años tremendos.
En la fotografía que ilustra el post un grupo de niños mineros retratados en algún lugar de Europa durante el primer tercio del siglo XX.
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