La muerte le ha llegado a Manuel Fraga Iribarne a los 89 años de edad. Fraga Iribarne -así se llamaba a los miembros de la clase política durante el franquismo: por los dos apellidos, sin el nombre- era ya una supervivencia de sí mismo y desde luego, de una época pretérita sobre la que la derecha franquista postmoderna está reescribiendo la Historia con el mayor de los descaros, gracias en parte a la desmemoria de una neoizquierda de salón que desconoce hasta de dónde viene.
De Fraga Iribarne escribió hace muchos años Manuel Vicent que todavía llevaba pantalón corto cuando se subió por primera vez a un coche oficial. Nacido en la Galicia caciquil y atrasada de la postguerra española, su carrera política comenzó a principios de los años cincuenta del pasado siglo en organismos menores asociados al Movimiento, el pastiche que substituyó a la Falange como partido único del régimen franquista cuando a partir de 1945 la dictadura hubo de esconder sus orígenes fascistas, y comenzó a presentarse como un "régimen autoritario" y paternalista. Fraga siempre fue un falangista puro y duro, un "azul", según la terminología de la época que clasificaba a los integrantes de la nomenclatura del régimen.
En los años sesenta el camarada Fraga Iribarne se convirtió en responsable de propaganda de Franco desde su cargo como ministro de Información y Turismo. En 1964 dirigió la gigantesca operación de intoxicación ideológica de masas que fue la celebración de los "XXV años de paz" del régimen, es decir la conmemoración del 25 aniversario de la victoria militar del fascismo en España. En esos mismos años sesenta organizó un reférendum bajo el lema "Franco, sí", ganado con el 98% de los votos, y pergeñó una ley de prensa que ponía una espada sobre la cabeza de cada profesional de los medios no editados por el Movimiento, incitando a la autocensura de los periodistas so pena de sanciones que pasaban por las multas, la cárcel y hasta la prohibición de cabeceras y la voladura de sus instalaciones, como ocurrió años más tarde con el diario "Madrid". En 1966 se produce el famoso accidente de Palomares, en el que varias bombas atómicas norteamericanas cayeron sobre suelo y aguas territoriales españolas tras el choque de dos aviones en vuelo; Fraga y el embajador norteamericano se fotografiaron bañándose juntos en una playa que, dijeron, estaba próxima al lugar donde cayeron las bombas, para dar a entender que no había peligro alguno (lo cierto es que aún hoy los terrenos donde se recuperaron las bombas siguen siendo zona radioactiva, a pesar de haber sido removida la tierra).
A partir de 1969 la estrella de Fraga sufre un primer declive al caer el Gobierno bajo el control de los llamados "tecnócratas", es decir los miembros del Opus Dei. La secta, conocida como La Mafia Negra, logra arrinconar a los viejos falangistas, y Fraga se marcha de embajador a Londres. Son los años en los que en la política y la economía española mandan los "Lópeces" (López Bravo, López Rodó, López de Letona), bajo la protección del almirante Carrero Blanco, mano derecha de Franco en su ocaso. Fraga no se resigna, e instrumenta el caso Matesa (una colosal estafa empresarial en torno a la industria textil) para atacar y en parte herir aunque no aniquilar el poder del Opus. Luego vendrán Sofico, Redondela y otros escándalos económicos, con asesinatos de testigos incluidos, que socavan el poder del Opus en el régimen.
Muerto Franco, en 1975 Manuel Fraga regresa de Gran Bretaña y es nombrado vicepresidente y ministro de Gobernación (Interior) del Gabinete presidido por Carlos Arias Navarro, llamado "el Carnicero de Málaga" por los miles de asesinatos cometidos bajo su mando policial en esa ciudad andaluza cuando fue tomada por los fascistas durante la guerra de España. En la nueva etapa ministerial de Fraga se producen las matanzas de opositores en Montejurra y Vitoria, y las muertes casi semanales de manifestantes y trabajadores en huelga. La situación se le escapaba de las manos por momentos al Gobierno de Arias Navarro, quien finalmente fue despedido por el rey en 1976. El nombramiento como presidente de Adolfo Suárez, un aventurero de la política de origen "azul", irritó sobremanera a un Fraga que ya se veía en el cargo. A partir de entonces sus relaciones con el rey Juan Carlos devinieron en inexistentes.
Contra lo que se viene reescribiendo en los últimos años, la democracia parlamentaria no llegó a España por concesión de las élites reformistas del régimen sino por la presión de la calle, que obligó a potencias como Francia y EEUU a intervenir forzando el desmantelamiento del franquismo político. Desde el Gobierno y las instituciones, Suárez y el rey crearon un partido para pilotar esa etapa, la UCD, del cual se excluyó a los franquistas irredentos como Fraga. Éste se alió con los restos de la ortodoxia franquista y algunos viejos enemigos, como el opusdeísta López Rodó (los llamados Siete Magníficos), creando Alianza Popular (AP), un partido cuya misión era intentar perpetuar un franquismo sin Franco. Pero las elecciones del 15 de junio de 1977 las ganó UCD, el PSOE renovado quedó segundo y AP sufrió una durísima derrota. Nombrado ponente constitucional, Fraga fue el responsable de buena parte de las insuficiencias democráticas de la Constitución de 1978, aunque AP finalmente votó en contra de la Constitución tanto en el Congreso de los Diputados como en el referéndum del 6 de diciembre de 1978, lo que hay que recalcar en estos tiempos en que se mixtifica el pasado con tanta desvergüenza.
Posteriomente vendría la refundación de AP como Partido Popular (PP), siempre bajo el dominio totalitario del Presidente Fundador Fraga, la recogida de los restos de la UCD tras el estallido de este partido en 1982, la conversión de Galicia bajo el mando de Fraga en la "Baviera de la derecha española" (es decir, en una región gobernada durante décadas por caciques ultraderechistas corruptos), y finalmente, la victoria electoral de Aznar, hechura de Fraga Iribarne y como él, antiguo falangista, en las elecciones generales de 1996. Un largo camino en el que Fraga como Moisés, se quedó a las puertas de la Tierra Prometida: jamás logró su ambición de ser presidente del Gobierno.
En Francia o Alemania, el camarada Fraga Iribarne habría sido juzgado por crímenes contra la Humanidad, al haber sido un destacado jerarca del régimen fascista del general Franco. Y es que Manuel Fraga estuvo presente durante años en aquellos infames Consejos de Ministros de Franco en los que se firmaban condenas a muerte de ciudadanos españoles. Jorge Semprún le acusaba de haber sido uno de los que más insistieron en la ejecución de Julián Grimau. Peor todavía, al parecer Fraga amenazó a la familia del estudiante César Ruano, asesinado por la policía franquista, para que cesara en sus denuncias, y presionó a la prensa para que caracterizara a Ruano como un ser inestable que se había suicidado. Nunca hubo de responder por estas atrocidades, ni tampoco por los crímenes cometidos por la policía y la Guardia Civil a sus órdenes en aquellos terribles inicios de la Transición, ni desde luego por la actividad de organizaciones parapoliciales auspiciadas y amparadas desde el poder en esos años como la Triple A, el Batallón Vasco Español, Antieterrorismo ETA (ATE) y otras siglas semejantes, organizaciones instrumentales creadas para llevar a cabo ataques y atentados que se saldaron con muertos y heridos. Si el teniente general Saénz de Santamaría hubiera tenido ocasión de testificar ante un juez independiente, su deposición sobre Montejurra y otros sucesos habría dado con los huesos de Fraga en la cárcel para una larga temporada.
Queda por dilucidar el verdadero papel de Fraga en el 23-F, la conspiración golpista que intentó devolver España a un pasado ya imposible. Recuerden la frase del teniente coronel Tejero cuando sus sicarios con tricornio comenzaron a disparar hacia el fondo y el techo del Congreso, por encima de las cabezas de los diputados: "¡Cuidado! no les vayáis a dar a los nuestros". Quiénes eran "los nuestros" nunca lo hemos sabido a ciencia cierta, pero si tenemos algunas algunas pistas sobre ello: los escaños de los diputados de AP estaban al fondo y arriba del hemiciclo, y Manuel Fraga no fue sacado de la cámara por los golpistas como sí lo fueron los otros dirigentes políticos, encerrados en una salita que todos sabían era la capilla antes del pelotón de ejecución caso de haber triunfado el golpe.
En la fotografía que ilustra el post, el camarada Fraga Iribarne en su toma de posesión como ministro de propaganda franquista jura los Principios Fundamentales del Movimiento fascista y lealtad a Franco en presencia del dictador y de otros jerarcas del régimen, vestido con el uniforme del partido único.
3 comentarios:
Sólo puedo decir ¡Chapeau!
Lo mismo digo.
Desde esta mañana temprano, cuando me he enterado del óbito, esperaba tu artículo, sabía que no dejarías pasar la ocasión de hablar de nuestro, es un decir, querido Fraga. Los que tenemos cierta edad - o sea, más de 50 - lo tenemos muy presente, ya que lo hemos sufrido desde jóvenes.
Y aún muchos despistados dicen que era un demócrata.
¿ Demócrata, Fraga ? Y un jamón, nunca abjuró del franquismo.
luchino
Gracias. Somos memoria. Es importante no olvidar.
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