domingo, 1 de mayo de 2011

Desengaño y alabanza de Luis Buñuel



Ayer me compré las memorias de Luis Buñuel en el Centro Buñuel Calanda, que funciona en su pueblo aragonés de origen. Me las he leído en dos días a saltos, aprovechando los trayectos en autobús y tren al final de mi viaje postSemana Santa por algunos escenarios de la infancia del director aragonés, en la Provincia de Teruel, Comunidad Autónoma de Aragón (Reino de España, ya saben).

El libro es el gruñido desesperado de un viejo al que a sus ochenta y pico años y estando a las puertas de la muerte, ya casi nada le importaba ni le interesaba. Se ve que quiso despedirse dejando las cosas bien sentadas. A mí Buñuel siempre me ha parecido un tipo muy interesante y un cinesta horrible. Sus películas suelen ser bromas más estiradas que un chiclé masticado cien veces, cuando no sueños eróticos de adolescente que podrían ventilarse en un corto de diez minutos. Su técnica es totalmente amateur, y solo a puro de años y rodajes llegó a dominar algo parecido a una dirección cinematográfica medianamente solvente. El director Buñuel aburre como pocos; lo peor con todo es que su anticlericalismo e inconformismo vistos con ojos de hoy día, resultan entrañables de puro inocentes. Sus filmes han envejecido de manera penosa.

Pero el Buñuel hombre es infinitamente más interesante que el presunto intelectual, ya digo. Su vida resulta apasionante, no tanto por las gentes que conoció y los escenarios en los que se desarrolló como por las opiniones que vierte sobre sí mismo y sobre el mundo. Buñuel nunca engañó a Buñuel, y el mundo tampoco le toreó. Luis Buñuel era al cabo, un burgués vividor asustado por el cristo que liaron sus ideas de joven señorito revolucionario: el caos como partero de la Historia, el surrealismo como epistemología del conocimiento, el terror a los otros sobre todo cuando se organizan para seguirle a uno mismo... En ese contexto mental no es raro que cite profusamente a Sade y se olvide de Marx, por ejemplo; o que ponga a parir a los anarquistas con entusiasmo digno de mejor causa. La revolución española le dio tanto miedo a Buñuel, que se adhirió entusiásticamente al Partido Comunista de España. Perdida la guerra, se desinteresó de los comunistas como el que abandona una muda vieja. Fue un burgués con resabios de campesino aragonés sin duda, pero burgués hasta el fin. Algo en Buñuel me recuerda al Josep Pla disfrazado de pagés con boina y pantalón de pana; ninguno de los dos era en sentido estricto un hombre de la tierra, pero les encantaba fingirlo y daban bastante bien en el papel.

Un consejo: si no han leído "Mi último suspiro", las memorias de Luis Buñuel, háganlo de inmediato. Es uno de los más extraordinarios libros de memorias jamás escritos.

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