La concesión del premio Nobel de literatura a Mario Vargas Llosa, escritor peruano con pasaporte español desde los años noventa, viene a confirmar la vigencia del amplio grupo de "vacas sagradas" de la literatura castellana nacidas en América que han dado a luz la mejor narrativa en castellano del siglo XX. Ese selecto grupo de elegidos para la gloria comenzó a publicar en la Barcelona de los primeros años sesenta en Seix Barral, la editorial que comandaba Carlos Barral, luego de haber sido destetados como escritores por la agente literaria Carmen Balcells, quien inoculó en su selecta cuadra de purasangres de la pluma, entre otras virtudes de semejante o mayor rango, un afán por el coleccionismo de dólares que ríanse usted de los banqueros de Wall Street e incluso de Salvador Dalí.
Así, los García Márquez, José Donoso, Alejo Carpentier, Vargas Llosa, etc, devinieron de románticos e izquierdistas escribidores en multimillonarios fabricantes de best sellers, cuyas novelas venden cifras mareantes y se traducen a cualquier idioma que tenga alfabeto desde hace ya medio siglo. Lo fantástico de la mayor parte de los componentes de este grupo de dioses es que han sido capaces de hacer ese tránsito sin perder apenas calidad literaria.
No es el caso de Vargas Llosa. Si "La ciudad y los perros" publicada cuando Mario Vargas Llosa todavía era Marito, a sus apenas 25 años, es quizá una de las 4 ó 5 mejores novelas escritas en castellano de todos los tiempos, y el conjunto de su obra de los años sesenta y setenta es ya parte de la historia de la literatura universal, lo que vino después, de los ochenta hacia acá, es en su caso pura decadencia literaria. Las novelas de Vargas Llosa son desde hace décadas un producto industrial fabricado por alguien que conoce tremendamente su oficio y sabe como encandilar a sus lectores, pero no dejan huella alguna. Es lo que tienen los best sellers: son artículos de consumo con fecha de caducidad, al contrario que la buena literatura.
El Nobel le llega a Vargas Llosa como reconocimiento a una trayectoria creativa que tantas satisfacciones ha dado a las industrias culturales, y también como un cierto premio a su evolución ideológica. Nada queda apenas del joven revolucionario que sacudió en la conciencia de los latinoamericanos aldabonazos tan dramáticos como la mencionada "La ciudad y los perros" (si Vargas Llosa no hubiera escrito más que esas páginas, ya merecería un puesto de honor en la literatura universal), y que desnudó la mentalidad reaccionaria, militarista, meapilas y machista dominante en las sociedades americanas con títulos como "Pantaleón y las visitadoras", Conversación en la catedral" y "La tía Julia y el escribidor". Pienso que lo que vino luego, tras la publicación de "La guerra del fin del mundo" a principios de los ochenta, desmerece al autor primigenio, de modo acorde y paralelo a su evolución ideológica hacia posiciones cada vez más conservadoras; basta leer sus artículos de opinión en El País a modo de ejemplo ilustrativo. La última novela suya que leí, "La fiesta del Chivo", me pareció simplemente lo que es: un best seller entretenido mientras lo lees, pero que una vez terminado se olvida por completo.
Ahora que estamos en el bicentenario de las presuntas independencias americanas, yo me quedo con el Vargas Llosa que retrata su juventud como el cadete alias El Poeta, en ese bestial trasunto de la sociedad americana postcolonial (¿post?) prolongada hasta casi hoy mismo; sociedades en las que reinaba (¿reina?) el militarismo y el machismo hasta el delirio, y que el escritor peruano resumía en el microcosmos del colegio militar limeño Leoncio Prado. Y también con esa magistral puesta en ridículo de los "valores" que dicen poseer las instituciones militares, que representan las aventuras del capitán Pantaleón Pantoja y su tropa de putas itinerantes por las guarniciones de la selva amazónica peruana en "Pantaleón y las visitadoras"; no se pierdan el lenguaje militar estereotipado en el que el pobre capitán Pantoja redacta sus desternillantes informes. Y desde luego vuelvan a leer cuantas veces quieran la divertida "La tía Julia y el escribidor", donde el Varguitas de finales de los setenta evoca sus comienzos literarios y el amor iniciático por una mujer de su familia, en paralelo a la peripecia de un guionista de radionovelas que acaba enredando de tal manera su vida privada con su oficio de escribidor que todo llega a ser uno para él, en una sátira feroz de los usos y constumbres amorosos de la sociedad limeña.
Y en fin, recuerden siempre aquél diálogo famoso entre dos personajes de "Conversación en la catedral":
- Zavalita ¿cuándo se jodió el Perú?.
- El Perú nació jodido, amigo mío.
Lamentablemente parece que Vargas Llosa haya olvidado sus propias palabras, adoptando los puntos de vista de esos miraflorinos (habitantes del barrio más exclusivo de Lima) que criticara ásperamente en su juventud.
La fotografía que ilustra el post corresponde a los años en que Mario Vargas Llosa era joven, izquierdista, "feliz e indocumentado" (como escribió de sí mismo García Márquez evocando los años sesenta y su estancia en Barcelona).
3 comentarios:
DEsgraciadamente, tienes mucha razón, Joaquim.
Parece que algunos buenos escritores (los que saben contar historias que tienen por contar), cuando les saluda el éxito, la fama y el dinero, claro, tienden a convertirse en obreros de las letras (si no en empresarios, que algunos autores de best-sellers tienen auténticas cuadras de negros).
Los libros que se publican están perfectamente planificados y son productos de diseño. Para el lector, lo máximo que puede esperar de un best-seller es que su lectura sea apasionante y te atraiga hacia el final. Para olvidarlo a continuación.
De todas formas, no me atrevo a criticar en exceso a Vargas Llosa. Nadie puede asegurar que no caería en lo mismo, si nunca le ha sonreído el éxito. Como nadie puede jurar que es honrado, si nunca ha tenido la llave de la caja.
Saludos.
José María
Estupendo comentario, sin caer en las valoraciones políticas que la "izquierda genuina" viene haciendo de Vargas LLosa.
Creo que merece la pena poner el enlace en el blog del que nunca deberías haberte marchado.
Saludos. Luis Fraile.
Joaquim, lamento no estar de acuerdo contigo en que hay obras de Vargas LLosa, que se leen y olvidan facilmente por no ser de gran escritor, sino mas bien, de un escritor comercial como es "La fiesta del Chivo".
Yo, personalmente, recuerdo esta obra continuamente cuando surge un amante de las dictaduras.
Nunca habia visto expuesto de forma tan magistral la repugnancia que para una persona normal y demócrata, puede inspirar un dictador.
Nos muestra a un ser repugnante tanto moral como fisicamente.
Yo me he sentido agradecida a Vargas LLosa por haber descrito tan magnificamente el asco que a mi me inspiran estos personajes.
A las personas las trata como a esclavos, llevándolas a hacer las cosas mas ruines por miedo a la muerte o al no poder sobrevivir. Y ¿qué decir del aprovechamiento y vejación cruel con las mujeres casi niñas?.
Todo lo expuesto en esta novela, me ha llegado a lo mas profundo porque yo, personalmente, lo he vivido en tiempos de Franco con asquerosos chivos que pululaban por nuestro pais (tenidos por muy machos)y que practicaban con los seres mas indefensos atrocidades similares con total impunidad.
Puede que tu, que eres mucho mas joven, al no haberlo vivido, te parezca comercial aquello que para algunos, sobre todo algunas, ha sido el pan nuestro de cada dia.
Saludos cordiales
Marian
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