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Pues el domingo 1 de marzo, podría ser que los cerdos empezaran a volar en el País Vasco...
Luego, o mejor dicho en comandita con el PP, a Bermejo le han tiroteado a discreción desde los estamentos ultrarreaccionarios y corporativistas que emponzoñan la Justicia española desde que Isabel la Católica montaba cuanto le apetecía. El engendro de huelga organizada la semana pasada por dos mil individuos de ideología ultraderechista, consentidos e hiperprivilegiados (y no sólo salarialmente), que cobran por decir que imparten justicia cuando todos sabemos que realmente se dedican a proteger sus intereses y los de los sectores más cerrilmente carcas de la sociedad española, es un buen ejemplo de ello. Si algo se le puede reprochar a Fernández Bermejo es el no haberse atrevido finalmente a entrar a saco en el pudridero del aparato judicial español, que al fin y al cabo es para eso que se le nombró ministro en su día; él se fue arrugando poco a poco, y su jefe mucho más.
El colmo del disparate delirante ha sido el uso mediático de esa mierda de historia de la cacería en la que Bermejo se encontró/quedó con Garzón, que increíblemente le está sirviendo al PP para tapar un escándalo de corrupción mayúsculo en sus niveles dirigentes. En Italia un caso similar acabó con la disolución de la Democrazia Cristiana y con la mayoría de sus dirigentes en la cárcel, mientras que aquí le ha costado políticamente la cabeza al hombre que en teoría comandaba la Justicia española en la limpieza de esa Tangentópolis organizada en las Administraciones públicas españolas gobernadas por el PP.
La verdad es que dan arcadas anta tanta desvergüenza.
Recuerdo mi habitación allí como un espacio anticuado y destartalado, con un cuarto de baño con ducha de plato por cuyo desagüe trepaban las cucarachas. Una mañana comenté este hecho en la recepción, y me enviaron a una chica de servicio con unos polvos para matarlas. Cuando la muchacha vio las cucarachas se puso a reír y a dar gritos de puro nerviosismo, y tuve que ser yo quien tirara los polvos en la ducha porque ella no se atrevía ni a entrar en el cuarto de baño.
Recuerdo también las jineteras por docenas y los vendedores de puros falsos que bullían por el Parque Central, y cómo las pobres mujeres dejaban solos a sus hijos pequeños en el Parque recomendándoles que no bajaran de la acera, mientras la madre iba con el cliente (que no siempre era extranjero) a ocuparse en lo suyo. Y en fin, me acuerdo del tipo que al verme salir del quiosco del hotel Sevilla, donde acababa de comprar un ejemplar de hacía dos días de la edición mexicana de El País, me pidió contésmente si cuando terminara de leerlo podía bajárselo a la entrada de mi hotel, que el estaría allí esperando para recogerlo, en la acera, porque los cubanos que no trabajaban en los hoteles o jineteaban con clientes tenían prohibido entrar al vestíbulo. Y bueno, recuerdo como en cada piso del Plaza había una habitación rotulada con todo descaro "G-2"; sí, una por planta. Se ve que el régimen castrista tenía exceso de policías más o menos secretos.