martes, 20 de septiembre de 2011

Cuando las piedras se puedan comer y ya nadie sea más que nadie


Durante el tiempo en que anduve investigando y luego escribiendo el libro sobre la vida y muerte de Mariano Carilla Albalá me venía a la mente muchas veces el tema Canta por mí, de El Último de la Fila. Es una de las letras más claras y tersas de un grupo que años atrás no me gustaba especialmente por causa del lenguaje rebuscado y artificioso que a menudo tienen las letras de sus canciones, lyrics a veces pretenciosamente poéticos y casi siempre conceptualmente poco inteligibles. 

El grupo duró unos 15 años, y estaba encabezado por un dúo formado por Manolo García, un catalanoandaluz del Poble Nou barcelonés, y por Quimi Portet, oriundo de Vic, en la Catalunya profunda. Puro mestizaje de dos culturas, que en el caso de El Último de la Fila a veces dio resultados de gran brillantez y en otras menos.

Canta por mí sin embargo es otra cosa como digo, y además de una música de calidad y bien armonizada tiene a mi juicio versos de gran altura y muy evocadores. Hay uno que cuando lo escucho me recuerda siempre la famosa fotografía de Miguel Hernández en el frente de Extremadura, en la que el poeta está declamando versos bajo la lluvia rodeado de soldados con cascos y capotes:

Si les miente la vida
se hacen parapetos con poemas

Aunque lo más hermoso de la canción sea sin duda este otro fragmento, que supongo es el que de algún modo se me engarzó subliminalmente al recuerdo de Mariano y sus compañeros de lucha y deportación:

Un día color de melocotón,
cuando todos seamos libres,
cuando las piedras se puedan comer
y ya nadie sea más que nadie,
canta por mí
si no estoy yo aquí.

Seguiremos cantando por ellos pues, pese a quien pese. 

Les repito el enlace a Canta por mí en You Tube. El video corresponde a un actuación en directo en el Estadi Olímpic de Montjuïc, en Barcelona, octubre de 1990.

La fotografía que ilustra el post es una imagen maravillosa tomada por Agustí Centelles en la Rambla barcelonesa, en agosto de 1936. Un miliciano se despide de su compañera y su hijo casi recién nacido antes de subir al camión que le llevará al frente de Aragón.

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