Dice José María Izquierdo en su blog que muchos andan hoy agotados tras esta Semana Santa, luego de haber intentado inútilmente "evitar quedar sepultados en calles y avenidas de cada ciudad, de cada pueblo de España por procesiones de todo tipo y condición, matutinas, vespertinas, nocturnas, con cánticos, silenciosas, con cristos, con vírgenes, etcétera, etcétera". El espectáculo de la piedad teatralizada al por mayor, en suma, que de un tiempo a esta parte han vuelto a retransmitirnos televisiones y radios como si aún estuviéramos en lo más recio del franquismo. De hecho las teles públicas han repuesto un año más Ben Hur y Barrabás (aunque no La Túnica Sagrada, quizá porque los programadores conocen el tirón que entre el mundillo gay tenían los muslazos de Paul Newman joven, y no querían darles a esos sindiós una nueva ocasión de pecar).
Dice Izquierdo que este año además, el Maligno le ha acabado de agobiar con el encargo de participar en la "vastísima campaña mundial" contra el autodenominado Santo Padre (y sin embargo, presuntamente virgen) "y su infinita bondad". Ya ven, la Iglesia perseguida otra vez, como en los tiempos de Constantino el Grande o Felipe González, por poner dos ejemplos de emperadores terrenales que negaron a la Santa Madre (y sin embargo, inmarcesible ramera) el más menudo óbolo para su substento. Alabado sea el Señor.
El señor Joseph Ratzinger, Herr Papen ya saben, ése señor que antaño fue miembro de organizaciones nazis y hogaño resultara proclamado por sus pares delegado plenipotenciario de Dios en el mundo (digamos que el hombre simplemente cambió de Führer. O no), está dolido estos días porque su Iglesia anda arrastrada por las portadas de los medios de comunicación. Lo curioso del caso es que a una organización que tiene en su haber criminal cositas como la Santa Inquisición, la Cruzada de Franco o su estrecha colaboración financiera con la Mafia, esté yéndose al diablo por cuestiones de bragueta. Pobre Ratzinger, clamando chulerías de nazi sin arrepentir sobre las ruinas de la Babilonia romana, mientras la actitud de la gente ante sus pecados se divide entre la creciente indignación y la cada vez mayor indiferencia.
Porque entendámonos, lo que está haciendo del siglo XXI el último que seguramente conocerá la Iglesia Católica, es precisamente el que haya devenido de uso masivo la más poderosa arma inventada contra esa clase de instituciones opresoras: la indiferencia popular ante su propia existencia. Sin ir más lejos, así le llegó el fin al servicio militar en España, ¿recuerdan?: no es que la mayoría de los jóvenes se hicieran antimilitaristas, es que no le encontraban sentido ni siquiera como objeto de su odio, "pasaban" totalmente de él y del ejército.
La indiferencia popular que no cesa de aumentar es a la larga la verdadera condena a muerte para la Iglesia Católica, mucho más eficaz que el desprestigio y las condenas incluso judiciales que pueda sumar en estos momentos.
En la fotografía que encabeza el post, Karol Wojtyla, alias Juan Pablo II, saluda efusivo y sonriente al reputado asesino general Augusto Pinochet, durante su visita a Chile en 1987.
1 comentario:
ahora vengo a enterarme que no existen otros males que el catolicismo! Poprque no te vas a expresarte libremente a tierras del islam!
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