La dimisión del primer ministro José Sócrates aboca a Portugal a unas elecciones anticipadas en las que con toda probabilidad la derecha lusitana va a barrer. Pésima noticia, pues.
Sócrates, un blairista tan blando y ñoño como su modelo, ha demostrado ser incapaz no ya de hacer frente a la crisis social y económica que muerde sin piedad al vecino ibérico -al cabo ésta tiene en Portugal un carácter estructural mucho más hondo que en España o en casi cualquier otro país de la Unión Europea-, sino de convencer a sus conciudadanos de que al menos lo estaba intentado. El PS de Sócrates se ha limitado a aplicar las recetas neoliberales más sobadas sobre una economía nacional de falsa prosperidad, que en pocos años ha pasado de estar enfeudada a Gran Bretaña a ser un mero apéndice manejado por el capital financiero y las grandes empresas españolas, amén del tradicional papel que viene jugando la Iglesia católica y singularmente el Opus Dei en ella. Lisboa, casi el único motor de la economía portuguesa, es hoy por hoy un cruce entre sucursal bancaria y tienda de souvenirs cuyos beneficios van a parar a bolsillos de capitalistas españoles y del clero vaticano.
El retorno de la derecha portuguesa al poder, una derecha pura, dura y rancia que curiosamente se nombra a sí misma como Partido Socialdemócrata, va a consolidar precisamente esta situación en vez de aliviarla. A diferencia del caso español nunca hubo un "milagro portugués"; Portugal como país no se ha beneficiado de los fondos europeos recibidos durante un cuarto de siglo, que han sido aplicados casi íntegramente en hacer de Lisboa una de las ciudades más bellas y agradables del mundo. Pero más allá de los límites de la capital pocas cosas sustanciales han cambiado en Portugal, y algunas de ellas -o muchas, según se mire- han retrocedido en los últimos años hasta donde estaban antes de la Revolución de los Claveles (1974).
Portugal gira a la derecha (aún más), mientras su economía y sus estructuras comienzan a desmoronarse. Los hermanos portugueses van a verse abocados en los próximos años a escoger entre intentar apuntalar un Estado fracasado y el relanzamiento del iberismo republicano y de izquierdas como única alternativa.
A largo plazo no hay más salida para el territorio de la vieja Lusitania continental que la integración federal ibérica, una vez superado el actual marco político-jurídico español. Pero antes habrá que eliminar el desconocimiento y los recelos mutuos, algo que las respectivas derechas, la portuguesa y la española, han alimentado siempre entre sus pueblos como modo de mantenerlos distantes y a ser posible enfrentados.
En la imagen el puente 25 de Abril, en Lisboa, llamado así en honor de la fecha en la que se produjo el derrocamiento de la dictadura fascista y comenzó la llamada Revolución de los Claveles.
1 comentario:
Conozco Portugal relativamente. He estado bastantes veces por allí (Lisboa, Porto, Bragança, Algarve,...), aunque hace varios años que no lo visito.
La tradición es que hemos vivido de espaldas los unos de los otros. Tienes razón que la máxima influencia era la británica, en Portugal. España sólo era "el territorio que tenían que cruzar para llegar a Europa".
Y con la UE y el progreso, España (o algunas de sus grandes empresas), efectivamente, se ha convertido en el dueño de los mejores activos portugueses.
Y, desde luego, una Federación Ibérica, del tipo que sea, me resulta mucho más estimulante que esos movimientos centrífugos que se están viendo por otros pagos.
El progreso, sin ninguna duda, está en la unión.
Saludos, Joaquim.
José María
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