Una nevada que en los países del centro y norte de Europa habría pasado casi inadvertida, ha generado un extraordinario caos en Catalunya y singularmente, en el área metropolitana de Barcelona. Es evidente que las infraestructuras del país no están a la altura del fenómeno metereológico acaecido, y habrá que empezar por ahí a la hora de ensayar soluciones más que de buscar culpables, pero esa es sólo una faceta del problema. Hay más, y vamos a intentar relacionarlas aquí.
En primer lugar, es obvio que existe cierto cálculo cínico por parte de las instituciones públicas y sobre todo, de sus responsables técnicos, lo que a la larga acaba propiciando desastres como el comentado; tanto va el cántaro a la fuente, que llega el día en el que se rompe. Me explicaré. Hace algunos años, pregunté a un arquitecto barcelonés con cargo de responsabilidad en la administración local, persona por lo demás muy competente y de buen juicio general, la razón por la cual en Barcelona no existía ningún tipo de exigencias oficiales en la construcción de nuevos edificios en orden a la protección contra posibles movimientos sísmicos. El hombre me contestó con toda tranquilidad, que la posibilidad de que acontezca un terremoto de cierta intensidad en nuestra ciudad es tan remota y que probablemente tardará tantos años en producirse, que no vale la pena perder tiempo y dinero tomando medidas contra él; cuando pase pasará, punto. Esta es la visión de la jugada de nuestra Administración en éste y en otros temas semejantes. Ayer mismo oí en la radio a un responsable técnico responder con todo desparpajo que dado que no es habitual que en Catalunya se produzcan nevadas como la habida hace un par de días, no vale la pena disponer de unos medios para contrarrestarla que permanecerían inactivos durante mucho tiempo. Es fácil comprender pues que con este espíritu de nuestros responsables públicos, la meada de un ángel pueda convertirse fácilmente en el Diluvio Universal.
Al lado de esta manifiesta irresponsabilidad pública sumen unas infraestructuras obsoletas, en manos de rapaces empresas monopolísticas que no gastan un céntimo en mantenimiento: cae una nevada de alguna intensidad, y automáticamente se colapsan las carreteras; sopla un ventarrón un poco más fuerte de lo normal, y vuelan por los aires las torres y los cables de alta tensión; llueve durante una tarde, y el transporte público de superficie se paraliza, los semáforos dejan de funcionar y el metro se convierte en un lago subterráneo; las comunicaciones telemáticas se saturan y bloquean apenas coincide una cantidad de usuarios más alta de la habitual llamando por teléfono o intentando entrar en determinado sitio web. Los ejemplos son innumerables. Servicios tercermundistas a la española, de los que en Catalunya gozamos de modo singular a pesar de pagar por ellos vía nuestros impuestos como si fuéramos verdaderos potentados.
Y por último, pero no los últimos en cuanto a responsabilidad, quedamos los ciudadanos. Los ejemplos de la estulticia de tantos supuestos "homos sapiens" en relación con este asunto, son igualmente múltiples y asombrosos: miles de imbéciles se montan en su coche para ir a ver nevar en las montañas, a pesar de las advertencias públicas en sentido contrario, colapsando las carreteras y hasta las autopistas; centenares de miles de alienados insisten en circular en vehículo privado por calles impracticables, sólo por el placer de continuar con sus hábito cotidiano de desplazarse dentro de su privadísimo cacharro de cuatro ruedas; otras legiones de indigentes mentales se lanzan a criticar a las administraciones públicas por no ser capaces de garantizar que el Dios Automóvil pueda seguir circulando libremente bajo cualquier circunstancia, sea ésta una nevada, un bombardeo atómico o el Día del Juicio Final. Esta es la sociedad que tenemos y que entre todos hemos ido conformando.
En primer lugar, es obvio que existe cierto cálculo cínico por parte de las instituciones públicas y sobre todo, de sus responsables técnicos, lo que a la larga acaba propiciando desastres como el comentado; tanto va el cántaro a la fuente, que llega el día en el que se rompe. Me explicaré. Hace algunos años, pregunté a un arquitecto barcelonés con cargo de responsabilidad en la administración local, persona por lo demás muy competente y de buen juicio general, la razón por la cual en Barcelona no existía ningún tipo de exigencias oficiales en la construcción de nuevos edificios en orden a la protección contra posibles movimientos sísmicos. El hombre me contestó con toda tranquilidad, que la posibilidad de que acontezca un terremoto de cierta intensidad en nuestra ciudad es tan remota y que probablemente tardará tantos años en producirse, que no vale la pena perder tiempo y dinero tomando medidas contra él; cuando pase pasará, punto. Esta es la visión de la jugada de nuestra Administración en éste y en otros temas semejantes. Ayer mismo oí en la radio a un responsable técnico responder con todo desparpajo que dado que no es habitual que en Catalunya se produzcan nevadas como la habida hace un par de días, no vale la pena disponer de unos medios para contrarrestarla que permanecerían inactivos durante mucho tiempo. Es fácil comprender pues que con este espíritu de nuestros responsables públicos, la meada de un ángel pueda convertirse fácilmente en el Diluvio Universal.
Al lado de esta manifiesta irresponsabilidad pública sumen unas infraestructuras obsoletas, en manos de rapaces empresas monopolísticas que no gastan un céntimo en mantenimiento: cae una nevada de alguna intensidad, y automáticamente se colapsan las carreteras; sopla un ventarrón un poco más fuerte de lo normal, y vuelan por los aires las torres y los cables de alta tensión; llueve durante una tarde, y el transporte público de superficie se paraliza, los semáforos dejan de funcionar y el metro se convierte en un lago subterráneo; las comunicaciones telemáticas se saturan y bloquean apenas coincide una cantidad de usuarios más alta de la habitual llamando por teléfono o intentando entrar en determinado sitio web. Los ejemplos son innumerables. Servicios tercermundistas a la española, de los que en Catalunya gozamos de modo singular a pesar de pagar por ellos vía nuestros impuestos como si fuéramos verdaderos potentados.
Y por último, pero no los últimos en cuanto a responsabilidad, quedamos los ciudadanos. Los ejemplos de la estulticia de tantos supuestos "homos sapiens" en relación con este asunto, son igualmente múltiples y asombrosos: miles de imbéciles se montan en su coche para ir a ver nevar en las montañas, a pesar de las advertencias públicas en sentido contrario, colapsando las carreteras y hasta las autopistas; centenares de miles de alienados insisten en circular en vehículo privado por calles impracticables, sólo por el placer de continuar con sus hábito cotidiano de desplazarse dentro de su privadísimo cacharro de cuatro ruedas; otras legiones de indigentes mentales se lanzan a criticar a las administraciones públicas por no ser capaces de garantizar que el Dios Automóvil pueda seguir circulando libremente bajo cualquier circunstancia, sea ésta una nevada, un bombardeo atómico o el Día del Juicio Final. Esta es la sociedad que tenemos y que entre todos hemos ido conformando.
Por todo ello me temo mucho que nadie va a sacar lecciones de la nevada, y que en todo caso a nadie le interesa verse obligado a cambiar aunque fuera mínimaente sus hábitos, costumbres y esquemas mentales en relación con estos temas. Como decía el arquitecto al que aludía al comienzo, la posibilidad de que haya un terremoto (o una nevada más o menos fuerte) en Barcelona es tan remota, que no vale la pena considerarla. Y total, cuando nieve ya nos quejaremos a gritos, siguiendo el conocido exabrupto italiano: "piove, porco governo!".
En la imagen que ilustra el post, coches circulando por el centro de Barcelona en medio de la nevada del pasado día 8 de marzo.
En la imagen que ilustra el post, coches circulando por el centro de Barcelona en medio de la nevada del pasado día 8 de marzo.
1 comentario:
No es menos cierto, no obstante, que si trasladamos la problemática, en lo refrente a invertir aún la remotisima posibilidad, al nivel particular de cada uno, seguramente TODOS en nuestras casas no tenemos cosas o hacemos inversiones en previsión de remotisimas contingencias. Sin ir más lejos, ¿quien lleva/mos cadenas en su coche? porque claro " si no me hacen falta " y para más inri, quien, cuando le hacen falta, sabe/mos ponerlas.
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