Una vez más las clases trabajadoras y populares francesas ocupan las calles de las principales ciudades del país para dejar oír su voz en contra de las políticas reaccionarias gubernamentales. En España acabamos de celebrar una huelga general de 24 horas contra esos mismos planteamientos, que a pesar de haber logrado una importante movilización ni de lejos ha tenido la repercusión ni seguramente las consecuencias que tendrán las que están teniendo lugar ininterrumpidamente en Francia. Y ello seguramente porque en Francia la lucha no se limita a un paro de un solo día sino que está teniendo una prolongación en el tiempo que en algunos sectores es ya de semanas (jubilados, transporte, industria), en tanto nuevos contingentes de huelguistas (funcionarios y estudiantes, principalmente) se van incorporando a la pelea contra la versión sarkozyana del neoliberalismo rampante.
Hace unos días una muchacha de 16 ó 17 años, alumna de un liceo (instituto de bachillerato) de una ciudad de provincias francesa, respondía en la calle a un reportero de televisión que le preguntaba por qué estaban en huelga estudiantes tan jóvenes si lo que se discutía era la edad de jubilación -entre otras cosas más importantes, habría que añadir- de los trabajadores. La chica señaló en dirección a un grupo de obreros huelguistas, hombres de mediana edad, y clamó: "¡porque si las pensiones de ellos están inseguras en estos momentos, imagine lo que pasará con las nuestras cuando lleguemos a la edad de jubilación!". Chapeau por la chavala: a eso se le llamaba antes clarividencia y conciencia de clase.
Es precisamente esa capacidad de razonar sobre los problemas, discernir entre lo importante y lo accesorio y ser capaces de identificar la fuente de donde provienen aquellos, lo que determina que Francia sea el país de las revoluciones. Un servidor de ustedes ha visto a grupos de jóvenes airados de la banlieue parisina pagar el billete de mètro cuando se dirigían a incendiar tiendas y automóviles de lujo en los Campos Elíseos (claro que eso era antes de que un ministro del Interior llamado Sarkozy provocara incidentes planificados en la banlieue para hacer actuar masivamente a la policía, y forjarse así la imagen de hombre resolutivo que le llevó a ganar las presidenciales). Recuerden también que Francia es el país en el que la llamada Revolución de Mayo del 68, en la que se vivieron memorables batallas campales entre la policía y los jóvenes, provocó en un mes un solo muerto, un estudiante que se partió el cráneo al caer desde un árbol al que se había subido para mejor poder insultar a gritos a los flics (policías). Es otra cultura política, distinta de la española, claro.
Una imagen se ha popularizado estos días en la prensa del mundo entero. Una jovencísima alumna de un liceo, subida sobre los hombros de un compañero, anima una marcha de estudiantes alzando el puño. En unas fotos levanta el derecho, en otras el izquierdo. No importa. Esta nueva Marianne del siglo XXI, tan francesa en su aspecto y actitud -la chica viste con ese esmerado descuido propio de las francesas, y su gesto es decidido y responsable-, señala hacia adelante en la lucha en un camino sin vuelta atrás; tal como están las cosas, pronto la vamos a ver convertida en un icono revolucionario europeo. ¡Marchons, marchons!.
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