Las elecciones catalanas del pasado domingo han sido una verdadera máquina del tiempo, que en vez de llevarnos a las puertas del futuro nos ha transportado un cuarto de siglo atrás. A partir de ahora, para los catalanes el futuro es el pasado, y la verdad es que ese escenario pinta muy negro en lo que respecta al mantenimiento de cualquier idea mínimamente "progresista" (palabro que cada vez se va a usar menos, por pura dejación y hasta rechazo de los valores que presuntamente encarna).
Fue en 1980, con las primeras autonómica catalanas, cuando se esbozó la que había de ser la mayoría social que hemos dado en llamar pujolismo. Aquel complejo bloque hegemónico de clases inspirado y liderado por la derecha de raíz cristiana y catalanista fraguó cuatro años más tarde, en 1984, con la primera mayoría absoluta de CiU. Es a ése punto al que hemos regresado 26 años después, aunque ahora CiU no disponga de la mitad más uno de los diputados de la Cámara catalana. Da lo mismo, gobernarán con la misma libertad de acción y complacencia social.
Algunos analistas, entre ellos el casi siempre certero Josep Ramoneda, dicen que el país de hoy nada tiene que ver con el de hace siete años, cuando CiU perdió el poder institucional, y que todo ha cambiado desde entonces. A mi juicio, equivocándose Ramoneda tiene razón, porque la Catalunya de hoy en realidad a quien se parece como una gota de agua a otra no es a la de siete años atrás, sino a la de 1984. Con el agravante de que ahora tenemos encima una presunta crisis estructural del sistema capitalista que en los ochenta no existía, al menos con el carácter global con el que hoy se manifiesta (o la manifiestan, que un servidor no está muy seguro de eso).
El caso es que de nuevo, "El orden reina en Catalunya", tras siete años de gobierno de izquierdas. Por el camino han quedado muchos sueños rotos: el de la constitución de un nuevo bloque de clases de carácter progresista que sacara a este país del cortijismo extremo practicado por la oligarquía burguesa de las "44 familias"; el de la posibilidad de acceder a la independencia nacional de un modo hegemonizado por sectores populares ajenos a los intereses oligárquicos; el de la construcción desde Catalunya de un marco federal de relaciones entre las comunidades nacionales que conviven/cohabitan/coexisten en el Estado español; el de la defensa y mejora de los servicios públicos entendidos no como una carga económica sino como un derecho inalienable de los ciudadanos; el de la integración cultural y social abierta a todos (la famosa "cohesión social", otro palabro/concepto al que le quedan dos telediarios) en un país que siguiera el viejo principio republicano jacobino de que "es ciudadano quien quiere serlo". Todo eso y muchas cosas más se han perdido como lágrimas en la lluvia, tal como murmuraría un Nexus-6 de mediana edad nacido en el Área Metropolitana de Barcelona agonizante ante las miradas de estupor de los Montilla, Puigcercós, Herrera, y en general de todos aquellos cuantos creímos que otra Catalunya era posible.
Sentado esto, analizar los resultados electorales del domingo puede arrojar alguna luz sobre cómo ha sido posible que los catalanes hayamos tomado el cohete que en vez de elevarnos a las estrellas nos conduce de vuelta a la Edad de Piedra. Pero no sé si tiene demasiada importancia ya. En todo caso, en el siguiente post repasaremos los resultados de las fuerzas en presencia y el estado de los proyectos (o lo que sean) que encarna cada una de ellas, más por satisfacer la curiosidad de alguno de mis amables lectores que por otra cosa.
La fotografía que ilustra el post es una imagen de los firmantes del Pacte del Tinell (2003), el primer intento desde 1939 de establecer en Catalunya el gobierno de un bloque de clases hegemonizado desde la izquierda política.
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