jueves, 28 de febrero de 2008

Picasso en Madrid


El cierre temporal por obras del Museo Picasso de París ha propiciado la oportunidad de exhibir en España la más completa y mejor ordenada colección de obras picassianas del mundo. Un total de 400 piezas originales de Pablo Ruiz Picasso han llegado a Madrid gracias a los buenos oficios del Ministerio de Cultura, que por sólo 3 millones de euros ha conseguido disponer de esta maravilla que se alojará durante los próximos meses en el Reina Sofía.

La muestra recorre cronológicamente la vida y la obra de Picasso organizando ésta en cuatro bloques, cada uno de los cuales abarca una etapa concreta y sucesiva en la actividad creativa del pintor.

Se inicia el recorrido con los años de formación, desde la infancia hasta el final de su estancia en Barcelona. Fue en la capital catalana donde Picasso se empapó de modernidad artística y estableció estrecha relación con el plantel irrepetible de artistas que frecuentaban Els Quatre Gats: nombres como Casas, Rusiñol, Nonell y tantos otros. La pintura picassiana en esta época es figurativa pero de fuerte personalidad, cercana al expresionismo y de cierta dureza en la presentación de temas sociales.

Cuando Barcelona se le quedó artísticamente pequeña, Picasso se trasladó a París. En aquellos años previos a la Primera Guerra Mundial, en la capital francesa triunfaba la pintura vanguardista; su máxima expresión era el cubismo. Picasso comienza imitando a Georges Braque en sus deconstrucciones de la figura humana y sus bodegones fabricados con elementos superpuestos, para evolucionar luego por su cuenta, siempre en permanente investigación, hacia una abstracción con múltiples derivaciones.

La tercera etapa corresponde al período de entreguerras, y no es difícil notar en ella la influencia de Kandinsky de otros autores que narran desde la pintura los horrores bélicos del siglo XX. Por encima de otros conflictos, el acontecimiento que marcará de un modo más crudo la obra del pintor será la Guerra de España. El gobierno de la República le encarga un cuadro para el pabellón español de la Exposición de París, y tras muchas vacilaciones y ensayos fallidos finalmente Picasso crea el Guernica, acaso una de sus obras más mediocres pero seguramente la que le ha dado fama internacional. El Guernica es en realidad un refrito de obras ya realizadas o en proyecto (como demuestra la colección de dibujos previos), ejecutado de manera apresurada y sin demasiada convicción; una obra nacida más del compromiso político que de la capacidad creadora en suma, que paradójicamente proporcionará gloria eterna a su autor.

La cuarta y última etapa abarca desde los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial hasta el fallecimiento del pintor. Aquí Picasso se nos muestra como un artista que en vez de anclarse en los modos que le han dado el éxito, se lanza diariamente a tumba abierta a experimentar con el arte en todas sus formas. Se acentúa aquí su pasión por las formas del arte escultórico africano, y el trabajo con texturas sólidas (metal, cerámica, vidrio, barro) le absorbe tanto tiempo como la pintura.

Tras su muerte Picasso devino un pintor mítico por razones ajenas a la pintura (su adhesión más o menos razonada al comunismo, su posición inequívocamente antifranquista), lo que le hace un flaco favor al artista real. Como los grandes vinos, Picasso necesitará tiempo para ser valorado justamente como lo que verdaderamente fue: un creador artístico genial de amplísimo espectro, innovador y revolucionario en su tiempo, explorador de infinitos caminos, incluidos algunos que no llevaban a ninguna parte.

En fin que para valorar todo Picasso, la exposición del Reina Sofía es imprescindible.

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