Pocos personajes contemporáneos más patéticos que Diego Armando Maradona. A su conocida zafiedad, incultura, falta de modales y nula capacidad de raciocinio, le acaba de sumar ahora la machada de haber estrellado a la selección futbolística argentina en el Mundial de Sudáfrica, cuando cualquier técnico mediocre habría logrado maravillas con el plantel de jugadores del que disponía.
Pero no me interesa el aspecto futbolístico del asunto sino la dimensión digamos humana del personaje. Un tipo que se enganchó a la cocaína durante su estancia en el FC Barcelona -de hecho declaró en un programa de televisión que la probó por primera vez en el vestuario del Barça-, al tiempo que hacía anuncios televisivos en contra del consumo de drogas, en los que aparecía jugando al fútbol en una playa catalana rodeado de chavales a los que sermoneaba algo así como "di NO a las drogas". Este es el verdadero Maradona, un ser débil, quebradizo, sentimental y desarmado.
Y sin embargo millones de argentinos, incluídos muchos que se consideran de izquierdas y tienen una postura abiertamente critica y despierta en relación con los males de su país, adoran a esta ruina rechoncha y paticorta. El porqué me lo escribía ayer una amiga argentina: para los argentinos de clases populares Maradona es uno de ellos, y sus vicisitudes son de algún modo las suyas propias. Es alguien que salió de la nada, llegó a lo más alto y se tiró pendiente abajo, algo que al parecer le sucede a cada argentino varias veces en la vida. Así que Maradona tiene bula incluso para dejar a su país en ridículo, y no sólo deportivamente hablando: soez, prepotente, risible, sus ruedas de prensa en Sudáfrica han sido un espectáculo que los periodistas internacionales ya echan de menos.
Maradona daña gravemente a Argentina, y sin embargo la mayoría de argentinos incluidos muchos sensatos, le adoran hasta el delirio. Quizá haya que ver en eso una pulsión suicida de los argentinos, una colectividad al parecer siempre dispuesta a tirar el agua de la bañera con el niño dentro, sobre todo inmediatamente después de períodos de gloria o de calma, que en Argentina vienen a ser la misma cosa.
Un cierto debate sobre Maradona se acaba de instalar en la sociedad argentina, esa misma en la que torturadores y desaparecidos aclamaban juntos, unidos ante el televisor carcelario, a una selección nacional ganadora de un campeonato mundial que la Junta Militar de Videla compró a la FIFA. Maradona es el resumen de todo eso, y de ahí la adhesión que suscita en una sociedad desnortada que añora glorias pasadas aunque fueran trucadas, y de ahí también el asco que suscita fuera entre quienes gozan de la perspectiva sobre el personaje que da la distancia física. Al parecer, también algunos argentinos comienzan a abrir los ojos en este asunto, alabado sea Dios.
La fotografía que ilustra el post, de un humorismo siniestro, corresponde a los años europeos de Maradona. En ella aparece en compañía de Julio Alberto, otro jugador del FC Barcelona que en aquellos años era asimismo adicto a la cocaína, participando en un partido de fútbol "All Stars" contra las drogas.
1 comentario:
Los argentinos tenemos eso, esa pulsión suicida que mencionas, es lo único que puede explicar que Carlos Menem haya sido presidente, conseguido modificar la constitución para un nuevo mandato, conseguir ese nuevo mandato y luego aspirar a un tercero, que no consiguió, pero en el cual tuvo una más que interesante masa de seguidores.
Es lo único que explica que De La Rúa haya sido presidente de mi país aún y cuando tanto su comportamiento como su forma de hablar lo mostraban como lo que era, un tipo tibio e incompetente.
Por todo esto ser argentino es algo emocionante, divertido y espectacularmente paradójico ¿Cómo podemos hacerle eso a un país que amamos tanto?
Un abrazo.
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